Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

9 oct 2011

El tercer sexo

El top Andrej Pejic desafía el orden binario de géneros desfilando en pasarelas masculinas y femeninas. ¿Fenómeno puntual o nueva revolución sexual?.
Dice Jean Paul Gaultier que la belleza del modelo Andrej Pejic no es de este mundo. Y debemos darle la razón por partida doble.
Tanto porque la androginia de Pejic, deslumbrante y turbadora, es de una perfección que se diría celestial, ya que la fascinación que su rareza de género ejerce entre los tótems de la moda no se corresponde con lo que hoy por hoy el mundo de aquí abajo reserva en lo cotidiano a las personas como él, a los raros como ella.




Para el cierre de su último desfile de la colección primavera-verano 2011 en la Semana de la Moda de París, Gaultier vistió a Pejic de novia.
Y Pejic avanzó hacia un imaginario altar imprimiendo a su personaje tal esplendor y convicción que todo el mundo quiso casarse con ella, con él. Steven Meisel, Teller Juergen, Mert&Marcus, Eugenio Recuenco: tiene subyugados a los fotógrafos más influyentes.
Marc Jacobs, Vivienne Westwood, Raf Simons, Galliano, Paul Smith: lo reclaman los modistos más prestigiosos del mundo. Y Pejic aprovecha el tirón y posa para Vogue París o realiza el más exquisito desfile vistiendo, indistintamente, colecciones de hombre y de mujer.
 Mientras, en muchas calles, una indefinición de género semejante sigue siendo asunto de alto riesgo. Cuando menos, motivo de incomprensión y de desprecio.



Pejic, por su parte, ha comentado que esnifa estrógenos con su amiga Lea T. y que estaría dispuesto a implantarse pechos de silicona con tal de poder desfilar para Victoria’s Secret.
 Con declaraciones de tamaña insolencia, el modelo hace saltar las alarmas más convencionales.
 ¿Tan perverso puede llegar a ser el afán de notoriedad que fomenta esta sociedad del espectáculo? ¿O son los ensordecedores cantos de sirena de la industria de la moda el brillo cegador de sus promesas? Algunos sospecharán que sí, dado que quien proclama algo tan desconcertante tiene solo 19 años y ya es el foco donde se concentran los ojos más ilustres de la moda. Porque el matrimonio de Pejic está resultando de los más prósperos del fashion business. Tanto, que ha desembarcado en Nueva York anunciando que no está dispuesto a levantarse por las mañanas por menos de 50 dólares. ¿50 dólares? Así que, en realidad, es un bromista.
Sí, ironiza con el fulgor de su éxito tanto como con la extrañeza que suscita la cuestión de su identidad. No solo eso. Con la misma osadía con la que recorre la pasarela vestido de mujer, critica al sistema capitalista, tilda de retrógrada a la sociedad o carga contra la intolerancia del conservadurismo.
 Dice que, entre desfile y desfile, lee a Trotsky.




Aunque Gaultier ha aportado mucho a su visibilidad, de la integración trans deben ocuparse los políticos, no los diseñadores (Carlos Díez)


¿De dónde sale alguien así? ¿Es un sofisticado producto de la industria para atraer la atención hacia unas pasarelas intimidadas por la crisis?
Para el artista visual Joan Morey, no cabe duda.
Experto en propuestas culturales contemporáneas y en tendencias de moda, Morey cree que Pejic «no tiene ningún control sobre su imagen, todo se dispone a modo de intercambio contractual entre su agencia y los clientes». Michael A. Donas, headbooker de la agencia de modelos Happy Mondays, coincide con esta visión: «Este mundo necesita impactar, reinventarse continuamente. Kate Moss surgió como una alternativa a las mujeres barbies y muy altas. Los modelos son un producto para vender imagen y él tiene un look andrógino que encaja con lo que le hacía falta al sector. Es su momento». Que sea el propio Pejic quien insista en que está aquí para ganar dinero («Supongo que soy un riesgo calculado por parte de la industria porque tengo lo mejor de ambos sexos: soy ese ansiado lienzo en blanco capaz de asumir carga masculina y femenina») induce a Del LaGrace Volcano, artista intersexual y fotógrafa de la comunidad transexual y queer, a matizar la opinión de que constituya un fenómeno mediático más: «En parte, puede ser así, pero alguien que se expresa de ese modo demuestra una excepcional inteligencia y una extraordinaria conciencia de sí mismo. Decir que no es más que un producto del marketing sería negar su personalidad».






No podemos saber cuál es ese otro mundo al que se refiere Gaultier, en donde la belleza es como la de Pejic; pero podemos preguntarnos por qué surge alguien como él (o como la brasileña Lea T. o el holandés Valentijn de Hingh, modelos transexuales) precisamente en un mundo como el nuestro y en un momento como el actual.
«Un mundo de mentes adormecidas», acusa Morey, «y un tiempo incauto, ignorante y perezoso, que olvida con facilidad los movimientos radicales y transgresores del pasado». Que, tal y como advierte el modista Lorenzo Caprile, certifica la muerte de la postmodernidad.
Un mundo en crisis no solo económica, sino también política, ecológica, moral.
 La historia demuestra que, en situaciones así, las sociedades se vuelven continuistas, tienden a replegarse, a aliviarse en lo convencional, se aferran a lo malo conocido antes de correr el riesgo añadido de lo que queda por conocer. Alguien como Andrej Pejic, que desafía una de las convenciones básicas, la del género, no tendría cabida en un mundo así.
 Sin embargo, todos se rinden a sus pies
. Acaso, precisamente, porque de esa fractura, de la falla que la crisis abre sobre un suelo que se tambalea, solo puede surgir alguien que no necesita de las mismas coordenadas: alguien de otro mundo que recuerde que es posible, que inste a la rebelión y que nos tiente a ser libres, a experimentar, a derribar barreras. «El género», señala Del LaGrace Volcano, «es el último bastión de la civilización tal como la conocemos».
Y Pejic, «aunque su belleza no sea peligrosa ni suponga un desafío al ideal imperante –alto, delgado, rubio: la mujer blanca de Richard Dyer–», desestabiliza las dos únicas categorías donde culturalmente se ha permitido clasificar el género de las personas: hombre y mujer. Esa indefinición en la identidad de género provoca, según Raquel (Lucas) Platero, docente y escritor transexual, una evidente inseguridad: «Con solo estar en la misma habitación, personas como Andrej o como yo generamos una pregunta en los demás. Interpelamos a las nociones de la normalidad, al orden binario establecido». ¿Puede haber conceptos más relacionados que crisis e inseguridad?






La llegada de Pejic representa una ventana abierta a la rareza de género y, en particular, a la transexualidad.
Sus palabras y su imagen traen aire fresco a un paisaje minado de prejuicios y de confusión. «Que alguien como él o como el cantante Anthony, que gustan a tanta gente, se declare transexual y hable sobre la identidad de género arroja mucha luz sobre la escena», celebra Carla Antonelli, primera diputada transexual de la historia de España. «Porque la gente se mueve por estereotipos, por clichés prejuiciosos; y cuando una persona transexual va a buscar trabajo, no se lo dan, pues siguen anclados en la imagen en blanco y negro, en la exclusión.
 Pero no nos extrañemos: la primera mujer conductora, la primera bombera, la primera que bajó a una mina, la primera negra que se sentó en un asiento reservado para blancos, todas esa primeras veces han sido noticia, solo las han cuestionado los machistas empedernidos, los racistas».
 Antonelli ha sido elegida por la revista
Tiempo una de las 100 españolas del siglo XXI: «El importante mensaje que subyace es el del respeto a mi identidad, a mi libertad. Es la consideración pura, sin más».
 Y eso es lo que Pejic destaca de su experiencia con la celebridad:
 «Ahora me respetan, antes era solo una cosa mona disfrazada».






¿Significan estas señales que ha llegado una suerte de «hora trans»? Algunos son escépticos. «Ojalá. En las sociedades occidentales estamos empezando a ser más capaces de convivir con lo transexuales, pero siempre que estén en espacios no amenazantes.
 No sé si somos tan capaces de convivir con ello cuando es algo más cotidiano y cercano. No sé si no generaría más alarma social.
Si tu profe, tu compañera de trabajo o la pareja de tu hermano fuera una persona transexual, tal vez no te gustaría», lamenta Platero.
 El propio Pejic ha sido víctima de esta fobia: la revista Dossier denunció a la prestigiosa librería norteamericana Barnes&Noble por tratar de censurar una de sus portadas, en la que el modelo aparece con el torso desnudo en una exquisita imagen de la fotógrafa Collier Schorr.





«Si existieran casos como el de Andrej Pejic entre las estrellas de fútbol, asistiríamos de verdad a un gran cambio de mentalidad.
Hace años llevar pendientes era, directamente, de maricones; pero desde que David Beckham se los puso, es muy normal ver a padres e hijos con brillantes hasta en los dientes», reflexiona el diseñador Carlos Díez, que sitúa el fenómeno Pejic en sus justos límites de influencia social.
 Creador de colecciones calificadas de andróginas, Díez siempre ha utilizado los mismos tejidos, colores, estampados y formas para hombres y para mujeres, y en su tienda no hay percheros para unos y otras, todo está mezclado.
 «Tengo clientes de todo tipo, incluidos transexuales, y en mis desfiles, además de modelos profesionales, siempre hay amigos y gente anónima de todo género y orientación sexual; simplemente, el tipo de gente con la que convivo.
Y si bien Gaultier ha aportado mucho a la visibilidad y a la mezcla de géneros, razas y estatus sociales, de ciertos aspectos de la integración de los transexuales deben ocuparse los políticos, no los diseñadores», comenta.
En este terreno, el panorama no es muy esperanzador que digamos, si tenemos en cuenta que en España, uno de los países más avanzados del mundo en derechos LGBT (movimiento que los transexuales iniciaron en Stonewall en 1969), el Partido Popular, favorito para ganar las próximas elecciones generales, tiene recurrida la modificación de la ley que permite los matrimonios gais.
Así que, de transexuales, ni hablamos.
Para algunos, su belleza sigue siendo de otro mundo

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