Se trata ya de una tragedia en directo, contada por entregas, con unos decorados fascinantes —un buque de pasajeros roto en medio del paraíso que es Toscana—, un malo rotundo, el ya famoso capitán Francesco Schettino, y unos diálogos insuperables como el que, a la 1.46 de la madrugada del sábado, sostienen el protagonista —que ya ha abandonado su barco— y el comandante De Falco, de la capitanía de Livorno. De fondo, el crucero de 17 pisos iluminado y hundiéndose, los 4.000 náufragos luchando por llegar a la isla de Giglio:
—Escuche, Schettino, hay personas atrapadas a bordo. Vaya con su lancha por debajo de la proa de la nave, por el lado derecho. Súbase a bordo y me dice cuántas personas están allí. ¿Está claro? Estoy grabando esta conversación, comandante Schettino.
—Pero, ¿se da cuenta de que está oscuro y no se ve nada?
—¿Y quiere volver a su casa, Schettino? ¿Está oscuro y quiere volver a su casa? Suba a proa por la escalera y me cuenta qué se puede hacer, cuántas personas hay y qué necesitan. ¡Ahora!
El documento sonoro es brutal. Sobre todo porque no es ficción. De ello dan fe los cuerpos sin vida —once ya— que trabajosamente van siendo rescatados del interior del buque. Según las últimas estimaciones, 22 viajeros de distintas nacionalidades siguen desaparecidos, entre ellos una niña de cinco años. La dramática realidad del naufragio frena a duras penas el folletín en que se está convirtiendo el caso en Italia. El capitán, convertido en chivo expiatorio de unas prácticas que no son nuevas ni desconocidas —la de acercar los cruceros a tierra para mayor espectáculo—, declaró durante la jornada del martes ante una juez de Grosseto. Según su abogado, el capitán reconoció estar al mando en el momento del accidente.
Pero es lo único. A pesar de las grabaciones, Schettino no solo niega que abandonara el barco, sino que está orgulloso de su manera de actuar una vez que se produjo la colisión con una roca del fondo. “Sus maniobras”, reivindicó el letrado, “salvaron a cientos, a miles de personas”.
La juez decidió anoche que el capitán del Costa Concordia —a quien le pueden caer 15 años de prisión por los presuntos delitos de homicidio culposo múltiple, naufragio y abandono de la nave— siga el proceso en arresto domiciliario.
La conversación de la 1.46 de la madrugada del sábado no es la primera que sostienen Schettino y el responsable de la Capitanía de Livorno.
Ya lo han hecho dos veces con anterioridad. La primera, a las 21.49 del viernes, unos minutos después de la colisión frente a la isla. Pero esa conversación no se produce porque el capitán haya activado la alarma de accidente, sino porque uno de los 3.200 pasajeros ha telefoneado a la comisaría de los Carabinieri y estos se han puesto en contacto con la capitanía.
Es desde Livorno desde donde llaman al puente de mando del Costa Concordia para saber si va todo bien. “Solo un problema técnico”, responde el capitán.
A la 0.42, ya en medio del naufragio, la Capitanía vuelve a llamar a Schettino y le pregunta por el número de personas que aún quedan en el barco.
El capitán da una respuesta tan vaga que hace sospechar al comandante De Falco. Tan es así que le hace la pregunta fatal:
—¿Usted está a bordo?
—No, no estoy a bordo porque la nave está “appoppando”. La hemos abandonado.
—Pero, ¡cómo ha abandonado la nave!
—No… Estoy aquí, estoy coordinando la ayuda.
—¡Qué está coordinando ahí...! Vaya a bordo y coordine el socorro desde allí.
Una hora después, a la 1.46, el capitán del Costa Concordia y el responsable aquella madrugada de la Capitanía de Livorno vuelven a hablar por teléfono.
En esa grabación —reproducida hasta el infinito por internet—, el capitán Schettino, a quien sus compañeros definen como un marino brillante, parece noqueado, ajeno al drama que están viviendo en ese momento los pasajeros y los tripulantes de su barco.
—Los socorristas están ya en la proa. ¡Hay muertos!
—¿Cuántos son?
—Eso me lo tiene que decir usted.
La tragedia por entregas continúa y necesita más combustible.
Es cierto que la grabación no hace más que apretar las esposas alrededor de las muñecas de Schettino. Pero no solo. El capitán, a la vista de lo ya publicado, acercó el barco a Giglio para hacerle un regalo absurdo a su jefe de comedor —natural de la isla—, provocó el accidente, huyó como un cobarde… Pero la opinión pública empieza a preguntarse, ¿es él el único culpable? ¿Por qué no funcionó tampoco la cadena de mando? Los responsables de la naviera ya han comparecido para admitir que fue un “error humano” de su capitán. Sin embargo, siguen sin contestar a una pregunta clave: ¿no existe ningún cortafuego entre la bravata ocasional de un capitán y la vida de miles de personas…? Continuará.
—Escuche, Schettino, hay personas atrapadas a bordo. Vaya con su lancha por debajo de la proa de la nave, por el lado derecho. Súbase a bordo y me dice cuántas personas están allí. ¿Está claro? Estoy grabando esta conversación, comandante Schettino.
—Pero, ¿se da cuenta de que está oscuro y no se ve nada?
—¿Y quiere volver a su casa, Schettino? ¿Está oscuro y quiere volver a su casa? Suba a proa por la escalera y me cuenta qué se puede hacer, cuántas personas hay y qué necesitan. ¡Ahora!
El documento sonoro es brutal. Sobre todo porque no es ficción. De ello dan fe los cuerpos sin vida —once ya— que trabajosamente van siendo rescatados del interior del buque. Según las últimas estimaciones, 22 viajeros de distintas nacionalidades siguen desaparecidos, entre ellos una niña de cinco años. La dramática realidad del naufragio frena a duras penas el folletín en que se está convirtiendo el caso en Italia. El capitán, convertido en chivo expiatorio de unas prácticas que no son nuevas ni desconocidas —la de acercar los cruceros a tierra para mayor espectáculo—, declaró durante la jornada del martes ante una juez de Grosseto. Según su abogado, el capitán reconoció estar al mando en el momento del accidente.
Pero es lo único. A pesar de las grabaciones, Schettino no solo niega que abandonara el barco, sino que está orgulloso de su manera de actuar una vez que se produjo la colisión con una roca del fondo. “Sus maniobras”, reivindicó el letrado, “salvaron a cientos, a miles de personas”.
La juez decidió anoche que el capitán del Costa Concordia —a quien le pueden caer 15 años de prisión por los presuntos delitos de homicidio culposo múltiple, naufragio y abandono de la nave— siga el proceso en arresto domiciliario.
La conversación de la 1.46 de la madrugada del sábado no es la primera que sostienen Schettino y el responsable de la Capitanía de Livorno.
Ya lo han hecho dos veces con anterioridad. La primera, a las 21.49 del viernes, unos minutos después de la colisión frente a la isla. Pero esa conversación no se produce porque el capitán haya activado la alarma de accidente, sino porque uno de los 3.200 pasajeros ha telefoneado a la comisaría de los Carabinieri y estos se han puesto en contacto con la capitanía.
Es desde Livorno desde donde llaman al puente de mando del Costa Concordia para saber si va todo bien. “Solo un problema técnico”, responde el capitán.
A la 0.42, ya en medio del naufragio, la Capitanía vuelve a llamar a Schettino y le pregunta por el número de personas que aún quedan en el barco.
El capitán da una respuesta tan vaga que hace sospechar al comandante De Falco. Tan es así que le hace la pregunta fatal:
—¿Usted está a bordo?
—No, no estoy a bordo porque la nave está “appoppando”. La hemos abandonado.
—Pero, ¡cómo ha abandonado la nave!
—No… Estoy aquí, estoy coordinando la ayuda.
—¡Qué está coordinando ahí...! Vaya a bordo y coordine el socorro desde allí.
Una hora después, a la 1.46, el capitán del Costa Concordia y el responsable aquella madrugada de la Capitanía de Livorno vuelven a hablar por teléfono.
En esa grabación —reproducida hasta el infinito por internet—, el capitán Schettino, a quien sus compañeros definen como un marino brillante, parece noqueado, ajeno al drama que están viviendo en ese momento los pasajeros y los tripulantes de su barco.
—Los socorristas están ya en la proa. ¡Hay muertos!
—¿Cuántos son?
—Eso me lo tiene que decir usted.
La tragedia por entregas continúa y necesita más combustible.
Es cierto que la grabación no hace más que apretar las esposas alrededor de las muñecas de Schettino. Pero no solo. El capitán, a la vista de lo ya publicado, acercó el barco a Giglio para hacerle un regalo absurdo a su jefe de comedor —natural de la isla—, provocó el accidente, huyó como un cobarde… Pero la opinión pública empieza a preguntarse, ¿es él el único culpable? ¿Por qué no funcionó tampoco la cadena de mando? Los responsables de la naviera ya han comparecido para admitir que fue un “error humano” de su capitán. Sin embargo, siguen sin contestar a una pregunta clave: ¿no existe ningún cortafuego entre la bravata ocasional de un capitán y la vida de miles de personas…? Continuará.
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