El reciente descubrimiento de las supuestas minas del rey Salomón en una localidad de Jordania reabre la polémica sobre la historicidad de los relatos recogidos en el Antiguo Testamento. La idea que ha llegado a nosotros de Salomón y la Reina de Saba, en gran parte a través de la película de King Vidor, se rompe como un frágil cristal cuando indagamos en la vida de sus supuestos protagonistas.
Con el nacimiento de la arqueología moderna en el siglo XIX, muchos investigadores han excavado en busca de los lugares y los personajes bíblicos. En una mano llevaban una Biblia y en la otra un pico. Buscaban topónimos similares a los del Antiguo Testamento, leyendas locales de personajes parecidos a los que en él se describen y, finalmente, hundían el pico en el suelo. Es un sistema peligroso pero que ha dado resultados positivos en otras especialidades. Siguiendo esta práctica –aunque empleando fuentes bien diferentes– algunos pioneros de la arqueología han tenido éxito. Ayudándose de la Ilíada de Homero, Heinrich Schliemann (1822-1890) descubrió Troya en la actual Turquía. Con la Geografía de Estrabón en la mano, Auguste Mariette (1821-1881) halló el Serapeum en Sakkara (Egipto). Pero lo que más toca la fibra sensible de los científicos es la historia de la Biblia. ¿Existió el Diluvio Universal? ¿Cuándo gobernó el rey David? ¿Cuál fue el monte en el que Moisés habló con Dios? ¿Dónde se encuentra el reino de Saba? Quizá la pregunta que habría que anteponer a estos interrogantes es: ¿son verdaderamente históricos los relatos descritos en el Antiguo Testamento? En las últimas décadas la experiencia ha demostrado que la inmensa mayoría de ellos son auténticos mitos. Ni existieron esos personajes ni esos lugares y, desde luego, nada tienen que ver con lo que realmente sucedió. No obstante, sí se puede explorar un trasfondo real que puede abrir un pequeño resquicio a la duda sobre su historicidad.
Sin nombre
El libro I de los Reyes (capítulo 10, versículos 113) nos cuenta la llegada de una extraña mujer –la Reina de Saba–al reino unificado de Israel gobernado por el sabio Salomón. En la capital fue recibida por este, que era el tercer y último soberano de aquel fabuloso reino (c. 970-931 a.C.). Pero los textos no mencionan nombre alguno. Solo cuenta con un título, el de soberana de una rica tierra, Saba, que “llegó a Jerusalén con gran número de camellos que traían aromas, gran cantidad de oro y piedras preciosas”. En la Biblia se habla de la reina de Shebá, término hebreo que todos los expertos han traducido como Saba, identificándolo así con una antigua región ubicada en el actual Yemen, en la zona meridional de la Península Arábiga. Precisamente, Yemen significa “país del Sur”, en contraposición con Siria, “país del Norte”. En el siglo I a.C. Plinio el Viejo cuenta en su Historia natural que “los sabeos son riquísimos por la fertilidad de sus bosques olorosos, además de por sus minas de oro, por el regadío de sus campos y por su producción de miel y cera”, elementos que se han asimilado a la Saba de Salomón. Quizá sea esta la fuente más popular a través de la cual conocemos la relación de la reina con el monarca judío. Podemos completar el retrato con el testimonio recogido en el Corán, donde la reina tampoco tiene nombre. Al igual que en la Biblia, se limita a referirse a ella empleando su título real. La sagrada escritura islámica añade solo que el hijo de la reina tenía un pie humano y otro de cabra. Este detalle totalmente legendario se amplía en algunos relatos árabes posteriores en los que se cuenta que la propia Reina de Saba no tenía piernas humanas, sino patas de cabra. Salomón puso a prueba su sabiduría urdiendo un ardid para conocer qué había de verdad en el misterio que rodeaba a las extremidades de la soberana. Por eso la recibió en un salón con el suelo cubierto de espejos. Así descubrió que era una mujer normal. En cualquier caso, la historia de esta mujer es un verdadero puzzle formado por leyendas, folclore, tradiciones milenarias y, quizá, algo de historia real. Es precisamente en algunas de estas versiones islámicas muy posteriores en las que la reina adopta una personalidad más veraz. Recibe un nombre, Bilquis, que, curiosamente, coincide con el de un fantástico templo (Mahram Bilquis, el “templo de Bilquis”) cuyas ruinas se pueden ver en Marib, la antigua capital comercial de Yemen meridional. La identificación del reino de Saba con este país árabe surge a partir de las investigaciones de Wendel Phillips en el templo de la Luna, en Marib, en el año 1951, y se ha perpetuado la tradición hasta nuestros días. Allí se desarrolló entre los siglos X y II a.C. la cultura de los sabeos, cuyo reino, el de Saba, fue uno de los más prósperos de la Antigüedad. Su desaparición se fecha en el año 115 a.C., cuando la tribu semítica árabe de los himyaríes consiguió reducirlo. La ciudad más importante de Saba fue –entre los siglos VII y II a.C.– la actual Marib, al este de Sana, capital de Yemen. Durante su esplendor, este particular reino de Saba contó con numerosas colonias comerciales instaladas en puntos estratégicos de las rutas comerciales que iban hasta Palestina.
Saba, según la Biblia: Una mujer incrédula
Así nos describe la Biblia la llegada de la Reina de Saba al reino de Salomón: “La Reina de Saba había oído la fama de Salomón y vino a probarle por medio de enigmas. Llegó a Jerusalén con gran número de camellos que traían aromas, gran cantidad de oro y piedras preciosas; al llegar Salomón le dijo todo cuanto tenía en su corazón. Salomón resolvió todas sus preguntas. No hubo ninguna proposición oscura que el rey no le pudiese resolver. Cuando la Reina de Saba vio toda la sabiduría de Salomón y la casa que había edificado, los manjares de su mesa, las habitaciones de sus sirvientes, el porte de sus ministros y sus vestidos, sus coperos y los holocaustos que ofrecía en la Casa de Yavhé, se quedó sin aliento, y dijo al rey: `¡Verdad es cuanto oí decir en mi tierra de tus palabras y tu sabiduría! No daba yo crédito a lo que se decía hasta que he venido y lo he visto con mis propios ojos, y hallo que no dijeron ni la mitad. Tu sabiduría y tu prosperidad superan todo lo que oí decir´”. (I Reyes 10, 1-8).
Las Minas del Rey Salomón: Ni oro, ni plata
La figura del rey sabio israelí ha saltado a la primera plana de las noticias arqueológicas de los últimos meses gracias al descubrimiento de unas minas en Khirbat en-Nahas (Jordania). Se explotaron hace 3.000 años y de ellas no se extraía ni oro ni plata, como señala la leyenda, sino cobre.
Pero el valor de este metal en aquella época y, sobre todo, la constatación cronológica de que las minas se explotaron durante el reinado de Salomón hacen pensar a los investigadores que se trata del famoso yacimiento que dio riqueza al último soberano del Israel unificado.
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