Sin grietas no hay filtraciones. Y está visto que las hay y cada vez
más.
El entero edificio tiene pinta de estar agrietado, puesto que todo acaba derivando en la aparición escandalosa de alguna filtración sobre los secretos de la CIA, del departamento de Estado, del Vaticano o más recientemente de las cuentas corrientes escondidas en paraísos fiscales.
Quien impuso la moda llevaba la palabra inscrita en su nombre, Wikileaks, en la que se juntan la idea de la participación de la gente (wiki) con la de filtración (leak), inspirada en la enciclopedia elaborada por la audiencia que lleva el nombre de Wikipedia. El fundador, Julian Assange, está recluido en la embajada ecuatoriana en Londres, donde se refugió en junio de 2012 para escapar a los requerimientos de la justicia para su extradición a Suecia, pero desde allí todavía pretende mantener el liderazgo filtrador que le ha dado notoriedad.
El pasado diciembre anunció la inminente publicación de más de un millón de documentos que afectan a todos los países del mundo. Y así ha sucedido este lunes, cuando Wikileaks ha ofrecido el acceso a 1,7 millones de documentos y comunicaciones diplomáticas estadounidenses, correspondientes al período 1973-1976, en el momento en que Henry Kissinger era consejero nacional y secretario de Estado del presidente Nixon. El habitual sentido de la mesura demostrado por Assange se ha expresado también en la presentación de esta filtración, a la que ha denominado los Cables de Kissinger: "El mayor corpus de materiales de contenido geopolítico jamás publicado". Recordemos el tuit que anunció la filtración de los 250.000 documentos del departamento de Estado o Cablegate en noviembre de 2010: "los próximos meses verán un nuevo mundo, en el que la historia global quedará redefinida".
Ahora la cantidad es mayor, siete veces más en cuanto a número de documentos, pero basta registrar algunos de los titulares de prensa que ha generado para darse cuenta de que está lejos de las filtraciones que lanzaron a Wikileaks a la fama. Los dos que ha publicado EL PAÍS son los siguientes: "Wikileaks revela el lado más turbio de la presidencia de Echeverría en México" y "Wikileaks crea un buscador para los documentos de la era Kissinger. Entre el millón de registros se encuentran las relaciones del secretario de Estado con Franco y la Familia Real española". Aunque otros periódicos han presentado al rey de España como un informador al servicio de Washington al dar cuenta de esta última noticia, los documentos tienen interés casi estrictamente para historiadores. El material publicado ya no está cubierto por el secreto, pues pertenece a la Public Library of US Diplomacy, y Wikileaks se ha limitado a crear un buscador que da acceso ordenado al archivo. Es un buen servicio a la transparencia, pero en este caso Wikileaks no emula al periodismo ni hace filtración alguna, sino que copia a Google.
Además, esta vez Assange no ha tenido suerte, porque pocos días antes se vio desbordado por otra filtración mayor en volumen, profesionalidad y relevancia internacional, esta sí mezcla de periodismo y de filtración, que afecta además a uno de los resortes más secretos e inquietantes del sistema financiero mundial como son los paraísos fiscales. Se trata de la publicación de 130.000 cuentas secretas, seleccionadas de un total de 2,5 millones, que mantenían ocultas clientes y entidades financieras de 170 países, entre las que aparecen BNP Paribas, Crédit Agricole y Deustche Bank.
La organización que ha realizado la filtración es el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, que dirige el periodista Gerard Ryle, australiano como Assange, y ha contado durante 15 meses con el trabajo de 86 periodistas de 46 países. La lista de evasores no tiene desperdicio, y en ella hay nombres perfectamente previsibles, como el del multimillonario Gunther Sachs o de la baronesa Thyssen, y otros que han desencadenado un terremoto político, como el de Jean-Jacques Augier, amigo del presidente francés François Hollande, tesorero de su campaña electoral y uno de los 130 evasores franceses detectados justo cuando acaba de dimitir el ministro de Hacienda, Jerôme Cahuzac, cazado con una cuenta opaca en Suiza de 600.000 euros.
Offshore leaks es el nombre con que se conoce esta última filtración. Wikileaks está perdiendo la carrera, pero no la reputación. Para denominar el Cablegate, Assange se inspiró en el remoto Watergate de 1973, cuando los periodistas del Washington Post descubrieron el espionaje de Nixon a la sede del Partido Demócrata en el edificio así denominado y terminaron obteniendo las grabaciones que lo avalaban. Todo debía llevar la palabra gate cuando se trataba de celebrar la denuncia ejercida desde la prensa. Ahora, en cambio, todo son filtraciones, leaks, incluso las que no lo son, en homenaje a las inevitables grietas tecnológicas por las que se escapan las informaciones secretas de los Estados y de las entidades financieras.
El entero edificio tiene pinta de estar agrietado, puesto que todo acaba derivando en la aparición escandalosa de alguna filtración sobre los secretos de la CIA, del departamento de Estado, del Vaticano o más recientemente de las cuentas corrientes escondidas en paraísos fiscales.
Quien impuso la moda llevaba la palabra inscrita en su nombre, Wikileaks, en la que se juntan la idea de la participación de la gente (wiki) con la de filtración (leak), inspirada en la enciclopedia elaborada por la audiencia que lleva el nombre de Wikipedia. El fundador, Julian Assange, está recluido en la embajada ecuatoriana en Londres, donde se refugió en junio de 2012 para escapar a los requerimientos de la justicia para su extradición a Suecia, pero desde allí todavía pretende mantener el liderazgo filtrador que le ha dado notoriedad.
El pasado diciembre anunció la inminente publicación de más de un millón de documentos que afectan a todos los países del mundo. Y así ha sucedido este lunes, cuando Wikileaks ha ofrecido el acceso a 1,7 millones de documentos y comunicaciones diplomáticas estadounidenses, correspondientes al período 1973-1976, en el momento en que Henry Kissinger era consejero nacional y secretario de Estado del presidente Nixon. El habitual sentido de la mesura demostrado por Assange se ha expresado también en la presentación de esta filtración, a la que ha denominado los Cables de Kissinger: "El mayor corpus de materiales de contenido geopolítico jamás publicado". Recordemos el tuit que anunció la filtración de los 250.000 documentos del departamento de Estado o Cablegate en noviembre de 2010: "los próximos meses verán un nuevo mundo, en el que la historia global quedará redefinida".
Ahora la cantidad es mayor, siete veces más en cuanto a número de documentos, pero basta registrar algunos de los titulares de prensa que ha generado para darse cuenta de que está lejos de las filtraciones que lanzaron a Wikileaks a la fama. Los dos que ha publicado EL PAÍS son los siguientes: "Wikileaks revela el lado más turbio de la presidencia de Echeverría en México" y "Wikileaks crea un buscador para los documentos de la era Kissinger. Entre el millón de registros se encuentran las relaciones del secretario de Estado con Franco y la Familia Real española". Aunque otros periódicos han presentado al rey de España como un informador al servicio de Washington al dar cuenta de esta última noticia, los documentos tienen interés casi estrictamente para historiadores. El material publicado ya no está cubierto por el secreto, pues pertenece a la Public Library of US Diplomacy, y Wikileaks se ha limitado a crear un buscador que da acceso ordenado al archivo. Es un buen servicio a la transparencia, pero en este caso Wikileaks no emula al periodismo ni hace filtración alguna, sino que copia a Google.
Además, esta vez Assange no ha tenido suerte, porque pocos días antes se vio desbordado por otra filtración mayor en volumen, profesionalidad y relevancia internacional, esta sí mezcla de periodismo y de filtración, que afecta además a uno de los resortes más secretos e inquietantes del sistema financiero mundial como son los paraísos fiscales. Se trata de la publicación de 130.000 cuentas secretas, seleccionadas de un total de 2,5 millones, que mantenían ocultas clientes y entidades financieras de 170 países, entre las que aparecen BNP Paribas, Crédit Agricole y Deustche Bank.
La organización que ha realizado la filtración es el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, que dirige el periodista Gerard Ryle, australiano como Assange, y ha contado durante 15 meses con el trabajo de 86 periodistas de 46 países. La lista de evasores no tiene desperdicio, y en ella hay nombres perfectamente previsibles, como el del multimillonario Gunther Sachs o de la baronesa Thyssen, y otros que han desencadenado un terremoto político, como el de Jean-Jacques Augier, amigo del presidente francés François Hollande, tesorero de su campaña electoral y uno de los 130 evasores franceses detectados justo cuando acaba de dimitir el ministro de Hacienda, Jerôme Cahuzac, cazado con una cuenta opaca en Suiza de 600.000 euros.
Offshore leaks es el nombre con que se conoce esta última filtración. Wikileaks está perdiendo la carrera, pero no la reputación. Para denominar el Cablegate, Assange se inspiró en el remoto Watergate de 1973, cuando los periodistas del Washington Post descubrieron el espionaje de Nixon a la sede del Partido Demócrata en el edificio así denominado y terminaron obteniendo las grabaciones que lo avalaban. Todo debía llevar la palabra gate cuando se trataba de celebrar la denuncia ejercida desde la prensa. Ahora, en cambio, todo son filtraciones, leaks, incluso las que no lo son, en homenaje a las inevitables grietas tecnológicas por las que se escapan las informaciones secretas de los Estados y de las entidades financieras.
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