La librera no vende a autores como García Márquez o Cela por cómo tratan a las mujeres.
Primero, comunista; luego, feminista; desde hace más de tres décadas,
librera. Y, en los últimos años, librera feminista.
O viceversa. Ana Domínguez Loschi (Annency, Francia, 1950), una hija del Mayo del 68, acaba de dar un paso inusual en los tiempos que corren: abrir un negocio.
Una librería feminista, la segunda de Madrid. Un lugar recoleto, sin espacio para autores o textos que considera misóginos o con estereotipos sexistas. En ellos no cabe Blancanieves.
“Ser librera me da el poder de elegir a quién vendo”, dice con orgullo esta francesa sin ápice de acento galo y con abuelos españoles e italianos. Y no, no vende, por ejemplo, al Nobel García Márquez —por el tratamiento dado a la mujer en Memoria de mis putas tristes— ni a Camilo José Cela o los hermanos Grimm.
En los estantes recién estrenados a un paso del Palacio Real, la apuesta son las autoras: menos del 10% de los libros son de mano masculina —entre ellos, José Luis Sampedro o Mario Benedetti—. Domínguez, conocedora de los catálogos editoriales, todavía se asombra de que en alguna gran casa “menos del 5% de los autores son autoras, y la mayoría, de libros de cocina”.
Su mayor satisfacción es “descubrir a una escritora”.
Y recomendarla a la clientela. “En mi trabajo defiendo mis ideas”, recapitula.
Las tapas se enfrían mientras la librera echa vista atrás.
Llegó al feminismo por la lectura de los libros que vendía en la primera librería de mujeres, a mediados de los años ochenta. “Me revolucionó la vida. Dejé de militar en el comunismo y descubrí el mundo de las mujeres”
. Entonces dijo adiós al carné de hoz y martillo que tenía desde la adolescencia, primero en el Partido Comunista francés y en el español desde 1971.
“El comunismo sigue siendo una idea preciosa, una utopía a la que no se ha llegado nunca. El problema es en manos de quién ha estado”, plantea.
En su nueva causa ha visto “una fuerza transformadora” y ajena a las estructuras partidarias. “El feminismo no es un dogma. No es solo una teoría, sino una forma de comportarse en la vida.
Ser feminista es exigir tu libertad, liberar tu vida de autoritarismo”, afirma esta mujer “empeñada en cambiar el mundo a pequeña escala”.
Madre, esposa y abuela, Domínguez se ve marcada por “la rebelión popular” del Mayo del 68, que vivió como estudiante de Filosofía en Marsella. “Teníamos la sensación de que iba a cambiar todo”.
Pero luego ganó De Gaulle.
En España sintió miedo, pero también la ilusión de la llegada de la democracia. Épocas “en las que pensábamos que la historia iba para delante” y que contrastan con el “retroceso” actual.
“Cuando empezó el 15-M reviví el Mayo del 68, pero también ganó luego la derecha”, observa.
Tiempos en los que la ilusión lucha contra el desaliento. “Estos son los más tristes que he vivido. No hay una respuesta del Estado al descontento de la ciudadanía. El poder no se sienta a dialogar”, reflexiona.
“Antes”, dice Domínguez, “pensaba que la solución era una revolución, pero ahora no sé si se puede hacer”. Y vuelve a sus “pensamientos de librera”: “La salvación de las mujeres es cambiar a los hombres.
No queremos ser igual que ellos. Queremos ser nosotras, y ellos a nuestro lado, respetándonos en nuestra diferencia”.
O viceversa. Ana Domínguez Loschi (Annency, Francia, 1950), una hija del Mayo del 68, acaba de dar un paso inusual en los tiempos que corren: abrir un negocio.
Una librería feminista, la segunda de Madrid. Un lugar recoleto, sin espacio para autores o textos que considera misóginos o con estereotipos sexistas. En ellos no cabe Blancanieves.
“Ser librera me da el poder de elegir a quién vendo”, dice con orgullo esta francesa sin ápice de acento galo y con abuelos españoles e italianos. Y no, no vende, por ejemplo, al Nobel García Márquez —por el tratamiento dado a la mujer en Memoria de mis putas tristes— ni a Camilo José Cela o los hermanos Grimm.
En los estantes recién estrenados a un paso del Palacio Real, la apuesta son las autoras: menos del 10% de los libros son de mano masculina —entre ellos, José Luis Sampedro o Mario Benedetti—. Domínguez, conocedora de los catálogos editoriales, todavía se asombra de que en alguna gran casa “menos del 5% de los autores son autoras, y la mayoría, de libros de cocina”.
Su mayor satisfacción es “descubrir a una escritora”.
Y recomendarla a la clientela. “En mi trabajo defiendo mis ideas”, recapitula.
Las tapas se enfrían mientras la librera echa vista atrás.
Llegó al feminismo por la lectura de los libros que vendía en la primera librería de mujeres, a mediados de los años ochenta. “Me revolucionó la vida. Dejé de militar en el comunismo y descubrí el mundo de las mujeres”
. Entonces dijo adiós al carné de hoz y martillo que tenía desde la adolescencia, primero en el Partido Comunista francés y en el español desde 1971.
“El comunismo sigue siendo una idea preciosa, una utopía a la que no se ha llegado nunca. El problema es en manos de quién ha estado”, plantea.
En su nueva causa ha visto “una fuerza transformadora” y ajena a las estructuras partidarias. “El feminismo no es un dogma. No es solo una teoría, sino una forma de comportarse en la vida.
Ser feminista es exigir tu libertad, liberar tu vida de autoritarismo”, afirma esta mujer “empeñada en cambiar el mundo a pequeña escala”.
Madre, esposa y abuela, Domínguez se ve marcada por “la rebelión popular” del Mayo del 68, que vivió como estudiante de Filosofía en Marsella. “Teníamos la sensación de que iba a cambiar todo”.
Pero luego ganó De Gaulle.
En España sintió miedo, pero también la ilusión de la llegada de la democracia. Épocas “en las que pensábamos que la historia iba para delante” y que contrastan con el “retroceso” actual.
“Cuando empezó el 15-M reviví el Mayo del 68, pero también ganó luego la derecha”, observa.
Tiempos en los que la ilusión lucha contra el desaliento. “Estos son los más tristes que he vivido. No hay una respuesta del Estado al descontento de la ciudadanía. El poder no se sienta a dialogar”, reflexiona.
“Antes”, dice Domínguez, “pensaba que la solución era una revolución, pero ahora no sé si se puede hacer”. Y vuelve a sus “pensamientos de librera”: “La salvación de las mujeres es cambiar a los hombres.
No queremos ser igual que ellos. Queremos ser nosotras, y ellos a nuestro lado, respetándonos en nuestra diferencia”.
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