Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

24 ene 2020

Massimo Stecchini, el hombre que llama a Marisol “mi Pepita”

La pareja de la artista retirada lleva 33 años a su lado y la protege de los acosos mediáticos.

Pareja de Marisol
Massimo Stecchini, con Pepa Flores. GTRES
Aún no saben en la Academia si Pepa Flores aparecerá este sábado a recoger su Goya de honor.
 Pero quien sí está seguro de que no lo hará es su pareja, Massimo Stecchini: "Esto debería estudiarse en las escuelas de comunicación, tienen aquí a Antonio Banderas, a Almodóvar, a Penélope, pero todo el mundo quiere que vaya Marisol y no va a ir. Estamos muy agradecidos, todo el mundo nos echa flores y no es para devolver calabazas.
 Pero esto es de lexatín", dice categóricamente Stecchini.
Desde la Academia siguen con esperanzas hasta el último minuto, pero a juzgar por las palabras del compañero de la artista, no cabe duda de que no asistirá.
 Quienes sí subirán al escenario serán sus hijas, Celia y María, la primera a cantar y la segunda, probablemente, a recoger el premio. Ella lo verá acompañada por Massimo Stecchini desde su casa, el hombre de 60 años que desde hace 33 comparte su vida, la protege de acosos y se pone delante para encarar a quienes han buscado romper su pacto de silencio.
 A él no le importa hablar. 
Es en cierto modo su voz y, concretamente, su portavoz. 
Atiende encantado a los medios aunque para cansarse de decir no. No a cada petición, no a todo. 
Lo borda, eso sí. Y de paso, cuenta cómo está, por qué no quiere aparecer, ni romper su voto de silencio. 
Pero eso no significa que ambos lleven una vida de clausura ni transmitan mala onda. 
Al contrario.
Marisol, en los tiempos en que fue estrella infantil.
Marisol, en los tiempos en que fue estrella infantil. TRECE
No extraña verles pasear por La Malagueta.
 Hacen juntos la compra o alternan por bares de su barrio. Siguen acudiendo a la pizzería Trastevere, que abrió su padre en los años setenta, donde trabajó Massimo atendiendo mesas y como relaciones públicas. 
Que eligieran el nombre de un barrio romano no vale como maniobra de despiste: ellos son florentinos de pura cepa, toscanos, orgullosos de su legado y, en su caso, sin dejar de presumir de ser paisano de Leonardo da Vinci, a quien venera.

Stecchini ha sido la pareja más longeva de Pepa Flores.
 El compañero leal después de dos matrimonios con descalabro: el de Carlos Goyanes, que apenas duró cuatro años y el de Antonio Gades, padre de sus tres hijas –María, Celia y Tamara–, con quien convivió entre 1972 y 1985, tres años después de casarse en Cuba, con Fidel Castro y Alicia Alonso de padrinos.
 

Hoy, Stecchini es su mayor punto de apoyo en épocas de temporal mediático, como estos últimos meses. 
Desde que se anunció el premio, la figura de Marisol ha despertado entre la imaginería que España guarda en el armario. 
El personaje va y viene. 
Pero viste siempre. 
Aun así, sin renegar de su pasado –
“Marisol es la persona a quien más respeta Pepa Flores”, dice su hermana Vicky–, se niega contundentemente a volver.
Pero su pareja es quien con más ahínco se encarga de sostener su retiro. 
 Cualquier cosa antes de verla sufrir:
 “A mi Pepita es que no hay nadie ni nada, ni cheque en el mundo, que la cambie.
 Ni siquiera estas semanas que nos han ofrecido un dineral, hasta, mira…, repugnante, pero es que no hay nada, repito, ni para aclarar todas esas tribulaciones y el mal rollo, que pueda hacer regresar en ella esos momentos jodidos”, decía Stecchini a El País Semanal.
Para evitar la invasión del personaje por las calles de Málaga, se han recluido entre las gallinas y su huerto cerca de Moclinejo, a unos 30 kilómetros de la capital, donde tienen una casa en pleno campo. 
La exposición con fotografías de César Lucas domina el centro de la ciudad con imágenes de dos metros en pleno centro.
 Lucas ha sido su retratista más cercano.
 En ocasiones, ella misma ha visitado sus exposiciones. También Stecchini, que una vez se quedó contemplando la fotografía en que apareció desnuda publicada en Interviú. “
¿Sabes en lo que se fijó?”, dice Lucas. “En sus manos… Por la forma en que las tenía, me comentó que se notaba lo tranquila que estaba en aquella sesión”.

No ha sido el estado vital de las últimas semanas.
 Más bien, lo contrario. “Lo está pasando mal”, asegura su pareja. Le cruje dentro mantenerse firme en su promesa, pero, por otra parte, no quiere hacer desprecios a nadie.
 Una cuestión de principios donde se entromete el agradecimiento sincero que su entorno quiere transmitir no solo por el premio, también por las muestras de cariño.
 Eso, comentan algunos, le ha hecho dudar si acudir este sábado o no. 
 “El premio se recogerá, como es lógico”, asegura Stecchini.
 Pero ni los responsables de la Academia de cine descartaban el viernes que apareciera, como dijo su presidente, Mariano Barroso. “En caso de que no acuda lo recogerá alguien de su familia”.
Allí estarán sus hijas Celia y María y puede que también Tamara, aunque nada tiene que ver con el mundo del espectáculo y vuelca su labor en la Fundación Secretariado Gitano. 
La primera de ellas cantará alguno de los éxitos de su madre. La segunda, actriz, con toda probabilidad, será quien recoja la estatuilla.
 Probablemente lean unas líneas de su parte y estas tengan que ver con la manera en que transmitió su emoción en un homenaje que le hicieron los músicos malagueños en el teatro Cervantes de su ciudad en 2012:
 “Eternas y silenciosas gracias”, escribió. Si aparece, ojalá no le resulte todo demasiado ruidoso.

 

La película maldita que Fellini nunca quiso rodar

En el centenario del nacimiento del genio italiano persiste la duda de cómo hubiera sido 'El Viaje de G. Mastorna'. Un guion y un cómic vislumbran el potencial de la obra.

La película maldita que Fellini nunca quiso rodar

 

El miércoles 12 de abril de 1967, Italia amanece con la noticia de la hospitalización de urgencia de Federico Fellini
“En los ambientes artísticos romanos se habla con insistencia de un problema pulmonar; o de una grave forma de pleuresía o de un neumotórax traumático”, informa el periódico Il Messaggero
Se ha corrido la voz de que Fellini podría tener cáncer.
 La prensa transalpina ya tiene lista, por si acaso, la necrológica del director de 47 años.
 En la habitación 105 de la clínica Salvator Mundi, en la colina del Gianicolo en Roma, donde llegan los telegramas por centenares, se suceden las visitas a un ritmo frenético.
 Los amigos y colaboradores más fieles están allí. También presente, el productor Dino De Laurentiis intenta retener las lágrimas.
 Incluso el Papa Pablo VI, quien años antes había calificado de pecadores a los intrépidos que se lanzaron a la perdición yendo al cine a ver La dolce vita, envía un telegrama al director para desearle una pronta recuperación.
Sin embargo, en medio a la angustia desatada por ese mal misterioso que amenaza con poner fin a la vida de uno de los cineastas más talentosos de su tiempo, algunos periodistas dejan escapar una duda: ¿no será otra estratagema del que se definía a sí mismo como un gran mentiroso para librarse del rodaje, eternamente pospuesto, de El viaje de G. Mastorna?
 En la obra del genio italiano, del que se celebra este lunes el centenario del nacimiento, persiste la duda de cómo habría sido la única película que estas semanas no podrán reponer las filmotecas y los cines
La cinta, inspirada en Lo strano viaggio di Domenico Molo, de Dino Buzzati, que marcó profundamente a Fellini con 18 años, se presentaba como una monumental odisea sobre el más allá.
 Habría sido su próximo gran éxito, tras el de Ocho y medio, premio Oscar a la mejor película extranjera en 1963.
 O al menos, así se lo vendió al intransigente De Laurentiis.
 Pero una serie de infortunios se fue cruzando en el camino del maestro, desde la dificultad de dar con el actor principal hasta los innumerables desencuentros con el productor napolitano. 


El episodio de su ingreso en el hospital, narrado por Tullio Kezich, crítico de cine y amigo del director, en la biografía Federico Fellini, la vita e i film, confirmó lo que en realidad el supersticioso cineasta llevaba intuyendo desde el inicio de las pruebas en la primavera de 1965: algo, que a menudo calificara de “nubarrones” con “contornos cambiantes y amenazantes”, le impide hacer la película.
 Según cuenta Kezich, una extraña llamada anunciando una mala noticia, cuyo motivo sigue siendo desconocido, hará que abandone definitivamente el rodaje en 1971.




El viaje de G. Mastorna trata de la muerte.
 Pensé que mi curiosidad estaba siendo castigada. Que había tocado una puerta que se estaba cerrando sobre mí”, confesaba a la revista francesa L´Express en 1969.
 En la obra, Fellini narra la errancia de Giuseppe Mastorna, un violoncelista entorno a la cuarentena, en un especie de ciudad limbo, después de que su avión, envuelto en una violenta tormenta, haya “milagrosamente” aterrizado en medio a una plaza que domina una inmensa catedral gótica.
 A medida que Mastorna se adentra en ese mundo poblado de seres grotescos e inquietantes, en el que reina el caos más absoluto, entiende que no sobrevivió al accidente de avión.
Aunque el cineasta intentará a lo largo de su vida retomar el proyecto “maldito”, habrá que esperar a 1992, un año antes de su muerte, para que la historia vea luz....en cómic. 
Como “queriendo liberarse definitivamente” de Mastorna, según cuenta el periodista Aldo Tassone, el director propone a Milo Manara, el dibujante más felliniano que existe y con el que ya había colaborado en el tebeo Viaje a Tulum, plasmar el relato en viñetas. Como cuenta el autor de la obra erótica, Clic, en una entrevista para la televisión francesa en 2009, Fellini era para él “una divinidad”. “Mi angustia constante mientras trabajaba sobre Mastorna era la siguiente: ¿cómo iba a reaccionar ese amigo tan querido, al ver la representación de sus sueños, claros y nítidos en su espíritu cambiada, transformada, empobrecida? 
Por esta misma razón quisiera darle las gracias”, dijo Manara a propósito del director que antes de ser cineasta hizo sus armas como viñetista en la revista satírica Marc´Aurelio

Para la realización del cómic, Fellini adaptó el guion y dibujó un story board de la primera parte del relato extremadamente detallado que sirvió de base al trabajo de ilustración de Manara. 
La historia, renombrada El viaje de G. Mastorna, llamado Fernet, sin embargo quedó inconclusa.
 Ironía del destino, la aparición de la palabra fin en la última viñeta del primer capítulo despertó la paranoia del director y precipitó su decisión de abortar, una vez más, el proyecto
. La obra, publicada en España en 1996 bajo el título El viaje de G. Mastorna. La película soñada de Fellini (Ediciones B), ha sido completada por los dibujos preparatorios, los comentarios de los dos artistas y un texto del periodista Vincenzo Mollica.
Para realmente poder apreciar el inmenso potencial de la obra de Fellini queda por suerte el guion, cuya primera publicación por la editorial Bompiani en 1995 pasó relativamente desapercibida.
 El texto, pulido por el escritor Ermanno Cavazzoni, editado por Quodlibet en Italia en 2008 y en 2011 por la española Blacklist del grupo Planeta, atrapa al lector desde la primera línea.
 Fellini quería que la cinta tuviera un ritmo endiablado, sin un solo instante de descanso. 
El lenguaje visual al que recurre es tan preciso y evocador que cualquier amante del director puede llegar a tener la sensación de estar literalmente viendo la película

Viñeta extraída del cómic 'El Viaje de G.Mastorna'.
Viñeta extraída del cómic 'El Viaje de G.Mastorna'.
El más allá felliniano es una réplica del caos que reina en la Tierra a la que el director añadió una evidente carga onírica.
 Allí, todo es familiar y, sin embargo, nada tiene sentido: calles y estaciones de trenes abarrotadas donde se apiñan multitudes vociferantes, carteles publicitarios indescifrables, templos llenos de fanáticos de todas las religiones, night clubs, prostíbulos y teatros decadentes donde transcurren eventos absurdos e inquietantes. “¡Qué miseria, qué fantasía desoladora! ¿Así que esto es la muerte?”, se pregunta desesperado Mastorna.
“El protagonista muere porque teme la muerte y ha perdido el sentido más auténtico de la vida”, dijo Fellini a propósito de Mastorna, al que somete a un viaje metafísico hacia la aceptación de la muerte, que solo puede conseguir despojándose de sus prejuicios, miedos, y condicionamientos.
 Para aceptar la muerte, hace falta aceptar la vida es, en resumidas cuentas, lo que nos quiere transmitir el maestro en esta obra que se podría calificar de testamentaria.
Aunque Fellini no la llevó a la gran pantalla, El viaje de G. Mastorna, impregnó todas sus obras posteriores de “una presencia estimulante, cautivadora” de la que “no era capaz de prescindir", confesaba el director, desde Satyricon (1969), pasando por Roma (1972), Pruebas de orquesta (1978), Ginger y Fred (1986), hasta La voz de la luna (1990). Los únicos fotogramas disponibles de la película se pueden apreciar en un cortometraje rodado por Fellini para la cadena estadounidense NBC en 1966, Apuntes de un director (emitido en 1969). 
“Este es Mastorna, el héroe de mi película....tenía todo preparado para que el personaje se materialice...pero no conseguía manifestarse... seguía escondiéndose, escapándome, escurridizo”, comenta la voz en off de Fellini mientras graba los ensayos de Marcello Mastroianni en el papel del violoncelista, en los estudios de De Laurentiis.
La cámara del director se detiene también en los monumentales decorados: la reconstrucción de la plaza de Colonia y su imponente catedral, los restos de un avión de línea, un vagón de tren de varios pisos salido directamente de la imaginación de Buzzati, que participó a la escritura del guion. 
Una serie de elementos que permite, aunque solo sea un poco, acercarse de la que habría probablemente sido la obra más felliniana e íntima del maestro.
 

¿te acuerdas? la vimos en aquel Cine


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Es probable que no fuese la primera vez, pero sí es la primera que recuerdo haber visto una película en el cine.
 A la pantalla se asomaba un extraterrestre feo y cabezón que buscaba su casa, y mi hermano pequeño temblaba de miedo en su butaca.
 Todavía hoy, 26 años después, se me pone la piel de gallina desde el minuto uno de la película.
De la pantalla de aquel cine no recuerdo más que otras dos películas: Blancanieves (produce Disney, 1938), y La leyenda de Greystoke (Hugh Hudson, 1984). 

Supongo que habría más, porque aún pasaron unos años hasta que la sala se convirtió en pisos
. ¿Qué fantasmas habitan el solar de un cine?

No se me olvidan otras primeras veces menos convencionales. Robin Hood (otra vez Disney, 1973) en el Rena, en sesión de mañana, donde hoy solo quedan piedras y maleza nada parecidas al bosque de Sherwood.
 El último tango en París (Bernardo Bertolucci, 1973) en el Cine Yago de Santiago, versión original en una sala casi para mí sola. Amores perros (González Iñárritu, 2000) en el cine más cutre de Irlanda. 
Apocalypse Now versión Redux (Francis Ford Coppola, 1979) en una diminuta sala lisboeta.
 Y una pura cuestión de suerte: mi primera vez con Paul Newman y Robert Redford en Dos hombres y un destino (George Roy Hill, 1969), en la Filmoteca de Lisboa, en un día de agosto con demasiado calor para pisar la calle.
 
Hay más primeras veces a golpe de pequeña pantalla… pero no es lo mismo.
Yo ya he desvelado muchos estrenos, me toca preguntar: ¿recordáis la primera película que visteis en el cine?
PD. Mis disculpas a Aute, por robarle el verso, y a la señora Robinson, por robarle pierna. Las mías, os lo puedo asegurar, no valen ni la mitad.

UN VERSO SUELTO - LUIS EDUARDO AUTE