Se ha quedado por el camino la visita del poeta M., peruano en Nueva
York. Fue en mi casa de la Colina. También se vino, tras un año sin
vernos, otro poeta amigo, R., cubano de origen suizo.
El pleno sol de otoño nos daba en la cara a los tres, sentados por fuera del Okay, con el parque Güell a la vista.
Lo que se consume así, en borrador, ya dirá su palabra más adelante. Tal vez.
Nos habíamos carteado durante años cuando M. residía en Los Ángeles. A
punto del encuentro caí en la cuenta de que nunca nos habíamos conocido
en persona.
Hablaban, y era un gozo escucharlos, de las excursiones andinas, de los
viajes por el interior de México, las visitas a las riberas caribeñas.
Sucedió en vísperas de las elecciones en Cataluña. Seguíamos riendo a
carcajadas, a ver quién disparataba más, cuando, ya en la ciudad,
pasamos por delante de una mesa de propaganda independentista. Qué
severidad en el mirar cuando nos oyeron en nuestros variopintos
castellanos.
Días que se consumen y se quedan, en el mejor de los casos, en borrador.
Yo sigo prendido de la cadencia del libro que lo trajo hasta Barcelona, Fragmentos de una manzana y otros poemas.
Luna llena, olor de invierno, oro frío en el rostro. Eso fue de lo que
más me entusiasmó al llegar a Barcelona, a Europa: las estaciones. Y no
otoño o primavera. Directamente: invierno, el humo, el olor de la leña
en el frío.
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