2 ago 2010
Lolita estaba sentada ........
Lolita estaba sentada esta mañana en la terraza del Amigó, junto a su madre. Bueno, cuando llegué yo, cargado de libros como un burro del Neguev, estaba solamente su madre.
Al principio no pensé que fuera su madre. Como me puse a sus espaldas, de vez en cuando barruntaba que sería una moza sólida y entrada en años, vistosa, con zapatos de tacones rotundos y talones muy voluminosos.
Hasta se me pasó por la cabeza que era una de esas señoras del aire que, al menos antes, antes de la Prohibición, andorreaban por las inmediaciones del mercado de Sant Antoni.
En esto Lolita bajó del aseo del Amigó con una faldilla de volantes tan corta, que no sé cómo se dejaba ver el borde superior de su prenda íntima, que ponía Calvin Klein, las letras verdes sobre el algodón en blanco. Se colocó oblicuamente frente a su madre, con las piernas recogidas y los pies colgados del asiento, que son de esos escurridizos de aluminio hueco.
Todavía cavilé que a lo mejor se trataba de dos cascabeleras reunidas para discutir del negocio, que uno ya ha visto sus cosas por estos lugares, pero enseguida saltó el "mamá" por aquí, el "mamá" por allá, "me deprime tu casa", "hay que ver a qué altura has colocado los espejos", y otros desagrados de la terca Lolita.
Yo antes era capaz de mudarme de sitio si dos personas ventilaban a los cuatro vientos sus intimidades. Por delicadeza.
Ahora no. Ahora agravo mi expresión de adustez, miro concienzudamente a las ramas de los árboles o miro y remiro a la camarera de facciones mexicanas del Amigó. Al poco rato la camarera ya me devolvía las miradas con una sonrisa y, por otra parte, estaba enterado de los entresijos de Lolita y su familia.
Volví a cargar la mochila de libros, y me alejé del lugar no sin antes dedicarle un vistazo a la mamá, que debía de ser de mi quinta, y con ello me miraron Lolita, la camarera mexicana, los autónomos colombianos en otra mesa vecina, la media docena de viudas que se reúnen para tomar el vermú a las diez de la mañana, los bebés en los cochecitos y sus papás, y con semejante vendaval de ojos alcancé, a trancas y barrancas, un taxi de vuelta.
Publicado por JOSÉ CARLOS CATAÑO
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