Me he encontrado unos brazos flotando en la memoria
y, casi por instinto, me he tocado los míos,
y he calmado la angustia al saber que aquí siguen,
desgastados, escuálidos, buscando los bolsillos
del pantalón vaquero que visto de uniforme;
pegados a los hombros como niños sin rumbo
que, por miedo a extraviarse, se agarran a una mano.
Sin embargo, los brazos que habitan mi memoria
no me dejan tranquilo, e irrumpen en mis sueños
moviéndose y clamando en todas direcciones,
igual que ramas de árboles arrancadas de cuajo
y huérfanas pululan los confines del mundo.
(Es curioso lo del andar errante de las ramas partidas:
al principio parece que, superado el miedo,
intentan torpemente llevar su vida propia
hasta que penan solas sintiendo que la savia
no atraviesa sus venas y quedan desangradas
y muertas para siempre detrás de unos suspiros)
He intentado, sin suerte, saber su procedencia
y el sentido que tiene su presencia en mi mente
sabiendo como saben que yo tengo mis brazos
y que no necesito de trasplantes ni injertos
Los he visto subiendo por lugares inhóspitos
tratando de quedarse en mis hombros desnudos
suplicando cobijo y amparo entre los vivos,
esbozando sonrisas fraternales y tiernas.
Son pequeños, y buscan en los parques del alma
un columpio de flores que los lleve muy lejos,
que potencie y dé savia a su venas resecas
y transporte sus sueños más allá de la muerte.
A veces me da miedo pensar que se han caído
del cuerpo de algún niño machacado en combate
y no han podido luego retornar a su cuerpo
y vagan solitarios buscando explicaciones.
No he tenido coraje, ni corazón, ni ganas
para hacer que abandonen mi memoria cansina,
y he dejado que sigan torpemente mis pasos
y a todas partes vienen como si fueran míos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario