Narrativa.
Si a la memoria no se la convoca, viene sola a veces tozudamente y trae consigo noticias difíciles de digerir.
De alguna manera de esto se trata en la novela de la escritora argentina Jimena Néspolo (Buenos Aires, 1973) El pozo y las ruinas.
De la memoria privada e histórica.
Y para ello Néspolo idea un método de composición acorde con la multitud de hechos sepultados, imágenes dispersas, fragmentos de diarios, inesperados abandonos, acontecimientos todos que el protagonista de esta novela debe reunir en una verdad dolorosa que al final le permita seguir viviendo, dolorosamente, pero seguir viviendo con la firme sensación de que su vida, y la vida, ofrece a la postre asideros de donde agarrarse para vivirla con la mayor lucidez posible.
La novela hace del caos de sucesos personales de su protagonista, el fotógrafo Segismundo Cabrera, una estructura narrativa de impredecible solidez.
El fotógrafo trabaja para un diario y suele cubrir sucesos de contendidos sociales y políticos alrededor del mundo. Al regreso de uno de ellos, descubre que su mujer lo ha abandonado.
Comienza así un desolado peregrinaje por el presente más inmediato y por el pasado. Una voz omnipresente nos acompaña en ese itinerario.
Esa voz, más las páginas de un diario, nos dibujan el contexto social, cotidiano y sentimental de un hombre que va camino de acceder a una información capital para proseguir con su existencia: los años de la sangrienta dictadura argentina, las mujeres secuestradas, los hijos de esas mujeres nacidos en cautiverio, la compra de ellos, su adopción.
He leído esta novela con la sensación de que su autora ha apelado al único sistema de representación que su historia exigía: el mosaico de temas y asuntos urgentes que nuestra contemporaneidad nos plantea cada día.
Obtiene así Jimena Néspolo una tan hermosa como eficaz metáfora de la desilusión y la esperanza.
El motor de la historia, la dialéctica de la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario