Nos vamos muriendo.
Del muro de su terraza sobresalen dos sillas, dos camisas al sol lechoso de este mediodía.
Ha dejado de ser el chico más guapo de las fiestas, el más sonriente.
Se calma, junto al muro de ladrillo rojo, con un cuerpo que le ha traído la madrugada.
Ahora, cuando va a las fiestas, cuando se levanta de las mesas de jurados a los que continúa perteneciendo, los jóvenes se ríen de su miopía grave, de sus arrugas desordenadas, de las gorras absurdas con que se toca la cabeza. Para eso nos quiere el tiempo. Para asistir al desmoronamiento
. Uno tras otro, a veces de una sola guadaña, van desapareciendo los acompañantes. Solo ese cuerpo, semidesconocido, tumbado al sol junto a él. Esto es mediodía, y respira lo justo para no apurar demasiado el instante. Este cuerpo que ya no desear tocar.
Ese rostro cuyo enigma me es indiferente. No más misterios. Solo la certeza de la proa deslumbrante contra las olas llenas de sol y rabia callada. Que venga de pronto también la muerte. Como este cuerpo extraño que toma el sol a mi lado se me verá a mí.
Como un enigma insignificante.
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