Esa necesidad de reconocimiento... Después de mucho sin pasar por aquí o por allá, los saludos: "Hacía tiempo que no se le veía..." A veces tomo el camino que sólo yo conozco por detrás de la carretera, cuando bajo hasta Sanllehy. El verdor en medio del abandono es espléndido, y los celajes de nácar cubren hasta el horizonte. Parece en calma el mundo.
Los montones de libros me miran con resignación. Algún día, sí, los subiré a los anaqueles, que antes he de comprar. Y los papeles, los prospectos, las imágenes que -ya no sé cómo- se han atrevido a cruzar el umbral de la entrada.
Es dulce esta melancolía de primavera con los aguaceros, rayos y truenos sobre el mar ayer, pasada la medianoche.
Tendría que estar sonriendo, y lo estoy. El día en que nací no hubo periódicos, puesto que era lunes. El día también en que murió mi madre, lunes de diciembre, atardecer de otoño, fin de una época. ¿Tú mes ves tan extraño como yo a tu vida en la que fue vida mía?
Me enteré ayer, con el regalo de un ejemplar de La Vanguardia del martes 31 de agosto, y con él, seguí atentamente las noticias del día anterior, mientras a mi lado las nubes pasaban a cubrir el mar.
De siempre, por ser no ya lunes sino finales de agosto, mi cumpleaños era para celebrarlo en los trayectos, en la ida o en la vuelta.
Alguna vez, sí, hubo gente, niños como yo jugando en el jardín de casa, frente a la colina de San Roque, junto al barranco que iba hacia el horizonte.
Las nubes pasan con su carga, inagotables, también alegres de que el cielo les haya dado rienda suelta. Salidas de madre, las nubes, en su concilio ecuménico; todas las nubes del mundo han llegado para rozarse sobre la Colina, y a partir de ahí reír de lluvia hasta lo que venga.
Esa necesidad de reconocimiento, entre los mortales como yo, y, sin embargo. Y sin embargo...
Jose Carlos Cataño
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