La segunda jornada de la Berlinale ha contado con la estrella estadounidense Matt Damon como protagonista de Promised Land (La tierra prometida).
Además de esta película hollywoodiense de acción ecologista, la sección oficial incluyó un drama polaco sobre un sacerdote católico y homosexual titulado In the name of (En el nombre de) y la desarmarte comedia austriaca Paradies: Hoffnung (Paraíso: esperanza).
Esta última es la tercera parte de la trilogía Paraíso, rodada por el vienés Ulrich Seidl tras Amor y Fe, ambas de 2012.
Esperanza trata los anhelos prohibidos de un grupo de adolescentes obesos encerrados en un campamento de verano donde se proponen adelgazar mediante el ejercicio físico y la dieta equilibrada. Melli (Melanie Lenz), una chica de 13 años normal pero un poco gordita, se enamora del médico del llamado “campamento de la dieta”, unos 40 años mayor que ella.
Mientras los jóvenes añoran la comida que les niegan y se divierten como pueden pese al régimen de deporte y disciplina que trata de imponer el entrenador (Michael Lehbauer), el médico (Joseph Lorenz) riñe con su propia pasión: la que le impele hacia la niña Melli.
La historia mezcla elementos de realismo documental -al estilo de los filmes de Larry Clark-, diálogos que parecen improvisados, reminiscencias de Lolita y mucha carne rosada y rolliza de adolescentes austriacos. Es de una ternura gélida, adornada con el tipo de situaciones truculentas que hacen reír a parte del público mientras el resto se pregunta qué clase de persona tiene sentada al lado, capaz de reírse de algo así.
La película de Van Sant, en cambio, deja poco lugar a dudas respecto a quién es el bueno y quién es malo. La tierra prometida es un drama político protagonizado por Matt Damon, cuyo personaje tiene el encargo de convencer a unos granjeros estadounidenses de que vendan sus terrenos a una empresa energética que quiere explotar el gas del subsuelo con el método controvertido denominado fracking.
Según dijo Damon en la abarrotada rueda de prensa, querían hacer “una película sobre la identidad americana”.
Escribió el guión junto al coprotagonista John Krasinsk
i. Presentaron el filme junto a su director, Gus van Sant. Explicó Damon que habría querido dirigir él mismo la cinta, pero no pudo por razones de agenda.
Van Sant y él ya colaboraron previamente en Good Will Hunting, que le valió el oso de plata berlinés al mejor actor en 1998.
El otro filme a concurso en esta segunda jornada de la Berlinale, el de la directora polaca Mamgodka Szumowska, cuenta sin muchas bromas los problemas del joven cura católico Adam (Andrzej Chyra), destinado por la Iglesia a una parroquia de laPolonia profunda. Juega al fútbol y bebe cerveza con los jóvenes campesinos de la región mientras libra un combate íntimo con sus ganas de acostarse con alguno de ellos. La inutilidad de esta pelea se revela cuando conoce a Lukasz (Mateusz Kosciukiewicz).
La película es de factura esmerada, pero busca el debate y proyecta a la pantalla cuestiones polémicas en países de tradición católica: el celibato, la homosexualidad y los abusos a menores dentro de la Iglesia.
Además de esta película hollywoodiense de acción ecologista, la sección oficial incluyó un drama polaco sobre un sacerdote católico y homosexual titulado In the name of (En el nombre de) y la desarmarte comedia austriaca Paradies: Hoffnung (Paraíso: esperanza).
Esta última es la tercera parte de la trilogía Paraíso, rodada por el vienés Ulrich Seidl tras Amor y Fe, ambas de 2012.
Esperanza trata los anhelos prohibidos de un grupo de adolescentes obesos encerrados en un campamento de verano donde se proponen adelgazar mediante el ejercicio físico y la dieta equilibrada. Melli (Melanie Lenz), una chica de 13 años normal pero un poco gordita, se enamora del médico del llamado “campamento de la dieta”, unos 40 años mayor que ella.
Mientras los jóvenes añoran la comida que les niegan y se divierten como pueden pese al régimen de deporte y disciplina que trata de imponer el entrenador (Michael Lehbauer), el médico (Joseph Lorenz) riñe con su propia pasión: la que le impele hacia la niña Melli.
La historia mezcla elementos de realismo documental -al estilo de los filmes de Larry Clark-, diálogos que parecen improvisados, reminiscencias de Lolita y mucha carne rosada y rolliza de adolescentes austriacos. Es de una ternura gélida, adornada con el tipo de situaciones truculentas que hacen reír a parte del público mientras el resto se pregunta qué clase de persona tiene sentada al lado, capaz de reírse de algo así.
La película de Van Sant, en cambio, deja poco lugar a dudas respecto a quién es el bueno y quién es malo. La tierra prometida es un drama político protagonizado por Matt Damon, cuyo personaje tiene el encargo de convencer a unos granjeros estadounidenses de que vendan sus terrenos a una empresa energética que quiere explotar el gas del subsuelo con el método controvertido denominado fracking.
Según dijo Damon en la abarrotada rueda de prensa, querían hacer “una película sobre la identidad americana”.
Escribió el guión junto al coprotagonista John Krasinsk
i. Presentaron el filme junto a su director, Gus van Sant. Explicó Damon que habría querido dirigir él mismo la cinta, pero no pudo por razones de agenda.
Van Sant y él ya colaboraron previamente en Good Will Hunting, que le valió el oso de plata berlinés al mejor actor en 1998.
El otro filme a concurso en esta segunda jornada de la Berlinale, el de la directora polaca Mamgodka Szumowska, cuenta sin muchas bromas los problemas del joven cura católico Adam (Andrzej Chyra), destinado por la Iglesia a una parroquia de laPolonia profunda. Juega al fútbol y bebe cerveza con los jóvenes campesinos de la región mientras libra un combate íntimo con sus ganas de acostarse con alguno de ellos. La inutilidad de esta pelea se revela cuando conoce a Lukasz (Mateusz Kosciukiewicz).
La película es de factura esmerada, pero busca el debate y proyecta a la pantalla cuestiones polémicas en países de tradición católica: el celibato, la homosexualidad y los abusos a menores dentro de la Iglesia.
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