"-¿Quieres subir? -dijo Mellors-. Hay una vela.
Hizo un gesto vivo con la cabeza para indicar la vela que ardía sobre la mesa. Ella cogió, obedientemente, y él contempló la curva llena de sus caderas al subir los primeros escalones.
Fue una noche de pasión sensual, en la que ella se sintió un poco asustada y casi renuente, traspasada de nuevo por los penetrantes estremecimientos de la sensualidad distintos y más agudos y terribles que los de la ternura, y en ese instante, más deseables. Aunque un poco asustada, le dejó hacer, la desnudó hasta lo más profundo haciendo de ella una mujer distinta.
No era amor, verdaderamente. No era voluptuosidad.
Era una sensualidad aguda, y abrasadora como el fuego, que hacía arder el alma como una tea. (...)
-¿Es hora de levantarse? -dijo ella.
-Son las seis y media.
-Descorre las cortinas, ¿quieres?
El sol brillaba ya por encima de las tiernas hojas verdes de la mañana, y el bosque se alzaba azulenco y fresco en la proximidad. Connie se sentó en la cama, y miró soñolienta por la ventana abuhardillada, juntándose los pechos con los brazos desnudos. Él se vistió. Ella medio soñaba con la vida, con una vida junto a él: una vida tan solo".
Es lo que quería Connie, Lady Chatterley, y finalmente lo iba a lograr aquel verano, después de cuatro meses de haber empezado el dichoso y doloroso cambio de su vida, cuando una mañana gris de febrero fue a dejar un recado a la casa del guardabosque de Wragby y lo vio bañándose con una palangana en el jardín en medio del silencio. Una escena que significó el comienzo de su descubrimiento personal, la salvación de sí misma.
Con esa historia titulada El amante de Lady Chatterley (publicada en 1928 en Florencia, Italia, porque en Reino Unido sólo fue hasta 1960), D. H. Lawrence (Inglaterra, 1885-1930) creó una novela que, más allá de sus espléndidas escenas de erostismo y censurada por "obscena", reivindica el derecho de la mujer a la igualdad en el placer, el deseo y la pasión sexual y amorosa como parte de su realización como individuo. Lawrence desplegó en esta historia un duelo entre las costumbres, la razón, la voluntad y los deseos, entre las formas antagónicas del ver el mundo: vitalismo e intelectualismo.
Aquel día del primer encuentro en invierno, Mellors no la vio y no supo lo que la esposa de Clifford contempló: "Había sido una visión singular: la había golpeado de pleno. Vio los pesados pantalones delizándose sobre los puros, blancos y delicados flancos en los que se insinuaban los huesos, y la invadió un sentimiento de soledad, de criatura compleamente sola.
Era la blanca, perfecta, solitaria desnudez de una criatura que vive sola, interiormente sola.
Y aparte de eso, poseía la belleza de una criatura pura.
No la sustancia de la belleza, ni siquiera el cuerpo de la belleza, sino una palidez, la cálida y blanca llama de una vida sola que se revela en unos contornos palpables: ¡El cuerpo!".
En aquel momento el drama en Lady Chatterley ya se venía incubando, y aquella visión, aquel encuentro con Mellors, fue solo el acelarador, el atajo hacia el encuentro consigo misma.
Cuatro meses después, ya entrado el estío, Lady Chatterley vivía otromundo.
Aquella primera mañana con Mellors, en su casita, el verano se abría para ella como el comienzo de una nueva vida.
"Connie se puso la prenda desgarrada, y se quedó mirando soñolienta por la ventana. La ventana estaba abierta, entraba el aire matinal. (...) Abajo, le oyó encender el fuego, sacar agua con la bomba y salir por la puerta de atrás.
Poco a poco le llegó el olor del tocino frito, y finalmente subió él con una enorme bandeja que apenas cabía por la puerta.
Puso la bandeja sobre la mesa y sirvió el té.
Él comió en silencio, pensando que el tiempo pasaba rápidamente. Esto hizo que lo recordara ella también.
-¡Oh, cómo me gustaría quedarme aquí contigo, y que Wragby estuviera a un millón de millas! Es de Wragby de lo que huyo, en realidad. Tú lo sabes, ¿verdad?
-¡Sí!".
Algunas dudas los esperan.
Pero al final la libertad y la igualdad triunfan. Una historia de infidelidad entre personas de diferentes clases sociales escrita en el periodo de entreguerras del siglo XX y adelantada a su tiempo vislumbrando a una mujer moderna y contemporánea nuestra, en la que D. H. Lawrence plantea un tratado sobre la atracción, el deseo, la sexualidad, el matrimonio, las relaciones; en suma, sobre los cambios que despiertan o provocan los hombres y las mujeres mutuamente y los derroteros que estos pueden tomar acordes a la razón, la voluntad o el impulso, el instinto.
El amante de Lady Chatterley, más allá de tópicos eróticos, es una defensa del amor, la ternura y el miedo a lo que se siente por el otro.
Un novela que para mí tiene tanto de buen contenido narrativo como filosófico y sociológico.
Porque Connie Chattlerley lo que busca, lo que verdaderamente desea, como hija de una sociedad, es que alguien le quite el corsé de ideas y prejuicios, y, como escribe Lawrence, "la salve de sí misma".
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