Hoy ha llegado a la punta de la playa una pareja, con un niño adoptado, de pelo nórdico. Muy guapos, el mayor y el joven, limpios, educados. Del país, podría añadir, remedando a Pla. Aunque hubiera pensado lo mismo de ser la pareja nórdica y la criatura, canaria o del Alcarria. Guapos, limpios, educados, porque hay una chabacanería galopante, o imparable, desde hace décadas, como para dar también por imposible a este pequeño país.
Me preguntó, el joven, si el mar era peligroso, y me volví locuaz con los pormenores. ¡Hay que ver! Nos metemos en este extremo de Los Asules y si alguien se nos acerca bufamos, deplorando esa manía humana de hacinarse o consolarse
. Y llega una pareja y soy yo quien les levanta el mapa de los abismos y corrientes.
Al cabo de un rato estaban en el agua por turnos.
El mar se había amansado, las nubes habían aparecido y desaparecido. Uno va para peor.
Horas antes estaba por una pendiente cuando experimenté un vértigo tan ridículo como mortífero, con lo que he dejado para otro día saltar la barranquera que me habría llevado a Los Orígenes, rincón pavoroso y sobrenatural, al que hace dos años no me asomo, sin senderos, o apenas escarbados con las manos y borrados enseguida por los vientos y las piedras desprendidas, mínima la playa, cuando se deja ver entre las olas blancas y grandes, negrísima, apretada entre farallones de colores bermejos y azufrados, adonde no bajan ni las gaviotas y en donde los mismos cernícalos y aguiluchos sienten vahídos, en donde toda aquella masa grande que desalojó el volcán ni espera embarque ni erosión, permanente presencia de un grito del origen que ha acallado todas las cuevas que lo siguen presenciando, ciegas de sol y de silencio.
© José Carlos Cataño
No hay comentarios:
Publicar un comentario