Sadomaso, mutilación, tortura.
Si alguno de ustedes pasó hace un año y medio por La Conservera, el centro de arte contemporáneo de Murcia, posiblemente se topara con Sonja Kinski sometida a todas estas perrerías.
Por fortuna, no era más que una videocreación de la artista Aïda Ruilova. Nuestra reportera Ángeles García cubrió el evento y se fumó un cigarrito de extranjis con la víctima, la hija de Nastassja Kinski, que, algo aburrida, le comentó que había aceptado participar en esa filmación porque la propuesta le había sonado “interesante”.
En un momento dado de la proyección, la mirada desafiante de Sonja fulminaba al espectador.
Resulta imposible no contemplar la herencia animal de su madre en esos ojos.
Nastassja cultivó una erótica del victimismo que la elevó a los altares del deseo a finales de los setenta, cuando Hollywood aún concedía un espacio para las bellezas polivalentes.
Ella misma tuvo que aprender a domar su gesto, capaz de transformarla en martirizada gacela (Tess) o en felina salvaje (El beso de la mujer pantera).
Tras un romance adolescente con Polanski, con tan solo 18 años se enfrentó a su primer desnudo, junto a Mastroianni, en Así como eres.
Una película que ahora aborrece.
Sonja, su hija, que acaba de cumplir 26, se pasó buena parte de su debut como actriz –la adaptación de un relato de Murakami, All God’s children can dance– retozando como vino al mundo. Pero se la veía bastante más desenvuelta que a su progenitora.
A Sonja la descubrimos en cuanto dio el estirón. Tommy Hilfiger se marcó el tanto de destetarla ofreciéndole una paga extra como embajadora de su marca.
Desde entonces, adoptó para sí el patrón de hija de exmodelo adolescente convertida en actriz.
Solo que el papel que ha de darle el éxito nunca llega.
Quizá por eso, esta semana ha proclamado desde las páginas de Paris Match que sí, que ella lo que quiere es ser actriz.
Y ha aprovechado la coyuntura para dejar claro que apenas tiene relación con su padre, el productor egipcio Ibrahim Moussa (del que Nastassja se divorció cuando Sonja tenía seis años), que quien le da mejores consejos es su expadrastro, el músico Quincy Jones, y que la simple mención de su abuelo, el enloquecido Klaus, que abandonó a su madre de cría, ha estado siempre prohibida en su casa.
Todo en el tono naíf de quien se ha criado en una casa con piscina en Bel Air rodeada de perros y gatos. Pero al contemplar el fuego que bulle tras esas pupilas, algo nos dice que estamos ante una fiera esperando a que un productor avispado le abra pronto la jaula.
Si alguno de ustedes pasó hace un año y medio por La Conservera, el centro de arte contemporáneo de Murcia, posiblemente se topara con Sonja Kinski sometida a todas estas perrerías.
Por fortuna, no era más que una videocreación de la artista Aïda Ruilova. Nuestra reportera Ángeles García cubrió el evento y se fumó un cigarrito de extranjis con la víctima, la hija de Nastassja Kinski, que, algo aburrida, le comentó que había aceptado participar en esa filmación porque la propuesta le había sonado “interesante”.
En un momento dado de la proyección, la mirada desafiante de Sonja fulminaba al espectador.
Resulta imposible no contemplar la herencia animal de su madre en esos ojos.
Nastassja cultivó una erótica del victimismo que la elevó a los altares del deseo a finales de los setenta, cuando Hollywood aún concedía un espacio para las bellezas polivalentes.
Ella misma tuvo que aprender a domar su gesto, capaz de transformarla en martirizada gacela (Tess) o en felina salvaje (El beso de la mujer pantera).
Tras un romance adolescente con Polanski, con tan solo 18 años se enfrentó a su primer desnudo, junto a Mastroianni, en Así como eres.
Una película que ahora aborrece.
Sonja, su hija, que acaba de cumplir 26, se pasó buena parte de su debut como actriz –la adaptación de un relato de Murakami, All God’s children can dance– retozando como vino al mundo. Pero se la veía bastante más desenvuelta que a su progenitora.
A Sonja la descubrimos en cuanto dio el estirón. Tommy Hilfiger se marcó el tanto de destetarla ofreciéndole una paga extra como embajadora de su marca.
Desde entonces, adoptó para sí el patrón de hija de exmodelo adolescente convertida en actriz.
Solo que el papel que ha de darle el éxito nunca llega.
Quizá por eso, esta semana ha proclamado desde las páginas de Paris Match que sí, que ella lo que quiere es ser actriz.
Y ha aprovechado la coyuntura para dejar claro que apenas tiene relación con su padre, el productor egipcio Ibrahim Moussa (del que Nastassja se divorció cuando Sonja tenía seis años), que quien le da mejores consejos es su expadrastro, el músico Quincy Jones, y que la simple mención de su abuelo, el enloquecido Klaus, que abandonó a su madre de cría, ha estado siempre prohibida en su casa.
Todo en el tono naíf de quien se ha criado en una casa con piscina en Bel Air rodeada de perros y gatos. Pero al contemplar el fuego que bulle tras esas pupilas, algo nos dice que estamos ante una fiera esperando a que un productor avispado le abra pronto la jaula.
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