Los Santo Domingo acostumbran a recibir el año nuevo en su casa de la isla de Barú, en el Caribe colombiano.
Es la única fecha en que toda la familia se reúne, porque no es fácil que sus múltiples actividades –sociales y empresariales– les dejen otra oportunidad. Cuando 2006 estaba a punto de concluir, invitaron a Carolina de Mónaco y su hijo Andrea Casiraghi.
Era la segunda vez que Andrea estaba entre la familia de su novia, Tatiana Santo Domingo, pero la primera que había ido acompañado por su madre. Andrea y Tatiana llevaban poco más de un año de noviazgo; ella ya había conocido a los Grimaldi cuando asistió en 2005 a la entronización del príncipe Alberto, había recibido la aprobación de doña Carolina (quien definió a la joven como “rica, guapa y educada”, según le han atribuido) y le pareció buena idea que su futura suegra conociera a su familia.
Fue el momento idóneo. Dos años después moría el que sería su consuegro, y otros dos años más tarde, el histórico pilar de la estirpe.
El patriarca, Julio Mario Santo Domingo, formó un emporio industrial que en su mejor época llegó a tener 140 empresas, como Bavaria —una de las mayores cerveceras del mundo—, la aerolínea Avianca, la aseguradora Colseguros, el canal Caracol Televisión, el diario El Espectador y la operadora Orbitel. Lo tachaban de “dandi mujeriego” hasta que un día sentó la cabeza y se casó con Edyala Braga, una socialite brasileña, cercana al dictador Getulio Vargas. Tuvieron un hijo, Julio Mario Santo Domingo Braga –banquero y promotor cultural, padre de Tatiana, muerto en 2009–. Al poco tiempo se divorciaron.
El patriarca volvió a casarse con otra socialite, pero esta vez colombiana: Beatrice Dávila. Se fueron a vivir a Nueva York, al décimo piso del mítico edificio marcado con el número 740 de Park Avenue –que también fue hogar de los Rockefeller, los Vanderbilt o los Guggenheim–, entre cuadros de Picasso, Dalí y Magritte, mirando al sur de Manhattan.
Y ahí falleció el pasado mes de octubre, a los 87 años de edad.
Tuvo tiempo, sin embargo, de inaugurar un año antes el colosal centro cultural que lleva su nombre en la zona norte de Bogotá. Siempre se ufanó de ser uno de los que veía en la cultura el remedo para la violencia que durante años ha aquejado a la sociedad colombiana.
Muerto su primogénito –que, además de Tatiana, tuvo otro hijo, y a ambos les corresponde su parte del legado–, los herederos de la fortuna, el prestigio y la labor de los Santo Domingo son los dos hijos que tuvo con Beatrice: Alejandro y Andrés.
Hace unos meses, cuando Alejandro Santo Domingo Dávila asumió las riendas del grupo empresarial de su familia, se convirtió, con 35 años de edad, en el segundo hombre más rico de Colombia (después del banquero Luis Carlos Sarmiento Angulo). Con 9.500 millones de dólares, es el millonario número 97 del mundo, según Forbes.
Estudió historia en la Universidad de Harvard y se formó, animado por su padre, como banquero de inversión en Nueva York, donde hoy es miembro de la junta directiva del Museo Metropolitano de Arte. Elegante y atractivo, desde hace años es un asiduo del papel cuché.
Ha salido con Amanda Hearst, heredera del emporio de prensa que lleva su apellido, y las modelos Eugenia Silva, Karen Larrain y Julie Henderson, despertando la envidia de montones de chicas colombianas.
Andrés Santo Domingo Dávila le deja las decisiones financieras a su hermano para centrarse en el mundo del arte y la música. En enero de 2008 se casó con Lauren Davis, antigua estilista de la edición estadounidense de Vogue. La boda fue en Cartagena de Indias y contó con 400 invitados; entre ellos, Barbara Bush, hija del expresidente George Bush, e Ivanka Trump. Andrés y Lauren han tenido un hijo y viven en Gramercy Park (Nueva York).
Ella vende ropa de grandes firmas de moda a través de la exitosa web Moda Operandi y él tiene una productora de música, Kemao.
Tatiana y Julio III son los hijos de Julio Mario Santo Domingo Braga y la brasileña Vera Rechulski. Julio III tiene 27 años, es el menor de toda la familia y es dj desde 2008.
Desde que inició su noviazgo con Andrea Casiraghi, Tatiana –cariñosamente, Tats– ha globalizado su apellido como ningún otro miembro del clan.
Se critica el hecho de que se la considere una de las “colombianas más famosas” a pesar de que no nació en el país, solo lo visite unos días al año y no pueda ocultar cierto deje estadounidense al hablar español. Junto a su novio forman un blanco predilecto de paparazis y rumores: ¿han roto?, ¿está embarazada?
Se conocieron en Francia cuando iban al instituto y años después se reencontraron gracias a Carlota Casiraghi, hermana de Andrea. Tatiana y su amiga Dana Alikhani han recorrido varios países hasta confeccionar un catálogo de “ropa multicultural” (para gypsetters como ellas: miembros nómadas de la jet-set) que venden como Muzungu Sisters.
Andrea es el segundo en la línea sucesoria al Principado de Mónaco, después de su tío Alberto. Ambos, por fin, se casarán el próximo año, según lo anunció a principios de este mes la princesa Carolina de Mónaco.
Tal vez la próxima Nochevieja Andrea y su madre vuelvan a la arena blanca de la isla de Barú para planear entre familias los detalles de la boda.
Es la única fecha en que toda la familia se reúne, porque no es fácil que sus múltiples actividades –sociales y empresariales– les dejen otra oportunidad. Cuando 2006 estaba a punto de concluir, invitaron a Carolina de Mónaco y su hijo Andrea Casiraghi.
Era la segunda vez que Andrea estaba entre la familia de su novia, Tatiana Santo Domingo, pero la primera que había ido acompañado por su madre. Andrea y Tatiana llevaban poco más de un año de noviazgo; ella ya había conocido a los Grimaldi cuando asistió en 2005 a la entronización del príncipe Alberto, había recibido la aprobación de doña Carolina (quien definió a la joven como “rica, guapa y educada”, según le han atribuido) y le pareció buena idea que su futura suegra conociera a su familia.
Fue el momento idóneo. Dos años después moría el que sería su consuegro, y otros dos años más tarde, el histórico pilar de la estirpe.
La mayoría de la prensa colombiana se limita a hacer eco de los éxitos económicos y filantrópicos de la familia Santo Domingo. Solo algunos medios se atreven a cuestionarla
Los Santo Domingo son el clan que encabeza la jet-set de Colombia, la “familia bien” alejada de los escándalos propios de otros miembros de la clase alta local. En las revistas de la Editorial Semana, las más leídas del país, por ejemplo, se limitan a hacer eco de sus éxitos económicos y filantrópicos.
Solo algunos medios se atreven a cuestionarlos. Hace casi un año, Jorge Ospina Sardi, columnista del sitio web LaNota.com, especializado en información financiera, escribió acerca del “jefe del clan”:
“Su omnipresente injerencia en la política de Colombia, su irrestricto apoyo a líderes políticos altamente cuestionados como Ernesto Samper y a otros claramente vinculados con el narcotráfico, su patética manipulación de esta clase política a favor de sus intereses, lleva a calificarlo como protagonista de primer nivel de ese capitalismo proteccionista y de connivencia, basado en el tráfico de influencias, que tanto daño ha hecho en América Latina.
Un contubernio entre gobierno y gran empresa para restringir competencia, obtener licencias exclusivas de negocios y favorecimientos de toda clase”.
Pero para la mayoría los Santo Domingo son, simplemente, multimillonarios, filántropos y amantes del arte; aquellos que prefieren Nueva York para vivir, pero realizan constantes viajes a Bogotá, Cartagena, Barranquilla o París, principalmente. Que aparecen una y otra vez en las listas de los más guapos, los solteros más codiciados, los más elegantes, los más hábiles inversionistas o los más solidarios.Discreción hipermediática
“Cuando vamos a un desfile y hay tantos fotógrafos, pienso: Dios mío, sí que deben estar quedándose sin ‘celebrities’…”, explicaba sobre su propia fama Tatiana Santo Domingo en una de sus rarísimas entrevistas, concedida a la edición española de ‘Vanity Fair’ en marzo.
Pese a frecuentar los círculos de la ‘jet-set’ internacional, la heredera aborrece los flases y cultiva un estilo alejado de la pomposidad propia de otras mediáticas herederas, como Paris Hilton. “Sea como sea, ¡Paris también trabaja!”, defendía en la misma revista.
“A todo el mundo le gusta inventarse cuentos de hadas sobre princesitas que pueden hacer lo que les dé la gana, cuando hay gente privilegiada que incluso así lucha por encontrar algo que le apasione, construir sobre ello y no tirar por la borda el dinero que sus padres le han dejado”.
El patriarca volvió a casarse con otra socialite, pero esta vez colombiana: Beatrice Dávila. Se fueron a vivir a Nueva York, al décimo piso del mítico edificio marcado con el número 740 de Park Avenue –que también fue hogar de los Rockefeller, los Vanderbilt o los Guggenheim–, entre cuadros de Picasso, Dalí y Magritte, mirando al sur de Manhattan.
Y ahí falleció el pasado mes de octubre, a los 87 años de edad.
Tuvo tiempo, sin embargo, de inaugurar un año antes el colosal centro cultural que lleva su nombre en la zona norte de Bogotá. Siempre se ufanó de ser uno de los que veía en la cultura el remedo para la violencia que durante años ha aquejado a la sociedad colombiana.
Muerto su primogénito –que, además de Tatiana, tuvo otro hijo, y a ambos les corresponde su parte del legado–, los herederos de la fortuna, el prestigio y la labor de los Santo Domingo son los dos hijos que tuvo con Beatrice: Alejandro y Andrés.
Hace unos meses, cuando Alejandro Santo Domingo Dávila asumió las riendas del grupo empresarial de su familia, se convirtió, con 35 años de edad, en el segundo hombre más rico de Colombia (después del banquero Luis Carlos Sarmiento Angulo). Con 9.500 millones de dólares, es el millonario número 97 del mundo, según Forbes.
Estudió historia en la Universidad de Harvard y se formó, animado por su padre, como banquero de inversión en Nueva York, donde hoy es miembro de la junta directiva del Museo Metropolitano de Arte. Elegante y atractivo, desde hace años es un asiduo del papel cuché.
Ha salido con Amanda Hearst, heredera del emporio de prensa que lleva su apellido, y las modelos Eugenia Silva, Karen Larrain y Julie Henderson, despertando la envidia de montones de chicas colombianas.
Hace unos meses, cuando Alejandro Santo Domingo Dávila asumió las riendas del grupo empresarial de su familia, se convirtió, con 35 años de edad, en el segundo hombre más rico de Colombia
Ella vende ropa de grandes firmas de moda a través de la exitosa web Moda Operandi y él tiene una productora de música, Kemao.
Tatiana y Julio III son los hijos de Julio Mario Santo Domingo Braga y la brasileña Vera Rechulski. Julio III tiene 27 años, es el menor de toda la familia y es dj desde 2008.
Desde que inició su noviazgo con Andrea Casiraghi, Tatiana –cariñosamente, Tats– ha globalizado su apellido como ningún otro miembro del clan.
Se critica el hecho de que se la considere una de las “colombianas más famosas” a pesar de que no nació en el país, solo lo visite unos días al año y no pueda ocultar cierto deje estadounidense al hablar español. Junto a su novio forman un blanco predilecto de paparazis y rumores: ¿han roto?, ¿está embarazada?
Se conocieron en Francia cuando iban al instituto y años después se reencontraron gracias a Carlota Casiraghi, hermana de Andrea. Tatiana y su amiga Dana Alikhani han recorrido varios países hasta confeccionar un catálogo de “ropa multicultural” (para gypsetters como ellas: miembros nómadas de la jet-set) que venden como Muzungu Sisters.
Andrea es el segundo en la línea sucesoria al Principado de Mónaco, después de su tío Alberto. Ambos, por fin, se casarán el próximo año, según lo anunció a principios de este mes la princesa Carolina de Mónaco.
Tal vez la próxima Nochevieja Andrea y su madre vuelvan a la arena blanca de la isla de Barú para planear entre familias los detalles de la boda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario