Famosos por orden alfabético
El veraneo persiste, al menos como concepto. Cuando azotó la crisis de los 90, mucha gente optó por quedarse en la ciudad y veranear en las terrazas, pero hasta eso ha decaído. Hablo de Madrid, que ha sido sucesivamente capital de tascas, baretos y terrazas.
Las terrazas fueron a la noche lo que las piscinas al día. Había mucha afición y constituían un punto de encuentro. Antes ibas a una terraza y te hacías la crónica del día siguiente. Ahora, en cambio, no te haces ni la crónica del siglo pasado. Las terrazas siguen existiendo, pero ya no se habla de ellas. Los guiris están cada vez más ceñidos a la sangría y los callos de la plaza Mayor. Fuera de ahí todo es sushi, parquímetros, McDonald's y túneles. Cosas de Gallardón.
Días atrás me permití el lujo de echarme a la noche para hacer un trabajo de campo sobre las nuevas terrazas. No encontré nada. Ni una estrella del pop o un rico en bermudas, ni un gran hermano en desuso, ni un friki peripatético. Los primeros estaban todos en la boda de Tenerife.
Los segundos, en Sálvame. Y es que la crisis ha calado también entre los desheredados de la fama. Este año, en Madrid, no pasa nada. Si acaso, pasa la tele, que es una gran terraza con vistas al patio (de monipodio). El jueves, dos periodistas de Sálvame -Jimmy Jiménez-Arnau y Pipi Estrada- se convirtieron en noticia como consecuencia de un enfrentamiento con directos al hígado. A uno (Pipi) le costó la expulsión. A otro (Jimmy), una intervención quirúrgica. Los más ingenuos confiamos en que todo haya sido un truco para captar audiencia.
En Sálvame, Jorge Javier Vázquez, destroyer cualificado (sin guión y sin manos) ofrece sinfonía de menudillos a la carta. Vázquez no se abrocha el primer botón de la americana ni tose para aclararse la voz, como hacían los clásicos de Prado del Rey. Él es en sí mismo un formato alternativo. Del barrio al Olimpo de las figuras. Chiquito pero matón, listo como el hambre, ingenioso y controvertido, Vázquez se adueña del mensaje y el medio. Lo último: ha convertido en plató las puertas de los retretes.
Excepto en Sálvame, donde para entrar es imprescindible desconocer quién es Jaime (de) Polanco, en los demás telecotilleos hablan de la boda. Me refiero a la boda de Tenerife. Bien es verdad que una boda reina mientras no se celebre otra que la suplante, y ya circula la especie de que Dolores (de) Cospedal ultima los detalles para poner fin a su soltería. Mientras llega y no llega el día (que no llegará, pues la ex miss Albacete lo ha organizado todo para evitar que trascienda), seguiremos hablando de la otra boda. La de Jaime (de) Polanco y Fiona (de) Ferrer.
La mayoría de los invitados coincide en que fue un despropósito. En la casa madre (Prisa) algunos escritores y periodistas permanecen escondidos bajo las alfombras para no tener que pronunciarse. Esta semana, Hola ofrece la boda propiamente dicha. Dentro de unos días, si Dios o Polanco no lo remedian, veremos las fotos de la fiesta que precedió al enlace, con los invitados vestidos de blanco y calzando zapatos oscuros.
Polanco y Fiona Ferrer han sido los responsables de uno de los movimientos de población más sonados de las últimas décadas. Más que una boda, aquello parecía un parque temático.
Los famosos fueron invitados por riguroso orden alfabético, desde Bisbal a Preysler y desde Simoneta Gómez-Acebo a Cristina Tárrega. Hasta Carmen Lomana estaba allí. Unos atribuían la avalancha demográfica a la tenacidad de Fiona, que desde Navidad ha estado cursando invitaciones. Otros, al feliz novio, que concentra en su persona dos reclamos: uno, el apellido de resonancias magnéticas (Polanco) y otro, el cargo: jefe de la división estratégica del grupo Prisa. Hubo, sin embargo, un tercer reclamo: las condiciones económicas de la excursión a Tenerife.
El viaje y la estancia en la isla corrían a cargo de los invitados, si bien la organización tuvo el detalle de obsequiarles con un descuento en el hotel (propiedad de la familia del novio). Me queda por saber si también les fue proporcionada la pulserita del all included.
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