Una escultura gigante de la actriz con la imagen que la convirtió en icono, sujetando la falda de su vestido, atrae a turistas y provoca el rechazo de residentes y críticos de arte .
La tentación no vive arriba, sino en Chicago.
Los turistas que visitan estos días la ciudad situada en la orilla del lago Michigan se han encontrado con una estatua de ocho metros de altura que refleja a Marilyn Monroe en la imagen que la convirtió en icono cinematográfico: sujetando la falda de su vestido blanco, mientras esta vuela libre al viento que emana una rejilla del metro.
Mientras los turistas se han apresurado a añadir el monumento a la lista de lugares imprescindibles que visitar en Chicago, las palabras más benévolas que le han dedicado los residentes y críticos de arte locales son que se trata de una horterada y que es machista.
La escultura se exhibe desde el mes pasado en una plaza al aire libre, pero dentro de una propiedad privada de la inmobiliaria Zeller, en la avenida de Michigan. En principio permanecerá allí hasta la próxima primavera. La Marilyn gigante se ha convertido ya en una atracción en sí misma, muy a pesar de los entendidos en arte locales. El principal argumento en su contra es que no tiene nada que ver con Chicago, ya que la película original, de Billy Wilder y rodada en 1954, está ambientada en Nueva York. Otros, y no son pocos, defienden, además, que la propia ciudad nada tiene que ver con Las Vegas.
Cercana a la obra del artista Jeff Koons, pero sin su ironía, la escultura de Marilyn, del artista Seward Johnson, se incluye en la vertiente del pop art norteamericano que gusta de erigir en escala monumental escenas de la vida y el arte.
Para muchos, esa estatua de Marilyn es al film original lo que la pirámide del casino Luxor de Las Vegas es al edificio primigenio en Egipto: una copia de mal gusto. "Mal gusto, sí.
Y a escala gigante", escribió la columnista Mary Schmich en el diario The Chicago Tribune. "Tan hortera como un espectáculo pornográfico".
Johnson, el escultor, es responsable de sembrar Estados Unidos de obras similares. En San Diego, por ejemplo, hay una estatua suya de ocho metros que retrata la clásica fotografía de Victor Jorgensen en la que un marinero celebra con un beso a su novia la victoria de EE UU sobre Japón, en 1945.
Ya en 1980, dos esculturas suyas en Connecticut le granjearon acusaciones de racista y machista.
Una era una imagen de bronce de unos niños ojeando una revista erótica.
La otra representaba a un joven negro con un gran radiocasete pegado a su oído, una pose que las agrupaciones afroamericanas calificaron de estereotípica e insultante.
"Esa cosa es horripilante", ha escrito sobre la escultura de Marilyn el columnista Richard Roeper en el diario The Chicago Sun-Times. "Aun peor que la escultura en sí misma es el tipo de comportamiento fotográfico que está inspirando. Hombres (y mujeres) le lamen la pierna a Marilyn, se quedan embobados bajo su falda, apuntan a sus bragas gigantes mientras las miran lascivamente y se ríen.
No es que la escultura en sí misma sea escandalosa o sexista u obscena, pero provoca en nosotros comportamientos juveniles".
La escultura pesa 17 toneladas, se forjó en acero inoxidable y aluminio en un periodo de dos años, consta de tres partes diferentes y se instaló en tres días.
Al estar en propiedad privada, el gobierno local no evaluó su conveniencia artística o su efecto sobre el turismo.
Se limitó a conceder el permiso de colocación.
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