La voz en offexplica: vamos a ver unos extraños
acontecimientos ocurridos en el norte de Alemania justo tras el final de
la I Guerra Mundial.
Es el maestro del colegio el que habla, y uno
empieza a entender según va transcurriendo la acción que la historia no
es solo —¡solo!— la de un grupo de niños que aterroriza una población,
sino que en esa vuelta de tuerca, Michael Haneke, su director, nos está
dejando espiar el nacimiento de uno de los más devastadores movimientos
ideológicos del siglo XX: el nazismo.
Jamás se nombra en la película, pero si La cinta blanca es ya de por sí un terrorífico thriller,
en el subconsciente crece otro sobrecogedor pensamiento: estos niños
son los nazis del futuro, la base del Tercer Reich.
Todo ello en un
ambicioso blanco y negro, porque así es como recordamos las fotografías
de la época y porque así solemos recordar nuestros terrores infantiles.
Haneke nunca ha entendido de nacionalidades.
Hijo de un director
alemán y una actriz austriaca, se crió con su madre y su padrastro en
Viena.
Allí estudió Filosofía, Drama y Psicología, y se convirtió en
crítico de cine antes de empezar en la televisión en los setenta.
Así
que si le preguntan sobre la nacionalidad de sus películas, responde que
le da igual: y para La cinta blanca la respuesta podría ser la
misma, porque la semilla del nazismo estaba en el Imperio
Austrohúngaro, y lo que ocurre en el filme también podría darse en
Austria, al fin y al cabo la nación de Adolf Hitler.
Durante seis meses,
el cineasta y su equipo vieron más de 7.000 niños hasta encontrar a los
adecuados para el personaje
. Para los papeles adultos recurrió a
actores con los que ya había trabajado
. Es curioso: desde ese principio
el cineasta,que estuvo 10 años dándole vueltas al guion, parecía tener
claro la división entre los dos mundos.
Porque si todos los personajes
de los niños tienen nombre, los adultos son identificados bien por su
escala en la clase social —el barón—, bien por su profesión —el pastor,
el médico, el maestro—.
Y esos dos mundos van a chocar en una explosión
de barbarie. Haneke aprovecha para dejar un surtido de preguntas en el
aire: ¿el estallido nace por culpa de la injusticia social provocada por
un feudalismo encubierto? ¿La ira nace motivada por la educación, la
religión o la desaparición de los límites morales? ¿El fanatismo crece
más rápido en un ambiente de represión sexual y donde reina el
sentimiento de culpabilidad?
En ese juego, en el de quien plantea y deja que el espectador
responda, el director austriacoalemán ha labrado una carrera prodigiosa,
convertido en uno de los grandes cineastas europeos de todos los
tiempos. Ha ganado todos los premios posibles: La cinta blanca
fue su primera, que no única, Palma de Oro de Cannes y logró dos
candidaturas a los Oscar (fotografía y mejor película de habla no
inglesa), un Globo de Oro y tres premios del Cine Europeo. En entrar en
el alma humana, sembrar el terror y salir limpiamente como un bisturí,
Haneke no tiene rival.
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