Ha muerto José Luis Borau
(Zaragoza, 1929 - Madrid, 2012).
Se dice pronto, pero el calado de la
noticia es profundo. Guionista, director, profesor, escritor, actor, expresidente de la Academia Española de Cine,de
la SGAE, miembro de la RAE y del patronato del Reina Sofía, y, sobre
todo, oráculo del cine español. Borau es un referente para varias
generaciones de cineastas que vieron en él a un símbolo de modernidad
primero y de ética después.
Hombre tan complejo y misterioso como el
arte para el que decidió entregar su vida, Borau trabajó para una
industria que siempre trascendió gracias a su enorme valentía y
sabiduría.
Un tuit de José Luis Cuerda escrito al calor de la noticia
quizá sirva como ejemplo: "Borau ha sido un maestro apasionado y tenaz
del que todos aprendimos una mirada y expresión ajustada.
Un gran
ejemplo del mejor cine español".
“Al cabo de un siglo largo de vida, el cine ha marcado la forma de
hablar y de escribir con huellas más abundantes y profundas de lo que
pudiera parecer a simple vista”.Así arrancó en 2008 su discurso de entrada en la RAE, donde ocupó la letra 'b' y donde defendió su eterno amor por el cine.
Su muerte hoy, con 83 años, no solo obligará a repasar su filmografía, sino a recordar su enorme compromiso con la libertad de expresión: en 1975 se negó a realizar los 40 cortes que la censura de un franquismo agonizante le exigía para dar luz verde a Furtivos, quizá su película más reconocida.
Borau venció en la pugna y aquel drama sobre un oscuro tiempo no tan pasado ganó la Concha de Oro en San Sebastián.
Casi 20 años después, otro episodio marcaría para siempre su imagen pública: el 31 de enero de 1998, siendo presidente de la Academia de Cine, sorprendió con otro gesto que le identificará siempre con su integridad moral. Borau subió al escenario de la gala de entrega de los Goya con sus manos pintadas de blanco para condenar el asesinato del concejal sevillano del PP Alberto Jiménez Becerril y a su esposa.
La foto convirtió al venerable presidente de la Academia en un hombre consecuente con su tiempo.
Solitario militante, siempre se quejó de el exceso de atenciones que recibía su persona.
“Soy un solitario frustrado, siempre hay gente alrededor, pero mi afán es la soledad. Tengo amigos, me invitan, me agasajan, y yo siempre estoy con una reserva: A ver si me dejan en paz", señaló en una larga entrevista con este periódico."Y no quiero que me dejan en paz para volver a la mecedora, no", decía en referencia al mueble heredado de la casa de su padres que le acompañó todo su vida. "La tengo en casa, es un amuleto, pero no me siento en ella por si la rompo
. Pero, sí, lo que me gusta hacer es lo que hacía en la mecedora: darle vueltas a todo, a la vida, a mis amigos, a la familia de entonces"
. Hoy, la vieja mecedora de Borau se detuvo. La impronta de su memoria seguirá acunando el cine español.
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