El palacio del Diamante de Ferrara fue la primera parada de la obra de Joaquín Sorolla (1863-1923) inspirada en los patios árabes andaluces y los jardines que tanto entusiasmaron a Juan Ramón Jiménez. Clausurada la exposición antes de tiempo por el terremoto que el 19 de febrero de este año hizo temblar la región italiana, la luz de estos óleos tardíos del pintor valenciano, en los que deliberadamente desterró la figura humana para situar en el centro la geometría de las plantas y los ambientes intimistas de soportales, estanques y fuentes, llega el viernes al palacio de Carlos V de la Alhambra en una especie de “reencuentro” con Granada y con Andalucía. ¿Regreso o reencuentro?, se pregunta Tomás Llorens, comisario de la muestra.
Más allá del dilema, para Sorolla el “descubrimiento” de la Alhambra y el Alcázar de Sevilla fue una reconciliación que provocó que en los últimos años de su vida le deslizó hacia una estética y una ética compartida por Juan Ramón.
“Aunque Jiménez y Sorolla eran de generaciones distintas, ambos coincidían en muchas cosas y sobre todo en su visión de España, buscaban esa otra España, honda y alejada de los clichés, que también necesitaban Lorca y Ortega y Gasset”, asegura Llorens.
El comisario, a quien también se debe la gran muestra de Hooper que en estos momentos triunfa en el Museo Thyssen de Madrid, ha indagado en la correspondencia entre Juan Ramón y Sorolla, pero también en la mantenida por el pintor y su esposa Clotilde.
De la lectura de ambas ha extraído conclusiones reveladoras.
Sorolla viaja a Sevilla en 1908 con el encargo de a hacer un retrato de Alfonso XIII, “y lo pasa fatal”, según dice. “Detesta las corridas de toros, le marean los flamencos, le escribe a su esposa que se va a acostar temprano por la noche porque no soporta a los andaluces”.
Como los poetas de la generación del 98, Sorolla abomina de la España casposa y vacía y va buscando la España “verdadera”; cuando “descubre”el Alcazar de Sevilla, en 1908, y un año después la Alhambra y Sierra Nevada, queda cautivado y se “reconcilia” con Andalucía.
De pronto, se encuentra con la misma música que inspiraba a Juan Ramón.
Se puede decir que la Alhambra cambia la vida de Sorolla.
Empieza a pintar patios, mármoles, cerámicas, estanques porticados, columnas y también jardines y ambientes interiores en los que se refugia como antes lo habían hecho otros pintores y escritores, y desde luego el propio Juan Ramón, al que conoció en 1904, cuando lo retrató por primera vez.
Posteriormente, cuando Archer Milton Huntington, fundador de la Hispanic Society of America, le encarga en 1911 decorar las paredes de la institución en Nueva York con los paisajes de España y vuelve a pintar a Juan Ramón Jiménez (en 1916), su atracción por la Andalucía de Juan Ramón es absoluta. Tanto es así, que en este último retrato coloca detrás del poeta Fuente y patio del Alcazar de Sevilla, cuadro que había hecho en 1910 y que vuelve a pintar ahora tal cual detrás de la figura de Juan Ramón.
Jardines de luz, que así se llama la exposición –después de Granada viajará en otoño al Museo Sorolla de Madrid- nos habla en silencio de esta relación a través de unas pinturas evocadoras y llenas de luz.
Son aproximadamente medio centenar de cuadros, más dos tercios aportados por el Museo Sorolla, estructurados en siete secciones (La Tierra, La Alhambra, El Agua, El Patio, El Jardín, Los Tipos y El Jardín de la Casa Sorolla).
Dice Llorens que en aquella España reencontrada gracias a aquellos jardines andaluces confluyen Juan Ramón y Sorolla.
“El poeta se siente al comienzo del suyo y proyecta su pregunta, como programa, hacia el futuro, mientras el pintor, que tiene detrás un pasado largo y saturado de experiencias y emociones contrastantes, disuelve la suya en el puro placer de pintar”.
Más allá del dilema, para Sorolla el “descubrimiento” de la Alhambra y el Alcázar de Sevilla fue una reconciliación que provocó que en los últimos años de su vida le deslizó hacia una estética y una ética compartida por Juan Ramón.
“Aunque Jiménez y Sorolla eran de generaciones distintas, ambos coincidían en muchas cosas y sobre todo en su visión de España, buscaban esa otra España, honda y alejada de los clichés, que también necesitaban Lorca y Ortega y Gasset”, asegura Llorens.
El comisario, a quien también se debe la gran muestra de Hooper que en estos momentos triunfa en el Museo Thyssen de Madrid, ha indagado en la correspondencia entre Juan Ramón y Sorolla, pero también en la mantenida por el pintor y su esposa Clotilde.
De la lectura de ambas ha extraído conclusiones reveladoras.
Sorolla viaja a Sevilla en 1908 con el encargo de a hacer un retrato de Alfonso XIII, “y lo pasa fatal”, según dice. “Detesta las corridas de toros, le marean los flamencos, le escribe a su esposa que se va a acostar temprano por la noche porque no soporta a los andaluces”.
Como los poetas de la generación del 98, Sorolla abomina de la España casposa y vacía y va buscando la España “verdadera”; cuando “descubre”el Alcazar de Sevilla, en 1908, y un año después la Alhambra y Sierra Nevada, queda cautivado y se “reconcilia” con Andalucía.
De pronto, se encuentra con la misma música que inspiraba a Juan Ramón.
Se puede decir que la Alhambra cambia la vida de Sorolla.
Empieza a pintar patios, mármoles, cerámicas, estanques porticados, columnas y también jardines y ambientes interiores en los que se refugia como antes lo habían hecho otros pintores y escritores, y desde luego el propio Juan Ramón, al que conoció en 1904, cuando lo retrató por primera vez.
Posteriormente, cuando Archer Milton Huntington, fundador de la Hispanic Society of America, le encarga en 1911 decorar las paredes de la institución en Nueva York con los paisajes de España y vuelve a pintar a Juan Ramón Jiménez (en 1916), su atracción por la Andalucía de Juan Ramón es absoluta. Tanto es así, que en este último retrato coloca detrás del poeta Fuente y patio del Alcazar de Sevilla, cuadro que había hecho en 1910 y que vuelve a pintar ahora tal cual detrás de la figura de Juan Ramón.
Jardines de luz, que así se llama la exposición –después de Granada viajará en otoño al Museo Sorolla de Madrid- nos habla en silencio de esta relación a través de unas pinturas evocadoras y llenas de luz.
Son aproximadamente medio centenar de cuadros, más dos tercios aportados por el Museo Sorolla, estructurados en siete secciones (La Tierra, La Alhambra, El Agua, El Patio, El Jardín, Los Tipos y El Jardín de la Casa Sorolla).
Dice Llorens que en aquella España reencontrada gracias a aquellos jardines andaluces confluyen Juan Ramón y Sorolla.
“El poeta se siente al comienzo del suyo y proyecta su pregunta, como programa, hacia el futuro, mientras el pintor, que tiene detrás un pasado largo y saturado de experiencias y emociones contrastantes, disuelve la suya en el puro placer de pintar”.
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