"La lengua de las mariposas", cuento que forma parte del libro "¿Que me quieres, amor?", fue llevado al cine en la película del mismo nombre.
Manuel Rivas dice en un reportaje: ".... El cine ejerce un gran hechizo sobre mi, en parte creo que mis sentidos -y de la gente de mi generación- quiero decir la sensibilidad, la percepción e incluso la manera de escribir, todo esto no es nada ajeno a ese mundo. Es como ver lo que intenté con la literatura en el cine. Yo ya había hecho estas películas en mi mente y al ver el resultado filmado fue muy emocionante. Del cine admiro el valor de hacer una película, porque es una maquinaria muy compleja. De pequeño soñé con ser director de cine o hacer películas. Después ví que es más fácil ser escritor. El cine es dificilísimo, también por cuestiones económicas. En una historia escrita puedo hacer aparecer diez caballos, en una película esto ya se convierte en un asunto bastante costoso. En fin, creo que "La lengua de las mariposas" es un filme muy logrado. Conseguí verlo como un espectador más y me encantó"
"Tenemos un nuevo compañero. Es una alegría para todos y vamos a recibirlo con un aplauso". Pensé que me iba a mear de nuevo por los pantalones, pero sólo noté una humedad en los ojos. "Bien, y ahora, vamos a comenzar con un poema. ¿A quien le toca? ¿Romualdo? Ven, Romualdo, acércate. Ya sabes, despacito y en voz bien alta".
A Romualdo los pantalones cortos le quedaban ridículos. Tenía las piernas muy largas y oscuras, con las rodillas llenas de heridas.
Una tarde parda y fría...
"Un momento, Romualdo, ¿qué es lo que vas a leer?"
"Una poesía, señor".
"¿Y como se titula?"
"Recuerdo infantil. Su autor es don Antonio Machado".
"Muy bien, Romualdo, adelante. Despacito y en voz alta. Repara en la puntuación.".
El llamado Romualdo, a quien yo conocía de acarrear sacos de piñas como niño que era de Altamira, carraspeó como un viejo fumador de picadura y leyó con una voz increíble, espléndida, que parecía salida de la radio de Manolo Suárez, el indiano de Montevideo.
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.
Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una marcha carmín...
"Muy bien. ¿Qué significa monotonía de lluvia, Romualdo?", preguntó el maestro.
"Que llueve después de llover, don Gregorio".
"¿Rezaste?", preguntó mamá, mientras pasaba la plancha por la ropa que papá cosiera durante el día. En la cocina, la olla de la cena despedía un aroma amargo de nabiza.
"Pues si", dije yo no muy seguro. "Una cosa que hablaba de Caín y Abel".
"Eso está bien", dijo mamá. "Non se por que dicen que ese nuevo maestro es un ateo".
"¿Qué es un ateo?"
"Alguien que dice que Dios no existe". Mamá hizo un gesto de desagrado y pasó la plancha con energía por las arrugas de un pantalón.
"¿Papá es un ateo?"
Mamá posó la plancha y me miró fijo.
"¿Cómo va a ser papá un ateo? ¿Cómo se te ocurre preguntar esa pavada?"
Yo había escuchado muchas veces a mi padre blasfemar contra Dios. Lo hacían todos los hombres. Cuando algo iba mal, escupían en el suelo y decían esa cosa tremenda contra Dios.
Decían dos cosas: Cajo en Dios, cajo en el Demonio. Me parecía que sólo las mujeres creían de verdad en Dios.
"¿Y el Demonio? ¿Existe el Demonio?"
"¡Por supuesto!"
El hervor hacía bailar la tapa de la olla. De aquella boca mutante salían vaharadas de vapor e gargajos de espuma y berza. Una abeja revoloteaba en el techo alrededor de la lámpara eléctrica que colgaba de un cable trenzado. Mamá estaba enfurruñada como cada vez que tenía que planchar. Su cara se tensaba cuando marcaba la raya de las perneras. Pero ahora hablaba en un tono suave y algo triste, como si se refiriera a un desvalido.
"El Demonio era un ángel, pero se hizo malo".
La abeja batió contra la lámpara, que osciló ligeramente y desordenó las sombras.
"El maestro dijo hoy que las mariposas también tienen lengua, una lengua finita y muy larga, que llevan enrollada como el resorte de un reloj. Nos la va a enseñar con un aparato que le tienen que mandar de Madrid. ¿A que parece mentira eso de que las mariposas tengan lengua?"
"Si él lo dice, es cierto. Hay muchas cosas que parecen mentira y son verdad. ¿Te gusta la escuela?"
"Mucho. Y no pega. El maestro no pega".
No, el maestro don Gregorio no pegaba. Por lo contrario, casi siempre sonreía con su cara de sapo. Cuando dos peleaban en el recreo, los llamaba, " parecen carneros", y hacía que se dieran la mano.
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