A veces me resulta demasiado enfático y melifluo el epígrafe que
encabeza este texto
. Hay semanas en las que no se estrena ninguna película que te provoque sensaciones que justifiquen escribir media página sobre ellas.
Y resulta más fatigoso cuando posees expectativas, debido al contrastado talento de directores y actores que tantas veces te apasionaron.
La decepción es particularmente dolorosa en el caso de To the wonder, firmada por alguien como Terrence Malick, ese artista incuestionable, dueño de un estilo visual esplendoroso y una poética conmovedora, que había descrito anteriormente y de forma genial en El árbol de la vida esas cosas que se sienten de forma especial en la infancia y que dejaran huella imborrable en la vida futura.
Consecuentemente esperas el escalofrío cuando este hombre habla de la plenitud del amor, de su pérdida y de su monstruosa resaca en To the wonder, pero aunque reconozcas el personal lenguaje de su cámara, lo que pretende transmitir te resulta engolado, vacuo y grotesco.
Intérpretes: Álex González, Carlos Bardem, Miguel Ángel Silvestre, Judith Diakhaté, Hovik Keuchkerian.
Género: drama. España, 2013.
Duración: 100 minutos.
Y también lo pasas mal en Tipos legales cuando ves a tres
actores casi ancianos y con un pasado glorioso como Pacino, Walken y
Arkin interpretando un guion muy tonto que pretende ser lírico y
tragicómico. Todavía no he visto Oblivion, que imaginas con
justificado miedo como otro de esos trajes a la medida que encarga la
estrella Cruise para seguir alimentando su infalible aunque olvidable
carrera comercial.
Y me asomo con cierta esperanza a Alacrán enamorado, fundada en la vitalidad que desprendía El truco del manco, la primera e irregular película del director Santiago A. Zannou.
Pero mi semana cinematográfica sigue siendo intrascendente.
Posee un defecto irritante y es que todo lo que va a ocurrir en esta trama presuntamente negra te resulta previsible y convencional.
Existen voluntarias o involuntarias referencias a un género y a unos personajes que le han dado mucho juego al gran cine y cuya última, profunda y dolorida obra maestra lleva la firma de Clint Eastwood en Million dollar baby.
¿Les suena el género? Lo habitan perdedores dignos o indignos, que quieren dejar de serlo o resignados a la desolación, con hambre de reconocimiento, de triunfo o de redención, buscando un lugar en el sol o limitándose a sobrevivir en el desastre, gente que se rige según los códigos éticos y estéticos de la verdadera profesionalidad o tan dotada como autodestructiva.
El cuadrilátero funciona como simbología de la existencia.
Ahí puede ocurrir de todo, lo mejor y lo peor, la miseria y la grandeza, la luz y la tiniebla.
Cuando existe auténtica complejidad en el tratamiento, cuando ese género no responde a una fórmula tan prestigiosa como vendible que se presta a frases y lugares comunes sino que posee autonomía, originalidad expresiva, genio y alma, el resultado es perdurable, esos perdedores dejan eterno poso en la memoria.
Zannou tiene fuerza visual y vocación sincera hacia ese mundo bronco, se maneja bien con el argot callejero, pero su historia está repleta de convenciones, su pretendido desgarro no tiene matices e involuntariamente acaba pareciendo académico.
Y todos estamos de acuerdo en que los descerebrados nazis pueden ser muy peligrosos en tiempos de penuria, que necesitan encontrar chivos expiatorios y cebarse con el inmigrante, el color de la piel, la disidencia, la rareza, la heterodoxia, la marginalidad, el aullido de los parias.
Y que siempre hay un negocio detrás de los principios inflexibles y las presuntas grandes verdades.
Y que la historia de Romeo y Julieta no tiene caducidad a lo largo del tiempo.
Pero las buenas intenciones no sirven para justificar una película que te la sabes de memoria de principio a fin.
Hay actores que están muy bien, veraces en su gesto, su mirada, su lenguaje y su silencio, como Carlos Bardem, su hermano Javier, Alex González o el para mí desconocido Hovik Keuchkerian y alguno que me parece lamentable como un aclamado sex-symbol de las series televisivas.
No te ocurre nada, ni frío ni caliente, con esta película pretendidamente emotiva. Resulta elemental, oída y sabida.
. Hay semanas en las que no se estrena ninguna película que te provoque sensaciones que justifiquen escribir media página sobre ellas.
Y resulta más fatigoso cuando posees expectativas, debido al contrastado talento de directores y actores que tantas veces te apasionaron.
La decepción es particularmente dolorosa en el caso de To the wonder, firmada por alguien como Terrence Malick, ese artista incuestionable, dueño de un estilo visual esplendoroso y una poética conmovedora, que había descrito anteriormente y de forma genial en El árbol de la vida esas cosas que se sienten de forma especial en la infancia y que dejaran huella imborrable en la vida futura.
Consecuentemente esperas el escalofrío cuando este hombre habla de la plenitud del amor, de su pérdida y de su monstruosa resaca en To the wonder, pero aunque reconozcas el personal lenguaje de su cámara, lo que pretende transmitir te resulta engolado, vacuo y grotesco.
ALACRÁN ENAMORADO
Dirección: Santiago A. Zannou.Intérpretes: Álex González, Carlos Bardem, Miguel Ángel Silvestre, Judith Diakhaté, Hovik Keuchkerian.
Género: drama. España, 2013.
Duración: 100 minutos.
Y me asomo con cierta esperanza a Alacrán enamorado, fundada en la vitalidad que desprendía El truco del manco, la primera e irregular película del director Santiago A. Zannou.
Pero mi semana cinematográfica sigue siendo intrascendente.
Posee un defecto irritante y es que todo lo que va a ocurrir en esta trama presuntamente negra te resulta previsible y convencional.
Existen voluntarias o involuntarias referencias a un género y a unos personajes que le han dado mucho juego al gran cine y cuya última, profunda y dolorida obra maestra lleva la firma de Clint Eastwood en Million dollar baby.
¿Les suena el género? Lo habitan perdedores dignos o indignos, que quieren dejar de serlo o resignados a la desolación, con hambre de reconocimiento, de triunfo o de redención, buscando un lugar en el sol o limitándose a sobrevivir en el desastre, gente que se rige según los códigos éticos y estéticos de la verdadera profesionalidad o tan dotada como autodestructiva.
El cuadrilátero funciona como simbología de la existencia.
Ahí puede ocurrir de todo, lo mejor y lo peor, la miseria y la grandeza, la luz y la tiniebla.
Cuando existe auténtica complejidad en el tratamiento, cuando ese género no responde a una fórmula tan prestigiosa como vendible que se presta a frases y lugares comunes sino que posee autonomía, originalidad expresiva, genio y alma, el resultado es perdurable, esos perdedores dejan eterno poso en la memoria.
Zannou tiene fuerza visual y vocación sincera hacia ese mundo bronco, se maneja bien con el argot callejero, pero su historia está repleta de convenciones, su pretendido desgarro no tiene matices e involuntariamente acaba pareciendo académico.
Y todos estamos de acuerdo en que los descerebrados nazis pueden ser muy peligrosos en tiempos de penuria, que necesitan encontrar chivos expiatorios y cebarse con el inmigrante, el color de la piel, la disidencia, la rareza, la heterodoxia, la marginalidad, el aullido de los parias.
Y que siempre hay un negocio detrás de los principios inflexibles y las presuntas grandes verdades.
Y que la historia de Romeo y Julieta no tiene caducidad a lo largo del tiempo.
Pero las buenas intenciones no sirven para justificar una película que te la sabes de memoria de principio a fin.
Hay actores que están muy bien, veraces en su gesto, su mirada, su lenguaje y su silencio, como Carlos Bardem, su hermano Javier, Alex González o el para mí desconocido Hovik Keuchkerian y alguno que me parece lamentable como un aclamado sex-symbol de las series televisivas.
No te ocurre nada, ni frío ni caliente, con esta película pretendidamente emotiva. Resulta elemental, oída y sabida.
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