Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

4 nov 2010

EL MAL



 El mal. Cyrulnik, Grossman, Semprún, Levi, Tillion, Némirovsky, Veil… Tanta gente que ha conocido y el mal en primera persona. Estoy seguro de que el Bien no existe. Se han cometido los mayores crímenes en su nombre. Debemos huir del Bien, o de hacer el Bien, porque probablemente hagamos entonces el peor de los Males.



¿De dónde surge el Mal? ¿De lo más oscuro de nuestros corazones? ¿Del corazón de nuestras tinieblas? ¿Del instinto de muerte? ¿Del ánimo de crueldad, manipulación y cosificación de los otros que nos surge natural e inconscientemente, y que se puede ver mejor que en ninguna etapa de nuestra vida en la infancia? Cuidado, no estoy diciendo que esos locos bajitos de Serrat sean unos locos asesinos. No. El niño, o la niña, es la esencia del ser humano en sentido puro, todavía no domesticado por la sociedad. El estado natural, por dar la vuelta a la teoría de Rousseau. No es que nazcamos siendo malos, es que de niños todavía estamos abiertos a todo y lo abrimos todo a nuestro ser auténtico. La mayor de las inocencias con la mayor de las crueldades. Los niños son así. Se les enseña a comportarse como seres humanos, a recordar que no están solos en este mundo, que no son pequeños tiranos, sino uno más (no un pequeño tirano más, sino un ser humano más; aunque tal vez…). Así, los nazis serían, como dijo Camus, unos niños hechos hombres que caminaban al suicidio desde el primer día, buscando sentido en la destrucción y la sumisión, tentaciones infantiles. Otro punto de vista: el Mal es un artificio político, social, cultural, filosófico, largamente elaborado, desviado de nuestra Naturaleza, buena, generosa y humanitaria por naturaleza, valga la redundancia. Es una opción deliberada, enmarcada en un proyecto global sin piedad y sin humanidad, supeditado al interés supremo y racional del poder sobrehumano.



Sea como sea, el Mal está entre nosotros. El Mal existe, es muy humano. Mario Vargas Llosa lo estudia en El sueño del celta, que he terminado antes de ponerme a escribir este post. Nos lleva, inevitablemente, a Joseph Conrad. Vargas Llosa pone en boca de uno de los protagonistas la idea de que El corazón de las tinieblas es una parábola que pretende demostrar que el continente negro sacaba lo peor del ser humano, mientras que en realidad mucha gente vivió en esa época en esos lugares sin convertirse en monstruos. Aunque las mejores líneas de la novela, demasiado estilizada como crónica periodística, se encuentra, según lo veo yo así, en este párrafo1:



-La maldad la llevamos en el alma, mi amigo -decía, medio en broma, medio en serio-. No nos libraremos de ella tan fácilmente. En los países europeos y en el mío está más disimulada, sólo se manifiesta a plena luz cuando hay una guerra, una revolución, un motín. Necesita pretextos para hacerse pública y colectiva. En la Amazonía, en cambio, puede mostrarse a cara descubierta y perpetrar las peores monstruosidades sin las justificaciones del patriotismo o la religión. Sólo la codicia pura y dura. La maldad que nos emponzoña está en todas partes donde hay seres humanos, con las raíces bien hundidas en nuestros corazones.



La codicia y el patriotismo-nacionalismo afloran en las páginas de El sueño del celta constantemente, identificando una y otra, asociándolas. El Mal siempre presente, o acechando. Esta mañana escuchaba a Vargas Llosa, entrevistado por Francino en Hoy por hoy, respondido a la pregunta de si él es un “optimista antropológico” (famosa y feliz invención retórica de Zapatero hace unos años), o un pesimista bien informado. (La segunda opción no la transcribo, porque no estoy seguro de que fueran exactamente esas palabras, “pesimista bien informado”, las empleadas por Francino). Vargas Llosa se desvía en la respuesta y afirma que las cosas han mejorado desde que él nació. Cierto. Pero el Mal sigue existiendo.



Otras dos obras escritas salidas estos días, una en España (Después del Reich, Giles MacDonogh, Galaxia Gutenberg) y otra en Francia (Einsatzgruppen, Michäel Prazan, Seuil), nos retrotraen a la Segunda Guerra Mundial. Es inevitable. El horror de aquellos años quedará grabado en nuestra memoria. Después del Reich cuenta los crímenes que las tropas aliadas y soviéticas cometieron contra la población civil alemana y los prisioneros de guerra militares. Michäel Prazan se detiene, con todo detalle, en los horrores que cometieron los grupos especiales nazis en el espacio vital germano, el Este de Europa, repetido años después durante el avance del vengativo Ejército Rojo por Polonia camino de Berlín. El Mal que gente sofisticada, como los intelectuales de los Einsatzgruppen, y menos sofisticada, como los rubicundos y achispados rusos, cometieron en forma de asesinato de niños, violaciones masivas, destrucciones de aldeas, incendios, saqueos, exacciones y un largo y horrendo etcétera. El Mal, ¿inexplicable?, cometido en nombre de ideales del Bien, teñidos de nacionalismo; alemán o ruso, porque en su famoso discurso del 7 de noviembre del 41 en la Plaza Roja, conmemorando el aniversario de la Revolución de Octubre, Stalin, que en los 20 años precedentes se había encargado de fulminar a media patria como Ser Supremo se rebajó a un simple “hermanos, camaradas”, “sigamos la heroica lista” de coroneles, tenientes y soldados de raso que lucharon por la Madre Patria Rusia bajo las órdenes de los zares, y entre ellos cita a Kutuzov, el hombre paciente que esperó a que Napoleón se retirara por miedo de Moscú. La apelación a la gloria nacional, a responder al golpe del vecino enemigo, que tan bien sirvió en el loco mes de agosto de 1914, cuando los obreros y los burgueses, confundidos, se lanzaron a las carnicerías de las trincheras de Flandes, es una explicación cómoda del Mal. Nacionalismo es igual al Mal. Vargas Llosa se detiene en ese punto, y en la codicia, de carácter más económico que el político del nacionalismo.



Pero, ¿es eso todo? ¿Codicia y nacionalismo, algunas veces el nacionalismo como coartada de la codicia del sistema, otras la locura nacionalista perjudicando los intereses geoestratégicos de la codicia? Creo que hay algo más profundo, más humano, que nos devuelve al niño encolerizado, al instinto de muerte, que todo lo sobrepasa, porque las barreras de la civilización y la socialización no han sido aún enseñadas a los niños o los adultos las han saltado alegre, deliberada o inconscientemente. Un Mal tan oscuro como la tiniebla, a la pesadilla de nuestros sueños más ocultos, a las perversiones más tenebrosas del sadismo gratuito -gratuito porque no cuesta nada, salvo nuestra humanidad, y porque no sirve para nada, es afuncional- y de la manipulación, manufactura e intercambio del otro como si fuera un juguete.



De El corazón de las tinieblas siempre me quedará grabada una escena -escena, digo, casi cinematográfica, porque todas las grandes obras nos arrastran al escenario del diálogo o de la descripción, mientras leemos construimos el ambiente en que se desarrolla la narración, a partir de nuestros sentimientos, impresiones y sensaciones, más que en los recorridos historiográficos y ensayísticos, en los que partimos de una documentación verídica que limita más nuestro espacio de invención e identificación con el suceso establecido; por eso el poder de la ficción que tantos evocan, como Semprún, por ejemplo-, en la que el personaje escucha, escondido, la conspiración de unos malvados a la orilla del río del Congo. De algún ensayo sobre las barbaridades nazis, me quedaré siempre con la imagen de unos soldados -o paramilitares- alemanes que arrebatan de los brazos de su madre a un pequeño o una pequeña, en medio de un campo de altas hierbas de algún lugar de Bielorrusia o Ucrania, al que le revientan el cráneo contra un poste eléctrico. El poder de las imágenes, símbolos del Mal, que nos hacen retroceder por horror, que nos introducen en una pesadilla casi irreal, que nos trastornan al punto de impedir que recordemos el género de la víctima -niño o niña- y el lugar -Bielorrusia, Ucrania-, incluso la obra en que hemos leído semejante atrocidad, ese poder que caía sobre las víctimas de los nazis, o de los colonizadores-esbirros de las compañías europeas del caucho, en la novela de Vargas Llosa, como una plaga infernal, que atonta y paraliza, tenebrosa y maligna. En algún punto de esa fuerza oscura reside la naturaleza auténtica del Mal humano.







1 Mario Vargas Llosa, El sueño del celta, Alfaguara, p. 298.

Sacado del Blog de Gaspard

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