Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

31 may 2010

"nunca olvidaré aquella tarde".



A los tres minutos me reconocieron: "Ay madre mía", dijo África, "nunca olvidaré aquella tarde".
En la barra junto a mí habían tres. Uno yo diría que era conocido y frecuentado de cuando yo pasaba el verano en la proximidad de esta parte de la costa. Cómo pueden envejecer los que son de plástico, gente con aires de gran capital. Hizo, al rato, como un reviro de pensamiento: Chacho, que tarde la de aquel día...
África, y el hombre que me dispensaba en la barra, son del lugar y siguen igual que siempre.
Qué tarde la de aquel día de diciembre, al lado de la fecha en que mi madre murió de asma y niebla, en que morí ahogado en el agua de enfrente.
Sucedió después de vivir, año tras año, en el Camino de Portugal, con M y con V, que aprendió a andar por las cuestas de Taganana con el corral de Armenia y a nadar, al mismo tiempo, en la playa del Roque de las Bodegas, cinco minutos paí pabajo...
Las aguas traían hoy, precisamente, en cuanto me asomé a la baranda, las alegrías de V entre sus primeras olas, todo su nombre completo, sus rizos espléndidos, su desfachatez de niña feliz, la mirada confiada de la madre, que no tardó en hacerse del lugar, haciendo suyo, como si fuera el perfume de siempre entre los sefardíes de Marruecos, la artemisa al mediodía, el rumor de los álamos en la barranquilla que pasaba al lado de nuestra cama alta.
Es curioso, porque siempre que he vuelto, el mar de Taganana ha salido a recibirme, como el cernícalo de esta mañana, quieto en el aire de Almáciga.
El otro día estuve a punto de ser arrastrado por la corriente en Playa Blanca, Fuerteventura, pero aquí, en el Roque de las Bodegas, nunca he sentido miedo. Y eso que no recuerdo cómo sucedió, cómo me rescataron un surfista y una médica amiga del fotógrafo C. S., que me lo dijo con el transcurrir de la vida, yo soy amigo de esa doctora que te salvó. Y siento otra vez aquel ángel hermosamente rubio y de ojos azules como X, que me rompió las costillas para devolverme el pulso.
Son así, para nosotros, los ángeles.
Hubo un momento en que tuve que contener el aliento, alongado al mar de Taganana, para que este mar no tomara pena de mí. Y luego seguí avanzando, chaqueta al hombro, canario blanco, en dirección a Benijo.
Cuando regresaba subiendo por la carretera hacia Taganana, una vez pasado el Roque de las Ánimas, entre las piteras y las andoriñas rasantes salió hasta mi entraña una melodía de esta pobre patria vencida. También tuve que contener el aliento, llenándoseme los ojos de la bruma que siempre hay por El Bailadero jugando con el sol del sur.
Llegué a la casa de mi madre Armenia con la lengua por su lado, tanto pesan las cuestas y ese afán de seguir en la vida. Estaban todos. Y los álamos, y la gloriosa artemisa con su botón de yema.
Viviendo fuera, nadie hay. Y mira que los hay, y que los amamos, y que en ellos, en ella, nos derramamos, pronunciando la lengua la dulzura de esta carne áspera y alejada de no sé qué dicha en los orígenes.
Pero fuera -viviendo en el afuera- somos indemnes a los cambios que se producen en los sitios que fueron los nuestros. Sólo existe, en ese reino apenas nuestro del exilio, el reflejo propio. En el lugar, en el lugar de nuestro nacimiento y lengua del decir, todo son huecos.
Termino de escribir esta entrada con los aires de un pase o desfiles de modelos o señoritas... Ayer o anteayer me lo decía Valdemoro. C. E. P., para nombrarlo de una vez en este espacio.
Está tan cambiada La Laguna que hay pases o desfiles de moda. Yo pensé que se trataba una ironía de las suyas. Y, sin embargo..., estoy escuchando la voz masculina que presenta a las prestigiosas señoritas.
Como aquellos vendedores o feriantes o agentes comerciales que me despertaban, en las inmediaciones de la recoba de La Laguna, al lado de casa, con sus imponderables productos.
El tono es el mismo. Máquina de un afeitar definitivo, papa negra de piel perenne, o afamada señorita por siempre nueva.
Qué patria me tocó. La más pobre y vencida.

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