"Este hombre no me da lecciones sobre sexismo y misoginia"
Ver a una primera ministra acusar al jefe de la oposición de
sexista y misógino es inédito.
Grave. Y un espectáculo, qué duda cabe
. Dos millones de internautas han visto ya vía YouTube lo que presenciaron los diputados australianos en un Parlamento, donde como en Westminster, los escaños son estrechos, los oradores no leen y las bancadas se dejan oír. Impacta hasta sin voz, no les cuento con voz: “Este hombre no me va a dar lecciones sobre sexismo y misoginia.
Ni ahora ni nunca. (…)
Si quiere saber qué aspecto tienen el sexismo y la misoginia en la Australia moderna no necesita una moción parlamentaria. Necesita un espejo”, le espeta una furiosa Julia Gillard, laborista, al liberal Tony Abbott, cuyo rostro muta de la sonrisilla inicial a la seriedad que el momento requiere.
Grave. Y un espectáculo, qué duda cabe
. Dos millones de internautas han visto ya vía YouTube lo que presenciaron los diputados australianos en un Parlamento, donde como en Westminster, los escaños son estrechos, los oradores no leen y las bancadas se dejan oír. Impacta hasta sin voz, no les cuento con voz: “Este hombre no me va a dar lecciones sobre sexismo y misoginia.
Ni ahora ni nunca. (…)
Si quiere saber qué aspecto tienen el sexismo y la misoginia en la Australia moderna no necesita una moción parlamentaria. Necesita un espejo”, le espeta una furiosa Julia Gillard, laborista, al liberal Tony Abbott, cuyo rostro muta de la sonrisilla inicial a la seriedad que el momento requiere.
Ahí me había quedado yo hasta que leí en la BBC que el diccionario de referencia en Australia, el Macquarie, ha actualizado su definición de misoginia tras
la tensa sesión en la Cámara de Canberra.
Si antes lo limitaba al “odio a las mujeres”, ahora lo extenderá también a los “prejuicios arraigados hacia las mujeres”. Sin duda la señora Gillard ha tenido que soportar a mucho estúpido a lo largo de su carrera política hasta convertirse en la primera mujer al frente de un Gobierno australiano.
Hace solo unos meses el señor Abbott tuvo la desfachatez de arengar a sus seguidores ante sendas pancartas que tildaban a Gillard de perra (bitch) y bruja (witch) en una manifestación ante el Parlamento.
Y cuenta la prensa de las antípodas que el liberal Abbott tiene, según las encuestas, un grave problema con muchas electoras, que aborrecen su estilo agresivo y sus pegas al aborto.
El caso es que Gillard se convirtió para muchos en una especie de heroína por llamar al pan pan y al vino vino. Y en sede parlamentaria nada menos, para que no quedara resquicio alguno a la duda.
Decía que la mandataria fue aplaudida en el extranjero. ¿Y en su país? Pues mitad y mitad, la verdad
. El motivo está en el contexto, eso que suele ser obviado en estas noticias que corren por las redes sociales a la velocidad del rayo.
Resulta que las acusaciones de sexismo y misoginia fueron pronunciadas como parte de la cerrada defensa que hizo la primera ministra del presidente del Parlamento, Peter Slipper, acusado nada menos que de acoso sexual a un colaborador.
Asunto que está en los tribunales y que era una amenaza a la exigua mayoría laborista.
“Quizá se ha convertido en la heroína de algunas feministas sacudiendo a Abbott pero ha traicionado el feminismo al intentar proteger a Slipper, que condenara los mensajes no es suficiente atenuante”, escribe la columnista Michelle Grattan en The Sidney Morning Herald.
Los mensajes en cuestión son los centenares de sms, groseros y sexistas, que mandó el presidente del Parlamento a su colaborador y supuesta víctima.
El acusado ha dimitido.
En Australia seguro que se ha hablado (y escrito) más que nunca sobre sexismo y misoginia, algunos habrán descubierto el parecido de la australiana con la Miranda de Sexo en Nueva York, pero es una pena que la primera ministra eligiera mal el contexto para denunciar estos arraigados males.
Si antes lo limitaba al “odio a las mujeres”, ahora lo extenderá también a los “prejuicios arraigados hacia las mujeres”. Sin duda la señora Gillard ha tenido que soportar a mucho estúpido a lo largo de su carrera política hasta convertirse en la primera mujer al frente de un Gobierno australiano.
Hace solo unos meses el señor Abbott tuvo la desfachatez de arengar a sus seguidores ante sendas pancartas que tildaban a Gillard de perra (bitch) y bruja (witch) en una manifestación ante el Parlamento.
Y cuenta la prensa de las antípodas que el liberal Abbott tiene, según las encuestas, un grave problema con muchas electoras, que aborrecen su estilo agresivo y sus pegas al aborto.
El caso es que Gillard se convirtió para muchos en una especie de heroína por llamar al pan pan y al vino vino. Y en sede parlamentaria nada menos, para que no quedara resquicio alguno a la duda.
Decía que la mandataria fue aplaudida en el extranjero. ¿Y en su país? Pues mitad y mitad, la verdad
. El motivo está en el contexto, eso que suele ser obviado en estas noticias que corren por las redes sociales a la velocidad del rayo.
Resulta que las acusaciones de sexismo y misoginia fueron pronunciadas como parte de la cerrada defensa que hizo la primera ministra del presidente del Parlamento, Peter Slipper, acusado nada menos que de acoso sexual a un colaborador.
Asunto que está en los tribunales y que era una amenaza a la exigua mayoría laborista.
“Quizá se ha convertido en la heroína de algunas feministas sacudiendo a Abbott pero ha traicionado el feminismo al intentar proteger a Slipper, que condenara los mensajes no es suficiente atenuante”, escribe la columnista Michelle Grattan en The Sidney Morning Herald.
Los mensajes en cuestión son los centenares de sms, groseros y sexistas, que mandó el presidente del Parlamento a su colaborador y supuesta víctima.
El acusado ha dimitido.
En Australia seguro que se ha hablado (y escrito) más que nunca sobre sexismo y misoginia, algunos habrán descubierto el parecido de la australiana con la Miranda de Sexo en Nueva York, pero es una pena que la primera ministra eligiera mal el contexto para denunciar estos arraigados males.
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