21 ago 2010
Un paseo por las Colinas
Hacía tiempo que no paseaba por las colinas, con tenerlas tan a mano. Me quedo mirándolas, a través de las cortinas que mueve el aire, y siento que es suficiente. Este atardecer, sin embargo, me dirigí a la más cercana.
Como quien no quiere la cosa, siguiendo la pista asfaltada.
Hasta que ésta terminó en un polideportivo, y entonces comencé a trepar y a pisar sobre la pinocha, mil ojos para las plantas, para la luz entre las agujas.
Así fui a dar, sin habérmelo propuesto, a un mirador en el que menudeaban hombres corriendo, okupas de paseo, taxistas en día libre, amas de casa poniendo a caldo a una amiga, solitarios tatuados y con perros lobos, los pavos con las pavas y las pavas con las pipas...
Fui subiendo por donde podía, y eso que no llevaba calzado adecuado. Llegué a otros senderos.
Empezaron a surgir las higueras, los aloes. Ya apenas había paseantes. El mar era de plata y también bermejo.
Los cargueros descansaban con la proa hacia Montjuïc. Parecían levitar en la nada, de la bruma que reverberaba. Llegué junto a una ermita, me interné entre los zarzales. De repente ya divisaba el otro lado del valle, las siluetas del Tibidabo.
Fue justo el momento en que salieron del aire todas las golondrinas que hacía tiempo que no escuchaba. Había moras, flores de anís, brevas, almendros. La corona del sol caía sobre el horizonte que él sólo alcanza y, al hacerlo, iluminaba los flancos más altos del cielo.
Los pájaros se entregaron a una danza liviana y ebria, de pasos cortos y raudos, con paradas de éxtasis a la manera de los colibríes, como si se miraran a los ojos y, después de reírse, continuasen hasta la próxima acrobacia.
Pasaban rozándome. Se diría que las golondrinas me saludaban. Era como si no me hubieran olvidado.
Como si vinieran ahora a mi cabeza después de haberlas seguido tanto con los ojos en primavera, cuando aún eran apenas crías. Qué hermoso, estar entre ellas, enamoradas de tanto perfume y fruta, con todo el oro derramándose sobre las flores de anís y las espigas ciegas.
Publicado por JOSÉ CARLOS CATAÑO
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