Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

13 may 2010

En tierra hostil


En tierra hostil


A veces, el cine nos pone delante de los ojos un personaje que nos fascina. Se trata de alguien a quien no acabamos de entender, alguien que reacciona como un héroe aunque parezca irresponsable y un poco loco, alguien que llena la pantalla, que nos dibuja una sonrisa de incredulidad en el rostro, que nos zarandea y que nos obliga a cambiar de postura en la butaca. Nos encontramos con uno de esos personajes en la película “En tierra hostil (The hurt locker)”: el sargento William James, interpretado con gran acierto por Jeremy Renner.

La directora Kathryn Bigelow demuestra en esta cinta su maestría, su pulso en la dirección, para contar la historia de un grupo de desactivación de explosivos en pleno Irak. Con un estilo propio de un documental, pega su cámara a este grupo de hombres y los sigue en su día a día. Corremos con ellos, sudamos con ellos, nos angustiamos y nos horrorizamos. Para estos hombres cada día puede ser el último. Se tratan con cordialidad pero guardan una distancia prudencial entre ellos. Se mueven por calles hostiles, entre gentes que no les quiere allí y que en cualquier momento pueden conducirles a una trampa, un enemigo invisible capaz incluso de esconder un detonador en el cadáver de un niño.

La actitud del sargento William James, temeraria, aparentemente inconsciente, afrontando cada nueva desactivación como un problema intelectual que ha de resolver en un breve espacio de tiempo, choca de plano con la del sargento J.T. Sanborn (Anthony Mackie), más calculador y poco amigo de los riesgos innecesarios, consciente de que aún así, nada puede garantizarle por completo la seguridad de sobrevivir un día más.

Primeros planos, las voces a través de los transmisores, planos generales que nos ubican en cada nuevo escenario, giros rápidos, carreras... Un montaje nervioso y dinámico que transmite perfectamente la tensión de lo que se nos está narrando. Una película que no da tregua al espectador, que lo sumerge en un día a día asfixiante y que, por encima de todo, no pretende transmitir ningún tipo de mensaje o justificación, no cae en la moralina ni en la trampa ideológica. Bigelow no juzga, su interés se limita al ser humano, se centra en los personajes y disecciona sus reacciones, sus mecanismos de defensa para afrontar una experiencia de máxima tensión. Y algunas de las reflexiones a las que nos conduce son francamente inquietantes.

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