Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

20 may 2013

La maldad de los niños

La voz en offexplica: vamos a ver unos extraños acontecimientos ocurridos en el norte de Alemania justo tras el final de la I Guerra Mundial.
 Es el maestro del colegio el que habla, y uno empieza a entender según va transcurriendo la acción que la historia no es solo —¡solo!— la de un grupo de niños que aterroriza una población, sino que en esa vuelta de tuerca, Michael Haneke, su director, nos está dejando espiar el nacimiento de uno de los más devastadores movimientos ideológicos del siglo XX: el nazismo.

Jamás se nombra en la película, pero si La cinta blanca es ya de por sí un terrorífico thriller, en el subconsciente crece otro sobrecogedor pensamiento: estos niños son los nazis del futuro, la base del Tercer Reich.
 Todo ello en un ambicioso blanco y negro, porque así es como recordamos las fotografías de la época y porque así solemos recordar nuestros terrores infantiles.
Haneke nunca ha entendido de nacionalidades.
 Hijo de un director alemán y una actriz austriaca, se crió con su madre y su padrastro en Viena.
Allí estudió Filosofía, Drama y Psicología, y se convirtió en crítico de cine antes de empezar en la televisión en los setenta.
 Así que si le preguntan sobre la nacionalidad de sus películas, responde que le da igual: y para La cinta blanca la respuesta podría ser la misma, porque la semilla del nazismo estaba en el Imperio Austrohúngaro, y lo que ocurre en el filme también podría darse en Austria, al fin y al cabo la nación de Adolf Hitler.
 Durante seis meses, el cineasta y su equipo vieron más de 7.000 niños hasta encontrar a los adecuados para el personaje
. Para los papeles adultos recurrió a actores con los que ya había trabajado
. Es curioso: desde ese principio el cineasta,que estuvo 10 años dándole vueltas al guion, parecía tener claro la división entre los dos mundos.
 Porque si todos los personajes de los niños tienen nombre, los adultos son identificados bien por su escala en la clase social —el barón—, bien por su profesión —el pastor, el médico, el maestro—.
 Y esos dos mundos van a chocar en una explosión de barbarie. Haneke aprovecha para dejar un surtido de preguntas en el aire: ¿el estallido nace por culpa de la injusticia social provocada por un feudalismo encubierto? ¿La ira nace motivada por la educación, la religión o la desaparición de los límites morales? ¿El fanatismo crece más rápido en un ambiente de represión sexual y donde reina el sentimiento de culpabilidad?
En ese juego, en el de quien plantea y deja que el espectador responda, el director austriacoalemán ha labrado una carrera prodigiosa, convertido en uno de los grandes cineastas europeos de todos los tiempos. Ha ganado todos los premios posibles: La cinta blanca fue su primera, que no única, Palma de Oro de Cannes y logró dos candidaturas a los Oscar (fotografía y mejor película de habla no inglesa), un Globo de Oro y tres premios del Cine Europeo. En entrar en el alma humana, sembrar el terror y salir limpiamente como un bisturí, Haneke no tiene rival.

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