Nos hallamos inmersos en un ambiente moral caracterizado por el infantilismo más agudo.
Ello explica los tres falsos debates abiertos en los medios a raíz del reciente ojo por ojo practicado a Bin Laden.
Uno: fue justicia o fue venganza. Para que haya justicia tiene que haber una actuación judicial, una detención y un proceso.
Fue venganza. Es cierto que un juicio de este tipo corría el peligro de provocar a los terroristas; pero los pequeños españoles nos arriesgamos a ello, juzgando a los autores del 11-M. Que no es justicia lo avala ampliamente el hecho de que, aparte de Barack Obama, esgrimen tal argumento los conocidos juristas Bush hijo y Aznar, que le ha mandado un telegrama al sucesor de su amigo.
Dos: si es lícito utilizar cierto tipo de tortura en cierto tipo de casos.
La respuesta es no y nunca.
Aparte de que, en vez de echarle tanto sangriento teatro al asunto, les habría bastado, a esa plana mayor que se mordía las uñas viendo en directo el vídeo de la intervención de sus muchachos, con hacerle un poquito de extorsión al Gobierno paquistaní, buen conocedor de que Bin Laden se escondía en su territorio.
Tres: ¿debemos ver o no las fotos? ¿Herirán estas nuestra sensibilidad? ¿Provocarán las iras de los fanáticos? Hablar de sensibilidad a estas bajuras del asunto me parece francamente obsceno; en cuanto a los fanáticos, bueno, puede que estén ya muy motivados por esa guerra y ocupación de Afganistán que tiene lugar desde hace 10 años, y que se declaró para buscar infructuosamente a Bin Laden; total, para finalizar teniendo que largarse, tras pactar con los talibanes.
Es repugnante.
Pero comprendo la alegría de los norteamericanos: como escribía ayer aquí Ariel Dorfman, han visto volar de nuevo a Superman sobre los heridos rascacielos de Nueva York.
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