La fachada barroca del palacio del Marqués de Dos Aguas de Valencia le recuerda a Fernando Delgado unos cuadernos crema en los que aprendía caligrafía en su infancia tinerfeña con escaso aprovechamiento. “Tengo una letra infame. En ocasiones, ni yo mismo la entiendo”, confiesa. Poco más tarde, al leer la dedicatoria que hace de su última novela, se verá que exagera. “Las hay peores”, diré. Su última novela, que es de lo que hemos venido a hablar, se titula También la verdad se inventa. Un verso de un poema de Antonio Machado que dice así: “Se miente más de la cuenta / Por falta de fantasía: También la verdad se inventa”.
Del exceso del Marqués de Dos Aguas, sede del Museo Nacional de Cerámica, cuyas reformas se eternizan, nos hemos trasladado a El Ventorro, un restaurante familiar situado a dos pasos de la antigua Universidad de Valencia. Allí, frente a dos platos de lentejas —“las de mi abuela son exquisitas”, recuerda, en presente—, Delgado habla del libro, en el que la radio, medio en el que trabajó tantos años, es el hilo conductor. “No es una novela periodística, quede claro. La radio es una excusa, un pretexto, aunque al final termina siendo un personaje. Y ¿sabes? Para mí fue un reto literario transmitir ese lenguaje oral, que no puede ser una mera transcripción. Juan Cruz me hizo un gran elogio: ‘No te puedo decir nada de la novela, porque la estoy empezando; pero estoy oyendo la radio”. Cruz, cuando la acabó, escribió que este es “su mejor libro o, por lo menos, el más arriesgado de todos”.
Un estudio de radio, un programa en la madrugada que se convierte en un confesionario en el que los oyentes desnudan su personalidad más oculta, donde se habla de sexo, de la duplicidad sexual. “La radio es el medio más anónimo, el que induce más al cultivo de la imaginación, no hay imágenes como en las redes sociales; por eso sitúo la acción en una época anterior a Internet”. ¿La radio permite ser otro? “Rimbaud decía: Yo soy el otro. Todos somos otro. Y cada vez que sacamos nuestros mundos interiores surge la sexualidad que nos explica más de lo que creemos. En el libro se habla de la identidad sexual, pero eso no es lo importante. La novela reivindica el derecho al imaginario, a vivir. No hay sexo sin imaginación”. Una de las protagonistas de la novela, Almudena, la conductora de Suya es la palabra, dirá en un momento dado: “Lo mejor del programa ha consistido en descubrir en ustedes la necesidad que tiene el otro que nos habita de salir por algún lado”. Y Delgado explica que los versos de Machado son una defensa de la fantasía. “Cuando dice que la verdad se inventa no se refiere a la verdad que se adultera o al engaño, sino a las otras verdades a esas que descubrimos en nosotros mismos”.
Se acabaron las lentejas, como antes se acabó la ensalada o las croquetas de bacalao y pollo. Será entonces cuando el periodista pasee imaginariamente por Faura, un pueblo al norte de Valencia donde vive desde hace años, para aspirar el aroma de azahar que inunda el jardín de su casa o escuchar el sonido de una flauta o de un clarinete que surge desde una ventana. Entonces contará su pasión por la pintura y su vocación —¿la del otro?— por la música: “Me gustaría tocar un instrumento musical. Pero no componer”. Y lo dice un escritor que, a su manera, también compone.
Del exceso del Marqués de Dos Aguas, sede del Museo Nacional de Cerámica, cuyas reformas se eternizan, nos hemos trasladado a El Ventorro, un restaurante familiar situado a dos pasos de la antigua Universidad de Valencia. Allí, frente a dos platos de lentejas —“las de mi abuela son exquisitas”, recuerda, en presente—, Delgado habla del libro, en el que la radio, medio en el que trabajó tantos años, es el hilo conductor. “No es una novela periodística, quede claro. La radio es una excusa, un pretexto, aunque al final termina siendo un personaje. Y ¿sabes? Para mí fue un reto literario transmitir ese lenguaje oral, que no puede ser una mera transcripción. Juan Cruz me hizo un gran elogio: ‘No te puedo decir nada de la novela, porque la estoy empezando; pero estoy oyendo la radio”. Cruz, cuando la acabó, escribió que este es “su mejor libro o, por lo menos, el más arriesgado de todos”.
Un estudio de radio, un programa en la madrugada que se convierte en un confesionario en el que los oyentes desnudan su personalidad más oculta, donde se habla de sexo, de la duplicidad sexual. “La radio es el medio más anónimo, el que induce más al cultivo de la imaginación, no hay imágenes como en las redes sociales; por eso sitúo la acción en una época anterior a Internet”. ¿La radio permite ser otro? “Rimbaud decía: Yo soy el otro. Todos somos otro. Y cada vez que sacamos nuestros mundos interiores surge la sexualidad que nos explica más de lo que creemos. En el libro se habla de la identidad sexual, pero eso no es lo importante. La novela reivindica el derecho al imaginario, a vivir. No hay sexo sin imaginación”. Una de las protagonistas de la novela, Almudena, la conductora de Suya es la palabra, dirá en un momento dado: “Lo mejor del programa ha consistido en descubrir en ustedes la necesidad que tiene el otro que nos habita de salir por algún lado”. Y Delgado explica que los versos de Machado son una defensa de la fantasía. “Cuando dice que la verdad se inventa no se refiere a la verdad que se adultera o al engaño, sino a las otras verdades a esas que descubrimos en nosotros mismos”.
Se acabaron las lentejas, como antes se acabó la ensalada o las croquetas de bacalao y pollo. Será entonces cuando el periodista pasee imaginariamente por Faura, un pueblo al norte de Valencia donde vive desde hace años, para aspirar el aroma de azahar que inunda el jardín de su casa o escuchar el sonido de una flauta o de un clarinete que surge desde una ventana. Entonces contará su pasión por la pintura y su vocación —¿la del otro?— por la música: “Me gustaría tocar un instrumento musical. Pero no componer”. Y lo dice un escritor que, a su manera, también compone.
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