Para seguir y no quedarse tonto,
para alzar la cabeza y mirar lejos,
para besar y no quedar prendidos,
para vivir con cierta expectativa.
Para luchar y no ceder el pulso,
para mirar el sol cuando se pone
despacito debajo de una loma,
cariñoso y cordial como un abrazo.
Para tener moral y alucinarse
viendo cómo los cuerpos elaboran
sabias y simuladas estrategias
cuando el reloj se apaga despistado.
Para te quiero mucho y para siempre,
para nunca jamás, inolvidable,
eternamente junto a tus pupilas,
indefinidamente en tu ribera.
Hace falta saber y hacer las paces
con cierta forma de mentir sin daño,
con la complicidad de los silencios,
con el hecho puntual de que vivimos.
Hace falta también un ritmo cierto,
una resignación agazapada,
un no dejarse ver por los rincones,
una apariencia de pisar muy firme.
Después morir, ajeno y por la espalda.
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