Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

30 nov 2019

Arruinado y olvidado: los últimos días de Oscar Wilde

Enfermo de meningitis y marginado, el genio irlandés fallecía un día como hoy, 30 de noviembre, de 1900, en un cochambroso hotel de París y bajo el seudónimo de Sebastian Melmoth.

oscar wilde
El escritor irlandés Oscar Wilde, el ejemplo perfecto de dandi, en un retrato del fotógrafo Napoleon Sarony. A juzgar por su actitud, en el mejor momento de su carrera, cuando creía que el sentido de la vida era la belleza y no el dolor.

 

Pidió una copa del champán más caro del hotel y, consciente de que no podría pagarlo, le confesó a su doctor: "Estoy muriendo por encima de mis posibilidades". 
Oscar Wilde (Dublín, 16 de octubre de 1854 - París, 30 de noviembre de 1900) falleció un día como hoy de hace 119 años, en una ruinosa habitación del hotel parisino D'Alsace.
 Tenía 46 años.
Otros, ensalzando su condición de esteta, dicen que se rebeló contra el mobiliario de la estancia. 
"Estas cortinas me están matando" o "este papel pintado y yo estamos luchando a muerte, uno de los dos tendrá que marcharse". Son algunas de las frases que le atribuyen los historiadores en sus últimos días. 
No se sabe a ciencia cierta si fue verdad.
 Porque a sus seguidores así les gusta recordarlo: con un ingenio ácido y visceral que ni la ruina, la enfermedad o el ostracismo lograron acallar.

Oscar Wilde fue condenado por amar a quién no debía.
 Al menos, no en el Reino Unido del siglo XIX.
 Nació en Dublín en el seno de una familia intelectual y adinerada –su padre era cirujano y su madre poeta– y se casó con Constance Lloyd (hija del consejero de la reina, Horace Lloyd), con quien tuvo dos hijos:
 Cyril y Vyvvan. Wilde desarrolló una obra y una personalidad marcada por el hedonismo y la belleza más exaltada.
 Quizá él mismo fue su mejor creación.
 Pero en el apogeo de su carrera se enamoró perdidamente de Alfred Douglas, Bosie, como le llamaba, un poeta de 21 años, tan atractivo como caprichoso, al que había conocido en una fiesta.

Oscar Wilde junto al Lord Alfred Douglas, el amor prohibido que le arruinó la vida.
Oscar Wilde junto al Lord Alfred Douglas, el amor prohibido que le arruinó la vida.
El padre de Alfred Douglas era el marqués de Queensberry, un aristócrata pionero en establecer las reglas del boxeo, que intentó por todos los medios separarlos y poner fin al romance.
 Amenazaba a los dueños de restaurantes con pegarles una paliza si dejaban entrar a la pareja, se presentaba en la casa familiar del escritor para montar escándalos e incluso intentó boicotear el estreno, en febrero de 1895, de La importancia de llamarse Ernesto (Wilde tuvo que entrar por la puerta de atrás del teatro St. James, cercado por la policía por la influencia del padre de Douglas). 
 El detonante final sería la famosa nota que dejaría el padre de Douglas para el escritor en un club de los bajos fondos londinenses: "Para Oscar Wilde, que alardea de sodomita".

 El dramaturgo, harto de la persecución y motivado por su amante –Douglas tenía una relación compleja con su padre porque no le concedía todos los caprichos que quería–, denunció al marqués por calumnias.
 El juicio, contra todo pronóstico, giró en su contra. "Al final del siglo XIX, Inglaterra, que tanto se pone como ejemplo de libertad, era un país muy democrático en lo político pero enormemente puritano, cerrado y durísimo en lo moral. Era un sitio verdaderamente terrorífico, tenía las mayores penas para cualquier tipo de diversidad sexual”, explica a ICON el poeta y filólogo Luis Antonio de Villena, autor de la biografía del irlandés, Oscar Wilde (Biblioteca Nueva). 
"Lo extraño es que antes de ir a la cárcel, a Wilde le ofrecen escaparse a Francia –su amigo Frank Harris había alquilado un barco–, porque allí su orientación sexual no era delito", añade De Villena. 
Sin embargo, Wilde, que había asumido una especie de papel de mártir, no quiso marcharse. 
"Inglaterra era un país en esos aspectos muy atrasado.
 De hecho, el código por el que lo condenaron estuvo vigente hasta 1967", dice el escritor.

"Cuando salió a testificar un chico no muy atractivo, y el fiscal le preguntó si había estado con él, Wilde le contestó: 

"¿Con ese? ¡Con lo feo que es!". Ese fue uno de los errores de Wilde, estaba tan empeñado en dar respuestas brillantes, que no se defendió bien"

Luis Antonio de Villena, poeta y filólogo, autor de la biografía homónima del irlandés, 'Oscar Wilde'.
Wilde transformó los juicios, celebrados a finales de abril y principios de mayo de 1985, en otra de sus maravillosas piezas de teatro, con respuestas, a veces frívolas e ingeniosas, y otras, tan conmovedoras que despertaban los aplausos del estrado.
 "El padre de Douglas buscó chaperos para que testificaran en contra de Wilde. 
Algunos sí que habían estado con él, pero muchos otros no.
 Cuando salió a testificar un chico que no era muy atractivo y el fiscal le preguntó si había estado con él, Wilde le contestó: '¿Con ese? ¡Con lo feo que es! No", explica De Villena.
 Ese fue uno de los errores que cometió Wilde. 
 Porque al decirlo, estaba dando a entender que con él no había estado porque le parecía feo, pero que si le hubiera parecido guapo no hubiera tenido problema.
 Estaba tan empeñado en dar respuestas brillantes, que Wilde no se defendió bien.
El escritor ingresó en la prisión de Reading (Inglaterra) durante dos años, condenado a realizar trabajos forzados. 
"Esos trabajos consistían más que nada en desgastar a la persona, castigar el cuerpo con ejercicios inútiles, darles papillas que provocaban vómitos... cosas espantosas.
 Wilde salió de la cárcel muy destruido como persona, como individuo, y fue desarrollando enfermedades. 
Algunos dicen que la causa de su muerte fue una sífilis que había tenido de joven y que, combinado con todas esas condiciones, acabó con él", apunta De Villena.
 Durante su cautiverio, Wilde escribió De profundis, una extensa carta de amor destinada a Alfred Douglas.
 En ese texto, Wilde se muestra arrepentido por su forma de vida anterior y deja entrever que, una vez que ha alcanzado el cielo y bajado a los infiernos, espera conseguir una especie de renacer.

"Hacia las cinco y media de la mañana, un cambio total se operó en él: sus rasgos se alteraron y eso que llaman el estertor de la agonía comenzó. Jamás había oído yo nada semejante, era como el rechinar de un torno, y duró hasta el final".

La carta de Robert Ross, en la que describe la muerte de Oscar Wilde.
"Todo santo tiene un pasado y todo pecador tiene un futuro", escribió una vez. Él no lo tuvo
. En cuanto salió de la cárcel, Wilde se marchó a Francia ("apenas estuvo una hora en Inglaterra, la detestaba, y jamás volvió", apunta su biógrafo) y se cambió de nombre para pasar desapercibido: Sebastian Melmoth.
 "Aunque no se sabe con exactitud, se cree que Sebastian viene de la imagen de San Sebastián, un mártir joven y guapo que terminó siendo una especie de icono gay. 
Melmoth en cambio procede de una novela gótica, Melmoth el errabundo, de Charles Maturin, que le gustaba mucho", explica De Villena. 
En aquella época el nombre de Wilde se había convertido casi en un insulto. Su mujer le cambió el apellido a sus hijos (por Holland) e incluso lo borraron de la autoría de La importancia de llamarse Ernesto, que todavía seguía representándose en el teatro. Wilde jamás volvió a utilizar su verdadero nombre.
Tampoco volvió a escribir.
 Durante su primer verano en Normandía –antes de fallecer en París, estuvo viviendo en Normandía, Niza o Nápoles, donde se reunió con su amante Alfred Douglas, con quién seguiría viéndose hasta su muerte – consiguió terminar el poema que había empezado en prisión, La balada de la cárcel de Reading, su última pieza literaria. 
"Mandó un par de cartas a un periódico inglés para defender el trato de los presos en las cárceles, en donde explicaba que había que tener más compasión con ellos, que era una cuestión de humanidad, etc. 
Y se las publicaron, al igual que la primera edición de La balada de la cárcel de Reading, con su número de prisionero: C33.
 Pero fue lo último que escribió", apunta De Villena.
Arruinado, enfermo y alcohólico, Wilde sobrevivía con el poco dinero que pedía prestado a sus amigos y que jamás devolvía.
 Se convirtió en un paria social, pero al contrario de lo que se cree, no murió solo del todo. 
"Tenía una serie de amigos, muy poquitos, que se quedaron con él hasta el final. 
Estaba Maurice Gillver, un chapero del que se hizo amigo y que le hizo la foto en su lecho de muerte; o Frank Harris, que era su amigo incluso antes de ir a la cárcel.
 Este no era gay y le ayudaba siempre que podía", apunta De Villena.
Oscar Wilde
La factura en el hotel D'Alsace que Oscar Wilde dejó sin pagar.
También Robert Ross, el que había sido su primer amante y luego, como mejor amigo, el albacea de su legado, lo acompañó en su último aliento. 
 Sus últimas horas, a juzgar por una descriptiva carta que saldría a la luz más tarde, no fueron tan fabulosas como los enunciados que alimentan su leyenda.
 "Hacia las cinco y media de la mañana, un cambio total se operó en él: sus rasgos se alteraron y eso que llaman el estertor de la agonía comenzó.
 Jamás había oído yo nada semejante, era como el rechinar de un torno, y duró hasta el final. Sus ojos no reaccionaban ya a la luz. Era preciso secar constantemente la sangre y la espuma de los labios...", relataría su amigo, sin omitir ningún detalle. 
"Lanzó un profundo suspiro, el único que me pareció normal desde mi llegada, sus miembros se estiraron involuntariamente, su respiración se hizo más débil. 
Murió a las 13:50 horas en punto", añadió Ross.
El entierro se celebró el 3 de diciembre de 1900, con una misa en la iglesia de St. Martin des Près. Asistieron 56 personas.
El D'Alsace, donde falleció Wilde, rebautizado como L'Hotel en 1967, es hoy un pequeño hotel de lujo del que cuelga, con orgullo, la factura sin pagar del escritor. 
Oscar Wilde está enterrado en el mausoleo en el cementerio Père-Lachaise de París que encargó su amigo Robert Ross (las cenizas de este descansan al lado).
 Condenado por sus orientaciones sexuales, el genio irlandés es hoy una figura reivindicada.
 Una de sus frases sirve como testamento de su existencia: "La vida es demasiado importante como para tomársela en serio".





Kate Middleton, trabajadora por dos días en una maternidad de Londres

Su estancia en el hospital de Kingston se suma al interés de la duquesa de Cambridge por causas como la salud infantil y la mental.

Kate Middleton
Kate Middleton, en Londres, el pasado 18 de noviembre.

"La duquesa de Cambridge, patrona de la Real Fundación del duque y la duquesa de Cambridge, ha completado hoy dos días [de trabajo] con la unidad de maternidad del hospital Kingston".
 Así de escueto ha sido el comunicado que ha publicado la Casa Real británica sobre las últimas actividades de Kate Middleton
Según varios medios británicos, la esposa de Guillermo de Inglaterra ha acudido a este centro sanitario al suroeste de Londres para conocer más de cerca su labor con los pacientes.
 Se trata de una de las unidades más prestigiosas de la capital británica, que en 2018 atendió casi 6.000 partos y que ofrece asistencia a aquellas mujeres que desean dar a luz en sus hogares.
A principios de noviembre, Middleton inauguró el hospicio de Nook, en Norwich, al sureste del Reino Unido, después de ayudar a recaudar 10 millones de libras para abrir el centro.
 Allí tuvo oportunidad de conocer a las familias que hacen uso de las instalaciones, como Stanley Harrold, un niño de tres años que padece el síndrome de Pallister-Killian, una enfermedad genética poco común, o a Isabella Alford, de diez, que sufre una enfermedad neurológica degenerativa. 
En la agenda de Middleton resultan habituales las actividades que giran en torno al bienestar de los más pequeños.
 En una ocasión, decidió cortarse la melena y acordó con su estilista Joey Wheeler donar el pelo sobrante —un mínimo de 20 centímetros— a una organización benéfica infantil que fabrica pelucas de pelo natural para niños con cáncer.
 Lo hizo bajo un nombre falso, pero la fundación Litlle Princess Trust hizo pública su identidad a través de su página web a principios de 2018. 
“Estamos muy agradecidos con todas las personas que amablemente nos apoyan de esta manera.

 Como la duquesa de Cambridge es tan conocida, esperamos que su gesto conmueva y aumente la conciencia de otras personas. 

Recibir una peluca de cabello real y gratuita tiene un impacto muy positivo en un niño o joven en un momento tan difícil”, aseguró Mónica Glass, gerente de la fundación.

Lo serio y lo divertido,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,, Boris Izaguirre

Lo serio y lo divertido.

José Bono presume de injerto, Tamara Falcó se gana al público y Antonio Banderas ha aprendido de Hollywood que lo divertido es algo muy serio.

 Antonio Banderas y su hija Stella del Carmen en los premios de la revista Vanity Fair, el pasado lunes.
Antonio Banderas y su hija Stella del Carmen en los premios de la revista Vanity Fair, el pasado lunes. GtresOnline

 

España es un país divertido y puedo asegurar que pocos países tienen esa suerte.
 Parte de esa diversión sucede porque es un país en el que continuamente pasan cosas, no todas igualmente divertidas pero que animan bastante. 
Y a veces hay incluso personas serias que dicen cosas divertidas como el exministro José Bono y que he leído esta semana: “Unas personas se maquillan, otras se ponen pendientes, pulseras… ¡Pues muy bien! 
Cada uno se pone lo que quiere: yo me puse pelo”. Es genial. 
La bravura de Bono. Como es vecino mío en Madrid, lo he visto varias veces curioseando en una selecta tienda de ropa. 
Y en alguna ocasión en compañía de otro exministro, Eduardo Zaplana. 
 Amigos pero distintos: Bono prefiere pelo y Zaplana, lo sé porque íbamos al mismo gimnasio, depilación.

Si algo te falta, pues te lo pones. Resuelves un problema y pasas a lo siguiente.
 Celebro ese tipo de actitud. Es cierto que el pelo nuevo es más evidente que el perdido pero hay que asumirlo.
 El dinero nuevo igual. Y no pasa nada. 
Ningún nuevo rico quiere dejar de ser adinerado, pues lo mismo con los injertos. 
Y es una lección magnífica asumirlo con humor peludo.
 Y al reconocer ese sentido como una parte esencial de nuestro ADN, podemos sortear obstáculos y malestares.



Este lunes me encontré marchando junto a centenas de mujeres defendiendo el día internacional contra la Violencia de Género al mismo tiempo que me dirigía a la fiesta de los premios que da la revista Vanity Fair.
 Para muchos puede resultar contradictorio o frívolo combinar ambas situaciones pero yo me lo tomé con la misma naturalidad que José Bono luce su nueva melena. 
Me encantó poder estar en ambas.
 Me tomé casi el mismo número de selfies en las dos, por distintas que fueran.
Tamara Falcó, ganadora de 'MasterChef Celebrity', en el hotel NH Eurobuilding de Madrid, el pasado jueves. 
Tamara Falcó, ganadora de 'MasterChef Celebrity', en el hotel NH Eurobuilding de Madrid, el pasado jueves.
En la marcha mucha gente me felicitó por mi buen hacer en MasterChef, agregando que les hacía pasar momentos muy divertidos y que no tengo un pelo de tonto. 
Yo intentaba explicarles mi punto de vista sobre el ser español y divertido y tuve poco éxito. 
“Eso es porque no eres de aquí”, insistieron. En la fiesta de Vanity Fair alguien me sugirió que “solo en los círculos que te mueves, la gente es divertida.
 El resto es más serio”. 
Pero mi interlocutor ya estaba obnubilado por el desfile de personalidades en la convocatoria del Vanity Fair español. En menos de un pestañeo vi desfilar a Esther Doña, Agatha Ruiz de la Prada e Isabel Preysler, cada una en su estilo y sin preocupaciones porque ya no hay tendencias, lo que importa es la naturalidad y la emoción. 
Lo interesante es que esto podía suponer un final para las alfombras rojas y, todo lo contrario, las ha hecho más intensas.
 Y esa noche del Hombre del Año me lo pasé bomba observándolo, tanto que me instalé al lado de Susi Caramelo, sin acreditación de prensa ni nada y la vi entera.
Antonio Banderas, el premiado, es impecable.
 ¡No hay nada como Hollywood para enseñarte que lo divertido es algo muy serio! 
Es edificante ver en acción todo ese conocimiento, cómo mira al entrevistador, cómo se planta antes que posar, la estela que deja su seguridad.
 Es tan fascinante que cuando lo tuve de frente solo pude decir: “Gracias”.
 Y él, concentradísimo, me preguntó por qué.
En la fiesta todo el mundo comentaba a Preysler lo bien que les caía su hija Tamara en MasterChef Celebrity. 
 Como madre, respondió que estaban todos muy felices por este éxito, aunque era un enigma cómo había conseguido ser tan querida.
 Aunque luego aprovechó que compartía mesa con el ministro de Cultura José Guirao y Eugenia Martínez de Irujo, ambas, sin pelos en la lengua, no dudaron en preguntar si habría gobierno
  El ministro en funciones pareció responder con un gesto enigmático que resultó divertido y serio al mismo tiempo.
 Entendí que Preysler quisiera desviar la atención hacia el gobierno para que no la acorralaran con querer confirmar que su hija era la ganadora de MasterChef Celebrity. 
 Todo el mundo sabe que el programa está grabado y también que existe una claúsula de confidencialidad pero no se puede controlar la diversión que genera reventar un secreto.
 Lo más divertido es cómo nada de eso afecta el contundente dato de audiencia que cosechó la final del programa.
 Se confirma que no hay nada más divertido que sufrir para triunfar.

 

La vida de Víctor Manuel alrededor de los fogones

"El gusto es mío’ está cruzado de experiencias asociadas a viajes, a gente que quiero, a la vida…”, dice el cantante sobre su libro, en el que incluye recetas de cocina.

Víctor Manuel, durante la presentación de su libro.
Víctor Manuel, durante la presentación de su libro. GTRES

 

De niño la güela María le decía, en su lengua asturiana: “Este niñu ta muy ruin”. 
Y es que entonces Víctor Manuel era “un niño de deshecho prácticamente, muy delgado, mal comedor; no me gustaba nada”. Pasó el tiempo y la vida, el disfrute de la comida, lo han hecho “demasiado gordín”, y aunque le gustaría estarlo menos, quiere tanto la cocina que le ha dedicado un libro, El gusto es mío (Aguilar), en el que combina las recetas con el placer de comer con otros.
 Su tiempo (nació en 1947, en Mieres) está marcado por las canciones que le dedicó al abuelo fusilado en la guerra y a la mina y al sabor de los primeros alimentos, y al miedo de posguerra. “Nada se movía. Las familias estaban asustadas por lo que les había tocado vivir…" ¿Y el hambre? 
“La sensación de hambre es cuando no tienes nada.
 Si puedes comer de lo que hay entonces no tienes hambre… Yo no he pasado hambre en mi vida.
 En mi familia se preocupaban de que hubiera lo básico”.
Lo básico eran “las sopas, los cocidos, las lentejas, la fabada, el pote…”.
 Excepcionalmente había pollo, como aquellos con cuyo olor se alimentaba Carpanta, “o unas almejas a la marinera, pero eso ya suponían fiestas absolutas. 
¡Desconocía que existiera el pulpo o el mejillón!... En los días de fiesta, además, mi padre me llevaba a un bar para tomar un vermú con aceituna. 
Yo volvía a casa un poco colocado, y allí nos encontrábamos pollo al horno o patatas a la importancia…
 El pollo era un lujo, pero es que mis padres se dedicaban a repartir pollos y huevos. 
Algo se iba quedando en casa y nos los comíamos.
No nos machacábamos pensando en alimentos excepcionales o en comidas irrealizables.
 Cuando tienes el estómago lleno y disfrutas de la comida con tu familia no piensas en más.
 Eso viene más adelante”. 


Y más adelante es lo que está en el recuento de memorias de recetas y comidas con otros que constituye el libro. 
Son también historias sentimentales que le pasan con la cocina como origen o pretexto. 
“Nunca habría tenido la osadía de hacer un libro de recetas. Hay cocineros fantásticos que las hacen.
 Las emociones que cuento ocurren en torno a cosas más domésticas, que vienen de saber que cuando mi abuela cocinaba estaba dando a la vez una lección de ética…
 Primero servía a todos los animales de la casa, perros, gatos, los que hubiese, y después servía a los demás. 
Esa secuencia me marcó para siempre”.
Víctor Manuel y Ana Belén.
Víctor Manuel y Ana Belén. GTRES
 
De niño la güela María le decía, en su lengua asturiana: “Este niñu ta muy ruin”. Y es que entonces Víctor Manuel era “un niño de deshecho prácticamente, muy delgado, mal comedor; no me gustaba nada”. Pasó el tiempo y la vida, el disfrute de la comida, lo han hecho “demasiado gordín”, y aunque le gustaría estarlo menos, quiere tanto la cocina que le ha dedicado un libro, El gusto es mío (Aguilar), en el que combina las recetas con el placer de comer con otros. Su tiempo (nació en 1947, en Mieres) está marcado por las canciones que le dedicó al abuelo fusilado en la guerra y a la mina y al sabor de los primeros alimentos, y al miedo de posguerra. “Nada se movía. Las familias estaban asustadas por lo que les había tocado vivir…" ¿Y el hambre? “La sensación de hambre es cuando no tienes nada. Si puedes comer de lo que hay entonces no tienes hambre… Yo no he pasado hambre en mi vida. En mi familia se preocupaban de que hubiera lo básico”.
Lo básico eran “las sopas, los cocidos, las lentejas, la fabada, el pote…”. Excepcionalmente había pollo, como aquellos con cuyo olor se alimentaba Carpanta, “o unas almejas a la marinera, pero eso ya suponían fiestas absolutas. ¡Desconocía que existiera el pulpo o el mejillón!... En los días de fiesta, además, mi padre me llevaba a un bar para tomar un vermú con aceituna. Yo volvía a casa un poco colocado, y allí nos encontrábamos pollo al horno o patatas a la importancia… El pollo era un lujo, pero es que mis padres se dedicaban a repartir pollos y huevos. Algo se iba quedando en casa y nos los comíamos. No nos machacábamos pensando en alimentos excepcionales o en comidas irrealizables. Cuando tienes el estómago lleno y disfrutas de la comida con tu familia no piensas en más. Eso viene más adelante”.
Y más adelante es lo que está en el recuento de memorias de recetas y comidas con otros que constituye el libro. Son también historias sentimentales que le pasan con la cocina como origen o pretexto. “Nunca habría tenido la osadía de hacer un libro de recetas. Hay cocineros fantásticos que las hacen. Las emociones que cuento ocurren en torno a cosas más domésticas, que vienen de saber que cuando mi abuela cocinaba estaba dando a la vez una lección de ética… Primero servía a todos los animales de la casa, perros, gatos, los que hubiese, y después servía a los demás. Esa secuencia me marcó para siempre”.
Víctor Manuel y Ana Belén.
Víctor Manuel y Ana Belén. GTRES
El gusto es mío “está cruzado de experiencias culinarias siempre asociadas a viajes, amigos, a gente que quiero, a la vida…
” Llegó a Madrid muy joven e iba al mercado de Olavide, donde da inicio al placer de cocinar.
 Ahora ya no iba al mercado a acompañar a su padre, sino a buscar para comer. 
“Desconocía miles de alimentos, que entonces viajaban con mucha más dificultad. 
¡En Asturias había visto los pulpos dibujados! Pero no tenía ni idea de a qué sabían, e igual me pasaba con los mejillones… Fui viajando, descubriendo sabores nuevos de los que no tenía idea hasta que tuve 18 o 20 años.
 En Canarias descubro el gofio, en Valencia entiendo que la paella no era lo que comíamos como tal en Asturias. En todas partes quise averiguar cómo estaban hechos los platos”.
El cantante Víctor Manuel.
El cantante Víctor Manuel. Penguin Random House
Al descubrimiento del pulpo, por cierto, le dedica algunas de las páginas del libro. 
Están experimentando para reproducirlo en cautividad. “Me apena muchísimo que deje de existir como comida, porque me encanta. Hay alimentos que ahora disfrutamos y se están acabando, como los percebes… La primera vez que los percebes aparecen en la literatura es en el siglo XIX, en una novela de Emilia Pardo Bazán. Recomendaba que no se sacaran a la mesa los percebes grandes porque a las jóvenes podrían suscitarles historias sexuales… Eso se está acabando.
Estamos asistiendo a la extinción de muchas especies. Se acaban porque nos las hemos comido y ya está, no hay más”.
Lo rodeaba en la niñez en que era un niñu ruinín la mina y la huerta, “y el cerdo, que en mi tierra tiene un monumento; un animal que quitó mucha hambre y que se administraba como un tesoro, durante mucho tiempo”. 
Luego vinieron otras cocinas. México es la reina de todas las que ha descubierto desde que se fue al mercado de Olavide a buscar alimentos para una chica que ya había en su casa, y que entonces y ahora se llama Ana Belén.
  Para ella sigue cocinando, y para cientos de amigos como los que aparecen en este libro. 
El gusto sigue siendo suyo.