6 jul 2010
Olor a Perfume
Estaba yo con las nubes, con los arreboles del poniente reflejándose en el oriente, asomado por la ventana a la humedad sofocante de la atmósfera, cuando he tenido que salir por un momento a la calle y, al hacerlo, he coincidido con el vecino en el ascensor.
Es un fiera el vecino. Ya lo habré dicho. Me gustaría tener su desenvoltura, los tenis blancos, el descamisamiento, el porsche monovolumen, ese aire mirífico del vividor sin problemas en el bolsillo. Su actividad con las mujeres es digna de encomio. Niñas bien de figura estilizada, con el cabello largo y suelto, un punto descuidado, como si la belleza incalculable las dejara sin fuerzas para peinarse.
La que lo esperaba ahora en el portal -si llaman al timbre hay que bajar para abrir la puerta-, estaba apostada mirando los vehículos que subían por Ganduxer, y, sin embargo, llevaba el pelo rubio y corto, pasado por detrás de las orejas, con un vestido de lo más ordinario -quiero decir que no era de marca-, por lo que deduje que su fervor es tan amplio, su entusiasmo tan espontáneo, su avidez tan numerosa, que hay días en que basta que la invitada tenga presencia física y nada más.
Total, para lo que él podrá hablar, para lo que podrán hablar las niñas bien y las señoritas encontradas, al cobijo de una música atronadora, reiterativa, de trance caníbal...
Cuando volví sobre mis pasos, un perfume penetrante salió a mi encuentro en el vestíbulo. Ya dentro del ascensor era asfixiante.
Tal vez era una colonia barata. Tal vez una colonia exquisita. Es como esas prendas que lucen tanto la hija del financiero encarcelado como la señorita de compañía. Qué tortura más dulce, pensaba. Morir con ese olor definitivo e impenetrable en los alveolos.
Ha valido la pensa salir de casa por eso. Dejar atrás los diarios de Rosa Chacel que encontré esta mañana en Sant Antoni.
Qué lectura más deprimente, Brasil, los aprietos económicos, el escaso reconocimiento literario en esa España sesentista que hiede no sé si más que en la posguerra pura y dura, la malasangre de sus comentarios citando a las personas con nombre y apellido, nada de X ni Z...
Y ahí fuera, esparciéndose por el hueco del ascensor, el perfume, el trance rítmico traspasando la puerta de la garçonnière, el terciopelo esponjoso de la noche que es para todos.
Publicado por JOSÉ CARLOS CATAÑO
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