Maalouf
Miren lo que dijo de él Mario Vargas Llosa: “Cuando le insisten en que confiese si, en el fondo de su alma, se siente más francés que libanés, o a la inversa, a Amin Maalouf le sobrecoge la angustia porque comprueba lo extendida que está la costumbre, mejor dicho el prejuicio, de imponer a los seres humanos una identidad unívoca, para entenderlos mejor”. Lo curioso, y esta es una anécdota, es que cuando Vargas Llosa vio a su colega de “identidad unívoca” no lo vio realmente.
Se desató en elogios –en esos elogios—sobre el escritor libanés que ahora ha ganado el premio Príncipe de Asturias en una cena a la que el peruano estaba invitado. Y cuando concluyó su discurso laudatorio alguien le dijo: “Es que Maalouf es él”. Oh, exclamó el autor de Conversación en la Catedral.
Ahora la anécdota sirve para evocar la unanimidad con la que se trata la figura de Maalouf, constructor de un mundo que desprecia (de manera categórica, violenta en el sentido literario, y humano, de la palabra) los muros que sigue habiendo en el mundo y que rompen la idea de libertad y de dignidad de las personas. Hace unos meses (en septiembre) le entrevisté por su libro El desajuste del mundo (Alianza), y me llevé la impresión de que su testimonio no es sólo un edificio literario, sino profundamente humano, el de un hombre herido que ha visto el vientre tremendo de la bestia. De eso habló Vargas Llosa cuando le conoció sin conocerle, y ahora el Príncipe de Asturias ha ratificado esa opinión con un premio merecidísimo.
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