Se ha abierto una grieta en la aséptica fachada que la moda femenina ha ofrecido en las últimas temporadas. Por ella, se escapan coloristas y pintorescas representaciones de heroínas de cuento.
Algunas corresponden a relatos tradicionales, otros son completamente originales.
En la ropa para primavera/verano 2012, el folclore se mezcla con la fábula y los atuendos se muestran mucho más fantasiosos de lo que el minimalismo —estrechamente ligado a la incertidumbre económica— ha impuesto.
¿Qué? Largos vestidos bordados que no desentonarían en el armario de Blancanieves (Valentino), capas de las que podría servirse una nueva Caperucita Roja (Miu Miu) y trenzas capaces de competir con las de Rapunzel (Rodarte)…
Estas son algunas de las referencias más obvias a célebres personajes de la literatura infantil, pero también desfilan por las pasarelas internacionales múltiples criaturas de nuevo cuño.
En general, se nota un retorno a la intención narrativa y literaria en las colecciones.
Ya no se trata solo de ofrecer prendas eficaces que mantengan el negocio en marcha. Además, se trata de recuperar la capacidad de la moda para fabular, para concebir caracteres y para contar sus historias.
En Lanvin, Alber Elbaz imagina ángeles caídos y juega con toda su iconografía adyacente. Raf Simons escribe en Jil Sander un relato de mujeres reunidas en un salón de belleza de los años cincuenta con jerseys picassianos.
Marc Jacobs sube Louis Vuitton a un carrusel de colores azucarados en pleno Louvre y, en Madrid, Maria Escoté explora los límites entre el bien y el mal en una catarsis de cowboys y erotismo titulada El ansia.
¿Dónde? Realmente, cuesta encontrar un diseñador que esta temporada no haga alguna concesión a su faceta más cuentista.
Desde la proliferación de la teatral silueta peplum —que apareja un gran volante a la cintura de faldas o chaquetas— hasta el dominio de técnicas como la broderie anglaise y de los colores pastel, todo parece una invitación al romanticismo y la ensoñación más que al sentido práctico del vestir. Una idea no exenta de peligros.
Viktor&Rolf transforman a sus modelos en agigantadas muñecas. Pero para que la tendencia funcione no solo hay que abrazar la estética propia de la biblioteca infantil. Conviene insuflarle un relato universal —y, por lo tanto, también adulto— para no sucumbir ante un exceso de ingenuidad. Así, Elisa Palomino recrea las hadas florales de la era victoriana con un desfile que empieza oscuro y rígido y progresa hasta un estallido de ninfas cargado de sensualidad.
¿Por qué? Decía Roland Barthes que no tiene demasiado mérito adivinar lo que la moda impondrá en el futuro, ya que esta sigue una secuencia exacta de negación de lo inmediatamente anterior que la lleva a volver una y otra vez al mismo punto. Es cierto que el modelo soporta la repetición de una idea solo durante un tiempo limitado. En 2009, Phoebe Philo impuso un nuevo pragmatismo en Céline del que muchos se contagiaron. Casi tres años después, la necesidad de algo distinto resulta evidente y el quiebro hacia las fábulas no es, en el fondo, particularmente sorprendente. La moda defiende a menudo su capacidad para incorporar algo de sueño en la pegajosa sustancia gris de lo cotidiano. Es una declaración de intenciones que amalgama sensibilidades tan dispares como las de John Galliano o Maria Grazia Chiuri y Pierpaolo Piccioli, actuales directores creativos de Valentino. En este sentido, el éxito de visitantes de la exposición en el museo Metropolitan de Nueva York dedicada a Alexander McQueen —uno de los grandes escritores de la moda contemporánea— ha demostrado una vez más el enorme poder de seducción que tiene un buen relato en esta disciplina. En todo caso, la industria no está sola en su hambre de recuperar leyendas: casi al mismo tiempo, Charlize Theron y Julia Roberts se han convertido en la madrastra de Blancanieves en dos películas distintas y Peter Pan ha acampado en La Casa Encendida en un ciclo de coloquios y cine.
¿Cómo? Trasladar cuentos de hadas a la vida real no es fácil, ni para vivir ni para vestir. Hay que estar dispuesto a asumir cierta cuota de excentricidad, frustración y desencanto.
Pero es curioso observar cómo un grupo de jóvenes estilistas, diseñadoras y empresarias rusas se ha convertido en el núcleo humano más fotografiado en la puerta de cualquier desfile.
Precisamente, gracias a sus maniobras estilísticas para conciliar la fantasía, el folclore y lo contemporáneo.
Es muy posible que sus nombres no le digan nada, pero Vika Gazinskaya, Miroslava Duma, Anya Ziourova, Elena Perminova y Ulyana Sergeenko copan ahora mismo las revistas de moda del planeta. Resulta apropiado que procedan de un país tan rico en cuentos y tradiciones literarias.
Acaso por eso saben mejor cómo manejarlas.
¿Vale la pena? La perspectiva de abrir la ventana y que entre un soplo de fantasía en la terca y plomiza realidad en que vivimos es tentadora. Pero cruzar el umbral que separa ambas esferas entraña sus riesgos y puede convertir el sueño en una pesadilla.
No se puede negar que hay abundante bibilografía al respecto.
Algunas corresponden a relatos tradicionales, otros son completamente originales.
En la ropa para primavera/verano 2012, el folclore se mezcla con la fábula y los atuendos se muestran mucho más fantasiosos de lo que el minimalismo —estrechamente ligado a la incertidumbre económica— ha impuesto.
¿Qué? Largos vestidos bordados que no desentonarían en el armario de Blancanieves (Valentino), capas de las que podría servirse una nueva Caperucita Roja (Miu Miu) y trenzas capaces de competir con las de Rapunzel (Rodarte)…
Estas son algunas de las referencias más obvias a célebres personajes de la literatura infantil, pero también desfilan por las pasarelas internacionales múltiples criaturas de nuevo cuño.
En general, se nota un retorno a la intención narrativa y literaria en las colecciones.
Ya no se trata solo de ofrecer prendas eficaces que mantengan el negocio en marcha. Además, se trata de recuperar la capacidad de la moda para fabular, para concebir caracteres y para contar sus historias.
En Lanvin, Alber Elbaz imagina ángeles caídos y juega con toda su iconografía adyacente. Raf Simons escribe en Jil Sander un relato de mujeres reunidas en un salón de belleza de los años cincuenta con jerseys picassianos.
Marc Jacobs sube Louis Vuitton a un carrusel de colores azucarados en pleno Louvre y, en Madrid, Maria Escoté explora los límites entre el bien y el mal en una catarsis de cowboys y erotismo titulada El ansia.
¿Dónde? Realmente, cuesta encontrar un diseñador que esta temporada no haga alguna concesión a su faceta más cuentista.
Desde la proliferación de la teatral silueta peplum —que apareja un gran volante a la cintura de faldas o chaquetas— hasta el dominio de técnicas como la broderie anglaise y de los colores pastel, todo parece una invitación al romanticismo y la ensoñación más que al sentido práctico del vestir. Una idea no exenta de peligros.
Viktor&Rolf transforman a sus modelos en agigantadas muñecas. Pero para que la tendencia funcione no solo hay que abrazar la estética propia de la biblioteca infantil. Conviene insuflarle un relato universal —y, por lo tanto, también adulto— para no sucumbir ante un exceso de ingenuidad. Así, Elisa Palomino recrea las hadas florales de la era victoriana con un desfile que empieza oscuro y rígido y progresa hasta un estallido de ninfas cargado de sensualidad.
¿Por qué? Decía Roland Barthes que no tiene demasiado mérito adivinar lo que la moda impondrá en el futuro, ya que esta sigue una secuencia exacta de negación de lo inmediatamente anterior que la lleva a volver una y otra vez al mismo punto. Es cierto que el modelo soporta la repetición de una idea solo durante un tiempo limitado. En 2009, Phoebe Philo impuso un nuevo pragmatismo en Céline del que muchos se contagiaron. Casi tres años después, la necesidad de algo distinto resulta evidente y el quiebro hacia las fábulas no es, en el fondo, particularmente sorprendente. La moda defiende a menudo su capacidad para incorporar algo de sueño en la pegajosa sustancia gris de lo cotidiano. Es una declaración de intenciones que amalgama sensibilidades tan dispares como las de John Galliano o Maria Grazia Chiuri y Pierpaolo Piccioli, actuales directores creativos de Valentino. En este sentido, el éxito de visitantes de la exposición en el museo Metropolitan de Nueva York dedicada a Alexander McQueen —uno de los grandes escritores de la moda contemporánea— ha demostrado una vez más el enorme poder de seducción que tiene un buen relato en esta disciplina. En todo caso, la industria no está sola en su hambre de recuperar leyendas: casi al mismo tiempo, Charlize Theron y Julia Roberts se han convertido en la madrastra de Blancanieves en dos películas distintas y Peter Pan ha acampado en La Casa Encendida en un ciclo de coloquios y cine.
¿Cómo? Trasladar cuentos de hadas a la vida real no es fácil, ni para vivir ni para vestir. Hay que estar dispuesto a asumir cierta cuota de excentricidad, frustración y desencanto.
Pero es curioso observar cómo un grupo de jóvenes estilistas, diseñadoras y empresarias rusas se ha convertido en el núcleo humano más fotografiado en la puerta de cualquier desfile.
Precisamente, gracias a sus maniobras estilísticas para conciliar la fantasía, el folclore y lo contemporáneo.
Es muy posible que sus nombres no le digan nada, pero Vika Gazinskaya, Miroslava Duma, Anya Ziourova, Elena Perminova y Ulyana Sergeenko copan ahora mismo las revistas de moda del planeta. Resulta apropiado que procedan de un país tan rico en cuentos y tradiciones literarias.
Acaso por eso saben mejor cómo manejarlas.
¿Vale la pena? La perspectiva de abrir la ventana y que entre un soplo de fantasía en la terca y plomiza realidad en que vivimos es tentadora. Pero cruzar el umbral que separa ambas esferas entraña sus riesgos y puede convertir el sueño en una pesadilla.
No se puede negar que hay abundante bibilografía al respecto.
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