DE HILOS Y LABERINTOS
De un hilo que colgaba de una manga
de una vieja camisa algo raída,
fui tirando y tirando hasta saciarme.
Mi primera impresión no fue muy buena:
menguar es un asunto que deviene,
y el esmerarse en descubrir secretos
nos lleva a lamentables conclusiones.
Vas a tomar café como dormido,
te ajustas la mirada en los espejos,
te asomas para ver si pasan nubes
y sin querer te encuentras en el brete
de no saber qué hacer con la memoria.
A punto estuve de dejarlo todo
y ponerme a leer algún poema
del maestro Vallejo, tan versado
en la estulticia de los corazones.
El tedio y no tener a mano nada
en lo que sepultar mis muchas dudas
hizo que dando cuerda a los relojes
desde una posición cansina y loca
me ensimismara con la manga aquella
a punto de pasar a mejor vida.
Pensé, por no quedarme en purgatorios
tan dados a inquietudes y suspenses,
que acaso aquella joven del ovillo
prendada del eclipse de mis ojos
y poco adicta a juegos malabares,
mandaba una señal premonitoria
desde su mundo de salidas falsas.
Nada más encontrar a aquel engendro,
mitad yo pero más estrafalario,
supe que mi existencia desgraciada
y mis lamentaciones y mis cuitas
iban a hallar por fin su merecido.
Una brisa de mar besó mi frente
y refrescado vi cómo menguaban
el cuello y el ojal de la camisa.
Sin consultarlo y ya desesperado
me fui al rastro del barrio en el que vivo
buscando un trueque y una bienvenida.
Pero el maldito toro se empeñaba
en seguirme los pasos y enseñarme
su limpio y lastimado corazón.
Volví a Vallejo pero estaba herido.
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