"Evite el trato con gente esnob", escribió Alain de Botton en su ensayo Status anxiety, donde defendía que el esnobismo es uno de los cinco motivos de angustia por elevar nuestra posición en la escala social. La RAE define al esnob como aquel que "imita con afectación las maneras, opiniones, etcétera, de quienes considera distinguidos". En la actualidad podría añadírsele un elemento de exhibición y firme creencia de que su audiencia está formada por ignorantes. La beligerancia ha eliminado hoy todo factor entrañable, y el anonimato de la Red, su elaborada estética, atractiva a pesar de disimular cierta falta de ética.
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Favorecida por Internet, una generación de expertos nos aterroriza desde blogs, foros o, con la llegada del iPhone, incluso en restaurantes. "Las cosas han ido muy rápido. Evoluciones que llevaban siglos se acometen hoy en cinco años. Eso nos ha convertido en replicantes. Hacemos cosas sin saber por qué. La tecnología nos hace perder el tiempo en vez de ganar libertad. Exhibimos el iPhone en la mesa para mandar mensajes, pero es igual lo que se diga", recuerda Fernando Rius, director de Area Comunicación Global y firme apóstata de un cambio de paradigma mediante el cual el "esnob pase a ser aquel que no hace alarde de nada y no el que se compra el iPad 2 antes de aprender a usar el 1".
El modista Karl Lagerfeld asegura, en cambio, que el nuevo esnobismo es "poder comprar piezas de diseñador a precios baratos", en referencia a su colección para la cadena Macy's. Otra máxima filosófica aplicada a algo tan prosaico como vender trapos. Sea como fuere, el esnob posee actualmente infinitas opciones de representación. Pero donde antes, en determinados cenáculos, podía gozar de cierto estatus, hoy parece otro pringado.
Si nos atenemos a la definición de las razones ulteriores que lo motivan apuntada por Mikel Iturriaga, periodista especializado en gastronomía y autor del blog El comidista, el esnob 2.0, experto y con tendencia a responder aun cuando nadie ha preguntado, es el fruto de "una sociedad que por un lado te vende como modelo a la gente que triunfa, pero por otro te da muy pocas posibilidades de hacerlo en tu trabajo o en tu día a día normal. Supongo que sentirte experto en algo alivia las frustraciones derivadas de esa situación". Igual ha sido siempre así, solo que sin iPhone.
LA DICTADURA DEL 'FOODIE'
La cocina es, junto a la tele, el nuevo juguete preferido del esnob.
Hoy sabe mucho de la cocina contemporánea y muy poco de la tradicional, que piensa que es cosa de marujas.
"El esnob gastronómico idolatra a los superchefs, aunque no haya pisado en su vida sus restaurantes, y pontifica sobre lo que mola como si fuera su ayudante de cocina.
Lo sabe todo de los ingredientes más extraños.
Y siempre conoce una variedad mejor de cualquier clase de ingrediente que le menciones". Así define Mikel Iturriaga el perfil que ha logrado convertir un pecado capital, la gula, en forma de arte.
Combina sin pudor el ensalzamiento de los restaurantes de los grandes chefs con la glorificación de los más abyectos e insalubres puestos de comida callejera en Vietnam o Mongolia.
Santifica el movimiento slow food y, gracias a la preeminencia de medios y expertos que publican sobre sus virtudes, uno podría llegar a pensar que es una asociación que cuenta con muchos más de los 20.000 adscritos que posee.
En narrativa musical a esto se lo llama hype. "Se han introducido el prestigio y el estatus en las decisiones gastronómicas.
Comer corazones de pollo es correcto, almorzar en una franquicia es vulgar", apunta Shyon Baumann, sociólogo de la Universidad de Toronto y estudioso de los foodies, tribu de obsesos de la gastronomía que aún no sabemos si son entes democratizadores, simples glotones o la peor raza de esnobs.
MELÓMANOS Y 'HIPSTERS'
El neofundamentalista musical ya no tiene pinta de perdedor. Liga, viste a la última y considera que cualquier grupo ensalzado por la prensa británica es un mero hype.
"La red ha convertido el esnobismo musical en algo demasiado fácil. Cualquier pringado de 13 años puede comprarse un siete pulgadas de Slowdive en eBay. Las tiendas de discos que glorificaban son ahora Starbucks, y hasta el aspecto del esnob indie ha cambiado: antes lucía pinta de nerd, ahora es un puto hipster", dice el escritor y periodista Ryan McKee. Que estos tipos ahora liguen se antoja la afrenta definitiva. El esnob es hoy ese tipo desconectado de la realidad que necesita exagerarla para que sus comentarios no se pierdan. Si una web hace un listado de nuevas cantantes sin disco, el esnob dirá que "llegan tarde". Cualquier grupo ensalzado por la prensa británica es un hype, aunque en su última visita a España actuara solo para dos camareras. Aparece algo sublime cada semana, y la deserción del bajista de aquel combo que vendió 50 copias es calificada de escándalo. El esnob tiene su némesis en el especialista viejuno, que desprecia al joven periodista que osa nombrar a los Beatles "cuando jamás los vio en directo". "Dejé de discutir sobre jóvenes y música en los noventa, cuando descubrí que no les interesaba nada anterior a Nirvana, aunque conocieran a todas las bandas que actuaban en los bares de mala muerte de la ciudad", apunta Glenn Boyd, editor de Blogcritic, autor del libro Neil Young: FAQ y esnob confeso.
EL LIBRILLO DEL TECNOADICTO
Uno de los supuestos avances que más prometen cambiar nuestro modo de aproximarnos a la producción cultural parece ser el libro electrónico. Pero esconde inquietantes paradojas.
El artículo "Con un Kindle, ¿puedes saber si es Proust?", de The New York Times, abundaba en la paradoja tecnológica ante la que se halla el esnob literario. Por una parte, tener un Kindle es hoy símbolo de cierto estatus y suficiente interés por la lectura como para adquirir un producto que puede almacenar 1.500 libros. Leerlos ya es otra cosa, aunque no muy distinta del viejo hábito de adquirirlos en función del lomo que pegue con el color de las cortinas. Por otra parte, con el libro electrónico nadie sabe exactamente qué estamos leyendo. Pasear una edición de Thomas Pynchon no es lo mismo que llevar una de Ken Follet. El esnob que espiaba las lecturas ajenas se ha esfumado ante el anonimato tecnológico del e-book, acaso el único avance en este terreno que, en vez de favorecer la exhibición de nuestra vida hasta el punto de convertirla en mero relato biográfico, la oculta. ¿Tecnología y esnobs y no comentan nada ustedes sobre Apple? Cierto. Ahí va: "A todos los que tenéis iPhone: solo lo habéis comprado, no lo habéis inventado" (Marcus Brigstocke, cómico y ecritor).
"EL MEJOR CINE ESTÁ EN TV"
¿Qué ha pasado para que, 10 años atrás, el verdadero esnob fuera el que no veía la tele "porque era alienante" y ahora sea el que puede recitar de memoria los diálogos de The Wire?
El mejor cine se encuentra en la televisión, reza el nuevo tópico.
"Hemos sustituido al tipo que no tenía televisión en casa porque era 'una mierda' por el que dice ver solo lo que le interesa", afirma Pepe Colubi.
"Es otra forma de esnobismo, más acorde con la revolución tecnológica. Ahora se ve la tele por Internet y se afirma ser un sibarita de la selección.
A mí, en cambio, me sigue pareciendo más divertido e interesante el zapping". Y es que el método de ensayo y error es ajeno al esnob, pues él jamás prueba nada porque "ya lo conocía antes" y jamás falla en nada porque fallar es de mediocres.
En nuestro país, gracias a la ínfima calidad de nuestras series -Crematorio aparte, dicen los sabios y asienten con cierta reticencia los esnobs-, se ha abierto una brecha enorme entre los fans de Cuéntame y quienes recitan los diálogos de The Wire.
"No creo que el formato de las series esté hecho para verlas en maratones.
Y si Los Soprano fuera una película, sería otra cosa, ni mejor ni peor", afirma este periodista experto en TV.
Ante la masificación de seguidores de series tipo The Wire o Mad men, Colubi ofrece una salida al esnob: "Como ha bajado el nivel, lo mejor será apelar a aquello de 'en el año 2000 se hacían mejores series'.
Yo abogo por el retorno de la sitcom.
Lo veo difícil. Es un formato muy poco esnob".
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