Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

22 mar 2013

Aquel cine de Semana Santa Carlos Boyero

Fotograma de la película 'Ben-Hur',' protagonizada por Charlton Heston (derecha).
La Semana Santa de mis años de infancia está asociada a la terrorífica imagen de gente encapuchada que se mueve acompañada de la música de bandas militares en medio de las procesiones, pero también de gozosos estrenos de películas que suponían un acontecimiento, con metraje interminable, colas enormes y reventas, en salas muy grandes y siempre abarrotadas para un recuerdo que tal vez no se corresponda con la realidad, con obligado intermedio y la recomendación en la pantalla de “visite el ambigú, visite nuestro bar”.
 La temática de ese cine era obligadamente religiosa y conveniente tono épico, rememorando generalmente los grandes momentos del cristianismo y de la Biblia, con el sello del Hollywood más espectacular.
Imagino que fue una moda duradera, que este tipo de cine se hizo antes y después de mi niñez, pero no tengo dudas de que viví su esplendor, de que entre finales de la década de los cincuenta y mitad de los sesenta se estrenaron en Semana Santa Quo Vadis, Los diez mandamientos, La túnica sagrada, Rey de reyes, Barrabás, Ben-Hur, La caida del Imperio romano, El Cid (aquí no aparecía Cristo, pero era idéntico el aroma pretendidamente épico al narrar las guerras entre los heroicos cristianos y los moros infieles), La Biblia...
No tengo claro si me gustaron o me aburrieron, pero sí que mis padres salían conmovidos de ellas y que yo intentaba identificarme con su arrobo y su admiración ante el tratamiento presuntamente grandioso que ofrecía Hollywood de las penalidades, milagros y actos sublimes que presidieron el nacimiento del cristianismo y los hechos que describen los Testamentos.
Debido a la pereza o por temor al desencanto siempre he huido de revisar esas películas, pero al regalarme la versión en Blu-ray de Ben-Hur compruebo, más allá de mi memoria infantil, que contiene un cine extraordinario, que es auténticamente emotiva la historia de ese príncipe judío al que acorrala su antiguo amigo (¿y algo más?) romano, que es admirable la lucha de cuádrigas que filmó la segunda unidad dirigida por el legendario Yakima Cannut, que la música de Rozsa te toca el alma, que Heston (sí, el de la Asociación Nacional del Rifle, el gran reaccionario, el responsable de que Welles y Peckinpah pudieran rodar Sed de mal y Mayor Dundee) poseía algo verdaderamente épico, que William Wyler fue algo más que un buen artesano, con todo el respeto y la admiración que siento por ese concepto.
Sin embargo, descubro que la ancestral afición del cine de gran presupuesto a retratar la vida y la muerte de Cristo no ha tenido continuidad con la representación de Dios en la sufrida tierra
. Hay pocas películas sobre papas y ninguna me ha dejado perdurable huella
. Del que más me acuerdo es de Julio II en El tormento y el éxtasis, interpretada por el gran Rex Harrison, un papa guerrero y cabrón, empeñado en doblegar la voluntad de Miguel Angel.
 Anthony Quinn interpretaba a un íntegro superviviente de un campo de concentración soviético, que ante su estupor es elegido Papa en Las sandalias del pescador.
 Todo era tan humano, incluidas sus tiernas escapadas para observar a la entrañable gente de Roma, como previsible
. También se mezclaba anónimamente con el pueblo aquel hombre lógicamente acojonado por la responsabilidad y el miedo al ser elegido Papa que interpretaba Piccoli en Habemus papam, una película tan interesante en su arranque como edulcorada y nada creíble en su desarrollo. Y poco más.
La Semana Santa ya no es lo que era.
 Consultas los estrenos de la cartelera y compruebas que Hollywood ha desechado desde hace muchos años la idea de hacer negocio en estas fechas con enaltecedoras historias sobre el cristianismo. Y Hollywood se equivoca pocas veces en eso tan prosaico de la oferta y la demanda.

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