Lo que más me gusta de la segunda película del chileno Cristián Jiménez (1982), ‘Bonsái’ (2011), es el concepto del cual surge su estructura, que a la vez permite un juego entre realidad y ficción: Julio recibe la oferta de transcribir la novela de un autor consagrado, que finalmente se echa atrás. Fingiendo que ha obtenido el empleo, escribe él mismo la obra a partir de un mínimo punto de partida que le dio el escritor. Esto le obliga a recordar un amor de juventud, que en la película se va intercalando con los sucesos actuales, en los que corre el riesgo de cometer el mismo error que entonces.
La cinta se vertebra a través de la literatura, argumento por el que se conocen los enamorados y a partir del cual (o de las mentiras sobre este) construyen su romance juvenil. ‘En busca del tiempo perdido’ no es un título elegido al azar pues, aparte de la chanza que supone que ambos mientan al afirmar que han leído a Proust, lo que hace el personaje de Julio durante todos los capítulos de su madurez consiste en buscar ese tiempo que ni los espectadores ni él sabemos cómo perdió. Otras obras cumbre de la literatura se van sucediendo en las menciones y, lo que es más interesante, un análisis sobre la pasión lectora juvenil y sobre la pose de intelectualidad.
La otra metáfora, la de la vida y lustre de una planta, ya sea un trébol o un bonsái, no pierde la efectividad por ser clara en su descifrado. Si bien se ha utilizado ya para hablar de las relaciones de pareja, no solo en el cuento ‘Tantalia’, de Macedonio Fernández, que se parafrasea, sino en música (‘Dos gardenias’), aquí más que encontrarla manida, la podemos percibir evidente, no en el sentido de obvia, sino de insustituible.
Pasiones desapasionadas
La dirección de Jiménez de sus actores – Diego Noguera, Natalia Galgani, Trinidad González y Gabriela Arancibia– busca la contención naturalista hasta tal punto que, paradójicamente, casi sobrepasa el realismo y llega a percibirse irreal por su falta de exaltación o apasionamiento. Hugo Medina, tal vez interpretándose a sí mismo más que un papel, es el único que escapa esta definición.No estamos hablando de personajes flojos de carácter, sino de una elección de índole casi estética, ya que con el mismo poco ímpetu está marcado el humor. ‘Bonsái’ introduce reflexiones simpáticas y hasta bromas visuales de fácil consecución. La interpretación de sus actores, no obstante, reduce el tono humorístico de forma intencionada, como para dejar caer el chiste, pero sin hacer ver que está buscando la risa.
Esa falsa modestia se ejerce asimismo en la elección de los escenarios y la composición de los encuadres, que es más intencionada de lo que quiere aparentar. Sin embargo, ni esto ni la elección de la escritura como eje narrativo ni su carácter metaficcional y paródico la convierten en una película tan pretenciosa como se podría temer.
Impulso creador
Como añoranza del amor, ‘Bonsái’ me dice poco, por la mencionada falta de entusiasmo de los protagonistas –el personaje de Blanca, la más lúcida de todos, habla de esos hombres que se dan cuenta cuando es demasiado tarde–. Sin embargo, como reflexión sobre la necesidad de crear, de expresarse… en definitiva, de lo que supone escribir, sí la encuentro valiosa. Considero así que cualquiera que alguna vez haya tratado de poner una palabra tras otra para transmitir sus vivencias literariamente, encontrará en ‘Bonsái’ una complicidad. El ejercicio de escribir la novela de otro y que finalmente sea tan tuya, tan personal, me parece brillante y muy sugerente.Basada en la novela homónima de Alejandro Zambra (2006), ‘Bonsái’, que ha obtenido el premio Fipresci 2011 a la Mejor Película del Festival de cine de La Habana, se define a sí misma como una historia de amor, libros y plantas. Va creciendo y aumentando en intensidad según avanza, más que gracias a sus personajes, muy posiblemente a pesar de ellos. El quehacer diario y las costumbres cotidianas, carentes a simple vista de importancia, suponen una suma de experiencias que llevan a un final no por advertido de antemano menos emotivo. El conjunto funciona mejor que las partes y la profundidad de ciertas de sus observaciones compensa la insustancialidad de las acciones, así como el regusto a déjà vu –cine francés, cine indie estadounidense– en todos los temas tocados y en la forma de aproximarse a ellos.
Bueno yo me dormí, es la 2ª película de mi vida en la que me duermo.
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