Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

20 jun 2010

Moda burguesa de los siglos XIX y XX




Moda burguesa de los siglos XIX y XX
Toda la información contenida en este apartado, ha sido elaborada por D. Manolo Betancor Llarena, con motivo de la exposición 100 Años de Moda, Modos y Evolución del Vestido.1860-1960. El texto se refiere a la moda burguesa de la época y no a la vestimenta tradicional. A pesar de ello hemos considerado interesante incluirlo para que sirva de contrapunto, mostrando como era la moda de las clases acomodadas urbanas en distintos momentos de la historia, cuando las clases populares vestían con su propio estilo, en parte diferente y en parte semejante, pues es indudable que la Alta Costura, propagándose hacia abajo por todos los niveles de la pirámide social, es, en buena medida, responsable de la evolución que experimenta la vestimenta popular.



Introducción

Podríamos considerar la moda como un placer frívolo que reafirma la vanidad y divide las clases sociales de acuerdo a la vestimenta. Pero la moda es mucho más que eso. Al igual que otras costumbres, la moda habla de la sociedad y su idiosincrasia, nos muestra los elementos que son importantes en una cultura y de qué manera su gente vive y se desenvuelve en un contexto histórico, social, laboral y geográfico determinado, a su vez que todo esto influye en cada una de las piezas que conforman la vestimenta.

A finales del Siglo XIX era impensable que las mujeres llegasen a liberarse del corsé, o que un día se pusieran faldas que dejasen ver sus piernas. Antiguamente, los patrones que regían la moda eran estéticos, despreocupando factores considerados secundarios, como la comodidad e incluso el bienestar físico. Con los cambios tan grandes ocurridos durante el siglo XX en las formas del vestir y en la tecnología, es fácil imaginar que en un futuro próximo surgirán nuevas e innovadoras prendas auspiciadas por la tendencia al confort, la comodidad y la llegada de avanzadas fibras textiles.



El Corsé y El Guardainfantes (siglo XVIII)

A lo largo de todo el Siglo XVIII, la silueta de la mujer fue moldeada por prendas de ropa interior, como el corsé de cintura hacia arriba y el guardainfantes de cintura hacia abajo. La denominada época rococó, destaca en el vestir por una gran profusión de adornos y por dejar paso a un lucimiento del escote femenino. El corsé ya no comprime todo el torso, sino que se utiliza para levantar y realzar el pecho, que asoma por el escote, entre un delicado remate de encajes.

A principios de este siglo la forma del guardainfantes era acampanada, pero a medida que las faldas se fueron ensanchando (segunda mitad del Siglo XVIII), por razones prácticas éste se dividió en dos mitades, a derecha e izquierda de la falda, lo que hacía más manejable el vestido. Aunque el enorme y poco práctico guardainfantes resultante era muchas veces objeto de caricatura, en las cortes europeas se convirtió en un elemento obligatorio de la indumentaria.

En la segunda mitad del Siglo XVIII, surgió, en Francia, una compañía de mujeres modistas llamada “Les Maitreses Couturières”, dedicada a la confección de prendas femeninas, aunque las prendas más complejas eran fabricadas por gremios de sastres establecidos desde la Edad Media, que también fabricaban los corsés femeninos, ya que se precisaban unas manos muy fuertes para coser las varillas al rígido material del corsé.



El Estilo Miriñaque (Primera mitad del siglo XIX)

Las formas básicas de las prendas de vestir siguieron siendo las mismas que durante el siglo anterior, pero la ornamentación dejó de ser tan exagerada y los diseños se volvieron más sencillos. Se dejaron de utilizar las mangas de pernil, los hombros ahuecados dieron paso a un mayor volumen en la zona de la muñeca, las cinturas se estrecharon y las faldas adquirieron más volumen, efecto conseguido superponiendo varias prendas y disponiendo volantes horizontalmente, su magnitud llegó a resultar un inconveniente para la movilidad de la mujer. Además de la anchura añadida, las faldas se alargaron hasta barrer el suelo.

A finales de los años 50 las faldas sufrieron un cambio drástico. Gracias a la invención de nuevos materiales, apareció el miriñaque o enagua con aros. En la década de 1840 el término “miriñaque” o “crinolina” se refería a las enaguas hechas de crin de caballo tejido con lino resistente. Después de 1850, el término se utilizó para designar a la enagua con armazón de aros metálicos o de ballena, o cualquier falda ancha que llevara uno de esos armazones. Con la llegada del miriñaque, las faldas se hicieron extremadamente anchas. El desarrollo del cable de acero, los importantes avances de la industria textil y el uso práctico de máquinas de coser facilitaban que los miriñaques pudieran ser todavía más grandes. La continuada mejora de telares y tintes hizo posible una amplia variedad y cantidad de materiales para faldas.



El Estilo Polisón (segunda mitad del siglo XIX)

A partir de mediados del Siglo XIX la mayoría de los vestidos constaban de dos piezas separadas, un corpiño y una falda, a medida que transcurrían los años, se incrementó el uso de ornamentos y detalles, añadiéndose complicados adornos a cada uno de los pliegues de la vestimenta. Como resultado, la silueta natural de la mujer desaparecía debajo de las telas y los encajes.

A partir de la década de 1860, las faldas perdieron volumen en su diámetro total, la parte delantera quedó plana y la posterior ganó en grandeza gracias al apoyo de una prenda interior llamada polisón. El polisón era una almohadilla colocada sobre el trasero, para realzarlo. Las faldas y las sobrefaldas se solían recoger y llenar de vuelos y encajes en forma de cascada. Con solo unos pequeños cambios en los detalles, el estilo polisón continuó hasta los años 90 de este Siglo.

La única excepción a esta regla era un vestido de una sola pieza, que marcaba la figura de quien lo llevaba, apareció a principios de la década de 1870, era conocido como “vestido línea princesa” en honor de la princesa Alejandra (1844–1925), que se convirtió en reina de Inglaterra.


La Belle Epoque La Transición del Siglo XIX al XX

Durante el periodo de la “Belle Èpoque” en Europa (1870-1914), caracterizado por la elegancia el refinamiento y el optimismo, los patrones que regían la moda eran estéticos, siendo secundaria la comodidad y el bienestar físico de la mujer.

Hasta comienzos del Siglo XX la moda femenina fue incómoda a consecuencia de la utilización del corsé, que apretaba todos los órganos internos. Así muchas mujeres se convertían en meros objetos decorativos.

El ideal de belleza femenino debía ser de pecho erguido y abundante, caderas anchas, cintura muy afinada y nalgas exageradas. Así surgieron las mujeres con forma de “S”, que ajustaron las faldas, recogieron el pelo sobre la cabeza, con complicados peinados y adornaron sus enormes sombreros con plumas, haciendo además juego con la estética modernista.

A finales de este periodo comienza a aparecer un nuevo tipo de mujer, por primera vez creado por ellas mismas. Una mujer independiente, que luchaba por el voto y por entrar en el mercado laboral. Para ellas la vestimenta se fue simplificando y la excesiva ornamentación desapareciendo, dando lugar al traje sastre de dos piezas, más adecuado a las nuevas necesidades.



La Evolución de La Ropa Interior. Entre el siglo XIX y el XX

A principios del Siglo XIX, la revolución industrial había agilizado la producción de bienes, esto influyó, entre muchas otras cosas, en una mejora del nivel de vida de la población y en una reducción en los precios de las prendas de vestir. Así las clases sociales más acomodadas e incluso las incipientes clases medias adquirirán numerosas piezas y complementos de vestir. Arropado por todo ello se desarrolló una estricta etiqueta social con relación al atuendo, las señoras debían cambiarse de ropa siete u ocho veces al día para seguir los dictados de la sociedad. Los siguientes términos, aplicados a los vestidos, son indicativos de las ocasiones en que éstos se utilizaban: vestido de mañana, vestido de tarde, vestido de visita, vestido de noche (para el teatro), vestido de baile, vestido de etiqueta, vestido de casa, y por último, ropa de dormir.

Se crearon numerosos tipos de prendas interiores adecuados a los nuevos vestidos. Además de la camisola, aparecieron las calzas largas o calzones y las enaguas, y toda la ropa interior femenina se llenó de encajes y adornos. Los miriñaques, polisones y corsés, todos ellos imprescindibles para la silueta esculpida del Siglo XIX, se reconvirtieron en nuevos modelos con dispositivos e inventos novedosos, muchos de los cuales fueron patentados. Los aceros y los muelles hicieron posible esta nueva y amplia selección de miriñaques y polisones, haciendo su aparición en la ropa interior y desplazando a los habituales soportes de tela, crin de caballo, ballena, bambú y roatán. La invención de los objetos de acero en 1929 hizo que los corsés fueran realmente eficaces para moldear la silueta femenina. Las mujeres los siguieron considerando la prenda interior imprescindible hasta principios del Siglo XX.


La Liberación del Corsé. Primer cuarto del siglo XX

La Primera Guerra Mundial (1914-1918), desmanteló de forma rápida y completa los antiguos sistemas y valores sociales. El surgimiento de una pujante clase media dio pié a un nuevo estilo de vida. A medida que las mujeres salían del hogar para participar plenamente en todas las actividades, rechazaron el corsé y buscaron prendas más funcionales.

Los diseñadores de alta costura pusieron especial empeño en crear nuevos tipos de indumentaria.

A medida que corría el primer tercio del Siglo XX, la imagen femenina cambiaba de manera significativa. Los peinados pasaron de complicados recogidos a un corte suelto, el largo de la falda se acortó desde el tobillo a la rodilla. Las mujeres al buscar un estilo cómodo, juvenil, sin realce del busto o la cintura, comenzaron a vestirse como chicos, así la novela La Garçonne de Víctor Margueritte ofreció la imagen simbólica a la que aspiraban las mujeres del momento.

El peinado corto, con un ajustado sombrero campana y un vestido suelto de cintura baja, con la falda hasta la rodilla, caracterizó el estilo garçonne. La extremada simplicidad del corte del vestido se complementada con adornos bordados de lentejuelas, boas de plumas y otros accesorios. La ropa ya sólo interior consistía en bragas, sujetador, camisola y medias color carne.

El nuevo estilo garçonne, que a la vez era cómodo y disminuía las diferencias entre hombre y mujer, comenzó a introducir el pantalón como prenda femenina, aunque éste no se popularizó como prenda de vestir hasta después de la Segunda Guerra Mundial.

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