Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

27 feb 2013

Fassbinder se la juega en la taquilla

De izquierda a derecha, Lino Ferreira, José Luis Alcobendas y Daniel Moreno, en 'El café'. / cristóbal manuel

En el escenario de El café hay siete personajes y ocho tragaperras, baile maldito entre pobres diablos y las máquinas que devoran sus desesperadas vidas y bolsillos.
El dinero, cómo no, planea sobre esta obra que Rainer Werner Fassbinder adaptó en 1969 a partir de la comedia de Carlo Goldoni y que el brillante y autodestructivo autor de Las amargas lágrimas de Petra von Kant estreno a los 24 años, en plena efervescencia de su precoz talento.
Más de 40 años después, la purria de El café agita nuevamente un confortable patio de butacas, esta vez el del Teatro de La Abadía de Madrid, donde se estrena bajo la dirección del británico Dan Jemmett y en circunstancias excepcionales: ante los recortes, amenazado el montaje, los actores que interpretan El café decidieron el pasado mes de noviembre seguir adelante renunciando a su salario variable (solo cobran un mínimo) y dependiendo de la taquilla.
Una iniciativa de urgencia, insólita en un teatro público, que, según un comunicado del elenco, les arroja “a la realidad del mercado”. “Arriesgamos nuestro sueldo y apostamos por proyectos como este, esperando a un público que nos escuche”, dice el grupo en un comunicado que añade: “Un modelo de producción que deseamos que no se extienda”.
Fassbinder, en 1980. / Sygma/Corbis Etienne George
Es decir, el salario de José Luis Alcobendas, Jesús Barranco, Miguel Cubero, Lino Ferreira, Daniel Moreno, Lidia Otón, María Pastor y Lucía Quintana depende de un público dispuesto a conocer una obra incómoda y agria sobre una sociedad obsesionada por el dinero y las apariencias, codiciosa y corrupta, fea y desesperada. Un público dispuesto a recibir golpes en lugar de caricias, dispuesto a que no se lo pongan fácil.
 Un público que, según el director de La Abadía, José Luis Gómez, es cada vez más endeble como consecuencia de la carcoma que está dejando vacío el tejido cultural de un país en fatal descomposición.
Según explicaron ayer, en junio de 2012 los actores de El café firmaron el contrato con La Abadía para subir a escena la obra.
“A finales de noviembre, la fundación Teatro de La Abadía recibía la notificación de la cancelación de la subvención acordada que, sumada a los sucesivos recortes a las instituciones que forman su patronato, imposibilitaba la producción de este espectáculo. El 14 de diciembre nos comunicaron que se cancelaba el proyecto. Es entonces cuando los actores planteamos al teatro una propuesta de viabilidad que consiste en arriesgar nuestro sueldo”.
Nada de esto es motivo de alegría, coincidían ayer José Luis Gómez y el director del Círculo de Bellas Artes, Juan Barja, institución que en paralelo al montaje celebrará un ciclo dedicado al cine de Fassbinder. “En realidad, lo que plantea esta obra es una nueva oportunidad para cabrearse y no una nueva manera de subvencionar a artistas vagos”, señala el actor Daniel Moreno. “Frente al bombardeo del ‘no hay dinero’, del ‘no se puede hacer esto ni lo otro’, nosotros dijimos ‘sí, sí se puede’. Hay otras maneras. Dejar en el cajón este proyecto hubiera sido contribuir a ese gran fracaso, a esa indefensión a la que nos inducen día tras día”.
Daniel Moreno:"Ante el bombardeo del 'no hay dinero', dijimos sí, se puede"
Dan Jemmett, que bajó sus honorarios, habla de un intenso “trabajo de investigación” junto a sus actores para lograr una relectura precisa del texto del alemán. El café, que jamás se había puesto en escena en castellano, traducida ahora por Miguel Sáenz, nos devuelve el nervio de Fassbinder, ese hombre tosco y suicida, romántico que recelaba de cualquier sentimiento, que creía en un cine de “semen, sudor y lágrimas” y que en los años sesenta forjó en un sótano de Múnich las bases de su feroz Antiteatro.
No hay humor, dice Jemmett, en este café lleno de adictos al juego y a la cafeína, “oportunistas, embusteros, adúlteros, mafiosos y criados adinerados”. “La obra de Goldoni es graciosa, divertida, pero Fassbinder básicamente se dedicada a aniquilar todo eso. Más bien hace un retrato de algo muy parecido al infierno. Quizá hay restos de humor pero lo que Fassbinder quería era destruir la risa fácil del teatro burgués”.
Una obra ácida, nada complaciente con su público, pero más que nunca necesitada de él. “No creo en la calidad literaria de esta obra, que no funciona, si no en lo que fluye bajo su texto, un trabajo que requiere actores radicales y apasionados”, explica Jemmett.
“Creo que esta obra es hoy mucho más pertinente de lo que fue hace 40 años en Alemania, y representarla aquí, pese a las disficultades, es valiente y esencial.
 Aunque en los años sesenta Fassbinder deconstruyó la obra de Goldoni lo cierto es que aquel café, su ética, todavía significaba algo para él. Sin embargo, hoy ya no queda absolutamente nada de eso”
. Jemmett apunta entonces a un recorte de prensa reciente como simple ejemplo de toda esta desolación: “Hace unos días leí en un periódico inglés que un café había puesto el anuncio de tres puestos de trabajo de camarero a siete libras la hora.
 Se presentaron 1900 personas”. No hace falta más: miles de vidas alienadas por una desesperación que ya no distinguen entre café o casino, entre vida o tragaperras.

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