Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

30 jun 2019

De los parecidos........................Javier Marías

Sé de amigos y amigas que estaban enamorados de alguien, o por ahí. 
De pronto les tocó frecuentar a su familia, y se les alteró la visión del ser amado.
AL MENOS EN TRES de mis novelas los parecidos han tenido un papel episódico pero no exento de importancia, así que es un asunto al que le doy vueltas de tanto en tanto. 
Ahora me toca de nuevo a raíz del nacimiento de una niña, nieta de mi mujer, a la que de momento (sólo cuenta siete meses) veo una considerable semejanza con su abuela, en ciertos rasgos físicos y en lo que se anuncia como un carácter risueño y alerta.
 Su hija, la madre de esta niña, ya se le parece notablemente, hasta el punto de que la gente las toma por hermanas en ocasiones, cuando las ve juntas. 
Por lo visto, la madre de mi mujer (a la que ésta no conoció hasta su adolescencia, y entonces sólo durante un breve periodo) era asimismo idéntica a su hija, por tanto a su nieta y quizá a su bisnieta, a las que tampoco conoció, obviamente.
 De ser todo esto así, sumarían cuatro generaciones de mujeres con facciones muy similares, y alguien tan dado al pensamiento ocioso como yo no puede por menos de preguntarse el porqué de tan exagerada insistencia en determinados genes.
Cierto que cada una tuvo, tiene o tendrá su personalidad y su biografía: diferentes personas forjadas cada una a sí misma, complejas; en algún caso opuestas entre sí, la negación de la anterior.
 Pero con una fortísima semejanza en el “continente”.
 No es tan frecuente la reiteración. Los parecidos acaban diluyéndose (intervienen nuevos individuos en la creación de cada criatura), la prolongación indefinida no suele darse.
 De niño todo el mundo decía que yo era clavado a mi madre. Entonces no lo veía, porque los niños no se ven bien; ni siquiera distinguen demasiado a los otros (recuerdo haber creído durante años que James Stewart y Gary Cooper eran el mismo, y otro tanto me ocurría con Dean Martin y Robert Mitchum; claro que a ellos los encontraba de tarde en tarde en el cine, y además caracterizados).
 Más adelante sí llegué a verlo, y cuando ella murió, a mis veintiséis, en el trayecto en coche hacia el cementerio me veía parcialmente en el espejo del conductor, y, tras una noche de pena e insomnio, sólo acertaba a pensar en bucle:
 “Debo de ser lo más parecido a ella que queda”. 

Ahora que he cumplido casi tres años más de los que ella cumplió, no sé si sigo “representándola”, seguramente no.
 Uno va cambiando, y le surgen parecidos que no solía tener.
 A algunos de mis tíos, muy distintos de mi abuelo, los vi de repente idénticos a éste, según se adentraron en la edad de su padre cuando yo lo traté.
 De mis cinco sobrinas, hay una a la que durante tiempo creí verle más semejanza conmigo que con su propio padre, hermano mío. Ahora no sé: ella y yo vamos variando.
 Los parecidos, además de misteriosos o inquietantes, pueden resultar también peligrosos.
 Sé de amigos y amigas que estaban enamorados de alguien, o por ahí. 
De pronto les tocó empezar a frecuentar a la familia de ese alguien, y no sólo se les alteró la visión del ser amado, sino que incluso dejaron de quererlo paulatinamente. 
Conocieron a un padre o a una madre con los que guardaba parecido el ser amado. 
Y no sólo “preanunciaban” la posible evolución de ese ser (se entiende que para mal, o para desaliento), sino que lo que mis amigos tomaban por peculiaridades de su novio o su novia resultaron ser vulgares “copias” o “contagios” de quienes los precedían, de unos transmisores tal vez desagradables, antipáticos o mal educados.

Conocer y tratar a una persona a solas, en sí misma, es muy distinto que conocerla y tratarla en su medio original, en su entorno familiar, que puede provocar un rechazo tan drástico como para impregnar sin remedio a quien hasta entonces se quería con locura e incondicionalmente.
 Por eso no entiendo la suicida afición española a las familias, a las propias y a las políticas o adquiridas.
 Cada nuevo miembro suele ser engullido por ellas sin la menor consideración, y los aterrizados cónyuges o parejas se oponen poco, se dejan absorber y fagocitar, tanto si les agrada el terreno que pisan como si no.
 Yo he tenido la “suerte” (para mí, no para ellas, claro) de que la mayoría de mis parejas eran huérfanas de padre o madre o de los dos.
 De que carecieran de verdadera y vampírica estructura familiar.
 Si hablo de suerte es porque no he corrido el riesgo de sentir ese rechazo “vicario” o “por delegación”.
 En lo que a mí respecta, consciente de ese peligro, he “impuesto” lo menos posible a mi familia, para no ser yo víctima de ese injusto repudio contra el que no se puede luchar.
 Si alguien que nos quiere nos ve súbitamente como “reflejo” o prolongación de alguien mayor que le pone de los nervios o le cae como un tiro; si vislumbra nuestro rostro futuro en un rostro envejecido y tal vez amargado o quizá abotargado, en unos rasgos que le repelen o le causan decepción, no es difícil que, a su pesar, se aleje de nuestra compañía. 
 Puede suceder lo contrario, claro está: padres o madres tan encantadores, comprensivos e inteligentes, y de físico tan grato en sus diversas edades, que nos inviten a quedarnos cerca de su hijo o su hija, ante la probable promesa de una admirable evolución. 
Pero, por si acaso, yo sería partidario de suprimir todo contacto con las familias sobrevenidas, no vaya a ser que, por su culpa, nuestro amado o nuestra amada se nos tornen insoportables, y los perdamos.


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29 jun 2019

Mahler Symphony No 2 - Gustavo Dudamel · Simón Bolivar Symphony Orchest...

La ‘Segunda’ de Mahler de Dudamel: resucitar sin morir previamente

El director venezolano encuentra sólo al final de su interpretación su mejor voz mahleriana.

Gustavo Dudamel al frente de la Orquesta Filarmónica de Múnich.
Gustavo Dudamel al frente de la Orquesta Filarmónica de Múnich.

 

La porcelana Lladró busca el brillo perdido

La marca, símbolo del lujo en los años 80, intenta reconducir su producto en plena era digital y desvinculada ahora de la familia fundadora.

Escaparate de una tienda de Lladró en la calle Serrano de Madrid.rn
Escaparate de una tienda de Lladró en la calle Serrano de Madrid.

Lladró, emporio de porcelanas surgido del horno moruno de una casa de labriegos valencianos en los años 50, reinó durante décadas en el mercado mundial del lujo y decoró las mansiones de famosos como Lauren Bacall, Michael Jackson, que llegó a atesorar en rancho Neverland más de 300 de las conocidas figuritas, o Nancy Reagan.

Como en alguna ocasión contó José Lladró, fundador de la firma con sus hermanos Juan y Vicente y el gran coleccionista de anécdotas, la fama de la marca rozó las estrellas cuando le regalaron al papa Pablo VI su conocida composición de los tres Reyes Magos y el Pontífice la recicló, entregándola a los astronautas que viajaron a la Luna en 1969 (Armstrong, Aldrin y Collins) porque eran los mensajeros de Dios en el mundo exterior.
Pepe Lladró [como le conocían sus allegados], desvinculado de la empresa que alumbró, falleció el pasado 17 de junio a los 91 años de edad cuando la firma de porcelanas busca recuperar su brillo y reconduce su producto, hecho a mano, en plena era digital, rodeado de planes de ajuste y dirigida por un fondo de inversión español.
Lladró ha sido durante décadas sinónimo de exclusividad y prestigio.
 La firma abría exposiciones o tiendas en la Quinta Avenida de Nueva York o en Rodeo Drive, en Los Ángeles.
 Corrían los años 80 y 90 y la figuritas de Lladró eran un fenómeno planetario, con miles de coleccionistas y desde luego no al alcance de todos los bolsillos.
 La actriz Tippi Hedren, la espléndida protagonista de Marnie la ladrona, hizo subirse a su cama a José Lladró para firmarle una paloma de la firma colgada del techo de su casa.
 La firma atesora centenares de anécdotas parecidas.

Las delicadas piezas de porcelana, sin nada que envidiar a marcas con 300 años de antigüedad, eran muy cotizadas y causaban admiración en Estados Unidos y Japón, con precios de 170.000 euros e incluso más. 
"Vendemos barro a precio de arte, este es el secreto", explicaba entusiasmado un alto cargo del grupo en 1988 cuando Lladró abrió un museo en Manhattan.
 Como explicaba uno de los cronistas, a Lladró le pasaba lo que al cantante Julio Iglesias, y es que eran más valorados fuera que dentro de su país.
 “Su ternura se adapta a nuestro corazón", confesaba entonces un ferviente coleccionista sueco. 

Pero con el estreno del nuevo milenio llegó la crisis y la decadencia.
 Ahora Lladró, con unas cifras de facturación y plantilla mermadas, busca sobrevivir sin los Lladró, que vendieron sus acciones en 2017 tras el fracasado intento de traspasar el negocio a la segunda generación de la familia.
 El traspaso no cuajó debido a agrios conflictos y desavenencias. Los conflictos familiares se airearon en entrevistas y libros de memorias e incluso hubo contencioso en los juzgados.
La empresa no ha dejado nunca de investigar y a su línea de figuras escultóricas, que representan sentimientos universales como el amor, la maternidad o la alegría, se han añadido productos de hogar e iluminación.
 Lladró se presenta a los clientes como "la porcelana del siglo XXI".
 Tiene artículos que oscilan de los 50 a los 3.000 euros. 
Se ha convertido en una firma de artesanía, que lo hace todo a mano, "en la era de las prisas", con más de 1.000 puntos de venta autorizados -llegó a tener más de 2.000.
Una de las celebridades interesadas por Lladró es el príncipe de Tailandia [ahora rey], que conocía las figuritas porque sus padres eran coleccionistas. 
También se ha visto a Naomi Watts con alguna pieza de joyería de la marca aunque los gestores siempre han sido muy celosos de este tipo de datos.
A pesar de todo lo que ha llovido desde su creación, la sede de Lladró continúa en la localidad valenciana de Tavernes Blanques, a pocos kilómetros de Almàssera, municipio donde la familia Lladró Dolz cultivaba sus campos.
 Una escultura en piedra y metal, con la efigie de los tres fundadores, preside la explanada de acceso al edificio principal.
 La salida de la familia del grupo fue dura y difícil pero, como apuntó Juan Lladró, el negocio iba a crecer "en manos de otros".
Se acabaron los debates que los tres hermanos solían protagonizar mientras dirigieron su imperio de porcelana desde una pequeña localidad valenciana.
 Terminaron las votaciones con que los tres empresarios elegían por unanimidad o mayoría de votos las piezas que entraban o no en el nuevo catálogo porque en Lladró las discusiones entre los hermanos enriquecían al grupo y les hacía crecer.
 El paso del negocio a la segunda generación fue la excepción.