Lo primero que hay que aclarar es que este es “el otro” Manuel Patarroyo, aunque no le guste el apelativo. El más conocido es su hermano mayor, Manuel Elkin, famoso por una polémica vacuna contra la malaria, a quien él llama por su segundo nombre.
“En casa le llamábamos Elkin, por eso mi padre, que quería que un hijo suyo se llamara Manuel como él, me bautizó a mí así.
Pero, de repente, en la universidad empezaron a ponerle el Manuel también a Elkin”, comenta jovial. Lo otro que este Patarroyo (Girardot, Colombia, 1956) comparte con su hermano es el interés por la investigación, que él ha enfocado en la oncología.
Esta vocación le ha marcado tanto que es una de las causas —junto a su esposa, Annette—, para que lleve 33 en años en Suecia. “Fui a Helsinki a hacer la tesis, y acabé en el Instituto Karolinska”.
Y está claro que algo —al menos, los horarios— se le han pegado de Suecia, porque la cita para cenar es a las siete de la tarde. Aunque decir cenar es ser optimista. Patarroyo pide una crema que deja casi a medias. “He desayunado y he comido mucho”, se disculpa. Se desquitará al día siguiente, cuando, después de la conferencia que va a dar en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), que le ha invitado a Madrid, vaya a comer uno de sus platos favoritos: paella.
En la charla expondrá el estado de sus trabajos, que se centran en la “biología de la adherencia”
. “Esto es importante porque las células no están sueltas, se pegan unas a otras. Y eso sucede no solo para la formación de órganos, sino en todos los procesos.
Por ejemplo, cuando hay una infección, los leucocitos tienen que unirse a la pared de los vasos antes de atravesarlos para luego migrar y llegar a donde está la infección.
En procesos inflamatorios eso está muy estudiado, y nosotros lo que queremos demostrar es que hay un proceso similar en los tumores, ya que el proceso de una metástasis es muy parecido”, aclara.
Se trata de un trabajo de laboratorio. “Durante mi periodo de formación tuve que tratar con pacientes, pero a mí lo que me gusta es la investigación clínica”, dice sin tapujos. Y le gusta tanto que no admite otra afición. Por eso no se plantea la jubilación. “Solo trabajo, trabajo y trabajo”. “Y familia, familia y familia”. Tiene una hija y, como si fuera un sueco nativo, cuenta el reparto de horarios con Annette —“casi al 50%, menos la cocina”— para cuidarla. “Ahora ya no, que tiene 19 años”.
Su trabajo en el Karolinska tiene otra curiosidad. Esta institución es la encargada de proponer a la Academia sueca los candidatos a los Nobel
. “Y suceden cosas muy curiosas, como que un investigador norteamericano aprovecha que va a dar una conferencia a Río de Janeiro y se pasa por Estocolmo a hacernos una visita..
. ¡Como le pilla de paso!”, dice con ironía. “Eso sí, vienen con todo preparado. Saben a quién tienen que visitar, conocen tu trabajo...”.
Esta visión desde dentro del proceso que está detrás del premio más prestigioso del mundo le permite afirmar que “en los premios Nobel hay modas, como en todo”.
Como en otras citas de este tipo, al final el entrevistado toma las riendas.
Después de la infusión, acompaña al periodista a la puerta del hotel. Y uno se va con la sensación de que ha contestado a más preguntas (sobre política, precios de la vivienda, el 15-M, el caso Urdangarin) que las que ha hecho.
“En casa le llamábamos Elkin, por eso mi padre, que quería que un hijo suyo se llamara Manuel como él, me bautizó a mí así.
Pero, de repente, en la universidad empezaron a ponerle el Manuel también a Elkin”, comenta jovial. Lo otro que este Patarroyo (Girardot, Colombia, 1956) comparte con su hermano es el interés por la investigación, que él ha enfocado en la oncología.
Esta vocación le ha marcado tanto que es una de las causas —junto a su esposa, Annette—, para que lleve 33 en años en Suecia. “Fui a Helsinki a hacer la tesis, y acabé en el Instituto Karolinska”.
Y está claro que algo —al menos, los horarios— se le han pegado de Suecia, porque la cita para cenar es a las siete de la tarde. Aunque decir cenar es ser optimista. Patarroyo pide una crema que deja casi a medias. “He desayunado y he comido mucho”, se disculpa. Se desquitará al día siguiente, cuando, después de la conferencia que va a dar en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), que le ha invitado a Madrid, vaya a comer uno de sus platos favoritos: paella.
En la charla expondrá el estado de sus trabajos, que se centran en la “biología de la adherencia”
. “Esto es importante porque las células no están sueltas, se pegan unas a otras. Y eso sucede no solo para la formación de órganos, sino en todos los procesos.
Por ejemplo, cuando hay una infección, los leucocitos tienen que unirse a la pared de los vasos antes de atravesarlos para luego migrar y llegar a donde está la infección.
En procesos inflamatorios eso está muy estudiado, y nosotros lo que queremos demostrar es que hay un proceso similar en los tumores, ya que el proceso de una metástasis es muy parecido”, aclara.
Se trata de un trabajo de laboratorio. “Durante mi periodo de formación tuve que tratar con pacientes, pero a mí lo que me gusta es la investigación clínica”, dice sin tapujos. Y le gusta tanto que no admite otra afición. Por eso no se plantea la jubilación. “Solo trabajo, trabajo y trabajo”. “Y familia, familia y familia”. Tiene una hija y, como si fuera un sueco nativo, cuenta el reparto de horarios con Annette —“casi al 50%, menos la cocina”— para cuidarla. “Ahora ya no, que tiene 19 años”.
Su trabajo en el Karolinska tiene otra curiosidad. Esta institución es la encargada de proponer a la Academia sueca los candidatos a los Nobel
. “Y suceden cosas muy curiosas, como que un investigador norteamericano aprovecha que va a dar una conferencia a Río de Janeiro y se pasa por Estocolmo a hacernos una visita..
. ¡Como le pilla de paso!”, dice con ironía. “Eso sí, vienen con todo preparado. Saben a quién tienen que visitar, conocen tu trabajo...”.
Esta visión desde dentro del proceso que está detrás del premio más prestigioso del mundo le permite afirmar que “en los premios Nobel hay modas, como en todo”.
Como en otras citas de este tipo, al final el entrevistado toma las riendas.
Después de la infusión, acompaña al periodista a la puerta del hotel. Y uno se va con la sensación de que ha contestado a más preguntas (sobre política, precios de la vivienda, el 15-M, el caso Urdangarin) que las que ha hecho.
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