La calle sí hizo huelga. Y gritó
No creo que tras la jornada de ayer, 14 de noviembre, lo más
importante sea discutir sobre el éxito o el fracaso de la huelga. Me
apresuro a opinar, si me lo permiten, que no fue ni lo uno ni lo otro.
Media entrada, que se dice. Pero las manifestaciones acallaron las
discusiones. Cientos de miles de personas -¿alguien con los ojos
abiertos puede dudar de esa cifra?- se echaron a la calle para mostrar
su absoluto rechazo a la política económica del Gobierno de Mariano Rajoy. El intento de ocultarlas por parte de Abc, La Razón o El Mundo solo demuestra la categoría moral y profesional de la prensa que en este Ojo tenemos el gusto –y el sufrimiento- de catar para todos ustedes.
Está muy bien que los sindicatos piensen si han fracasado o no, y que reconsideren si en estos tiempos de crisis y de empleo más que precario puede tener éxito una huelga genérica de estas características, o si es mejor reflexionar sobre otro tipo de acciones. Pero el Gobierno también debería dejar en el cajón la autocomplacencia y empezar a recapacitar si no será conveniente buscar alguna salida a esta situación de ahogo que nadie sabe dónde puede acabar.
Lo que no falla, y así lo ha visto toda España, es que de una protesta ciudadana a otra la policía de este concreto Ministerio del Interior se esmera cada vez más en mostrar una violencia descarnada y desproporcionada. ¿Violencia de algunos manifestantes? Pues sí, claro. Unos salvajes. Y condenable como cualquier violencia. Cuidado: ya sabemos que la sangre del menor de Tarragona no es intencionada. Pero sí es producto de que unos valientes antidisturbios –en este caso Mossos d’Esquadra- golpearon con saña a alguien que no llevaba, precisamente, un kalashnikov entre las manos. Ni él ni sus acompañantes. Una vergüenza.
Está muy bien que los sindicatos piensen si han fracasado o no, y que reconsideren si en estos tiempos de crisis y de empleo más que precario puede tener éxito una huelga genérica de estas características, o si es mejor reflexionar sobre otro tipo de acciones. Pero el Gobierno también debería dejar en el cajón la autocomplacencia y empezar a recapacitar si no será conveniente buscar alguna salida a esta situación de ahogo que nadie sabe dónde puede acabar.
Lo que no falla, y así lo ha visto toda España, es que de una protesta ciudadana a otra la policía de este concreto Ministerio del Interior se esmera cada vez más en mostrar una violencia descarnada y desproporcionada. ¿Violencia de algunos manifestantes? Pues sí, claro. Unos salvajes. Y condenable como cualquier violencia. Cuidado: ya sabemos que la sangre del menor de Tarragona no es intencionada. Pero sí es producto de que unos valientes antidisturbios –en este caso Mossos d’Esquadra- golpearon con saña a alguien que no llevaba, precisamente, un kalashnikov entre las manos. Ni él ni sus acompañantes. Una vergüenza.
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