La casa
real británica publica sus cuentas del último año fiscal y el alto coste
de la renovación del hogar de Enrique de Inglaterra y Meghan Markle ha
sido calificado como "escandaloso".
Parece que el príncipe Enrique
y Meghan Markle no van a abandonar pronto el ojo del huracán en el que
llevan meses instalados, especialmente porque la última polémica que les
ha salpicado afecta directamente al bolsillo de los británicos. Según
revela el informe financiero anual de la casa real, publicado este
martes en su web, la reforma de Frogmore Cottage, la residencia en los terrenos del castillo de Windsor
a la que los duques de Sussex se trasladaron en primavera, le ha
costado a los contribuyentes 2,4 millones de libras (casi 2,7 millones
de euros).
Las obras fueron sufragadas por el Sovereign Grant, los
fondos públicos con los que se financian los compromisos oficiales de
los royals, el mantenimiento de los palacios reales ocupados y
los sueldos del personal, mientras que los muebles, la decoración y
otros accesorios los pagaron los Sussex de su bolsillo, al igual que
cualquier mejora en las instalaciones que superara la calidad estándar
aprobada.
Frogmore Cottage, una propiedad protegida del siglo XIX, fue un regalo
de la reina a su nieto y su esposa, pero presentaba un inconveniente
para su habitabilidad: estaba compuesta por cinco casas pequeñas
destinadas a dependencias del personal. Los Sussex la han transformado en una sola vivienda más grande
y con todas las comodidades de un hogar moderno, pero eso ha requerido
cambios estructurales que, según enumera la prensa británica, incluirían
la sustitución de vigas defectuosas, la actualización de los sistemas
de calefacción y cableado, la renovación de las tuberías de gas y agua y
la instalación de nuevos dormitorios, baños, chimeneas, escaleras y un
suelo de tarima flotante en la cocina.
“El plan consistió en la
reconfiguración y renovación completa de cinco unidades residenciales en
mal estado para crear la residencia oficial del duque y la duquesa de
Sussex y su familia. Las obras se iniciaron en noviembre de 2018 y se
completaron en su mayor parte a finales de marzo de 2019”, especifica el
informe oficial.
De ese “en su mayor parte” se infiere que la factura
final de la reforma será aún más alta.
Adelantándose a la tormenta mediática,
Sir Michael Stevens, responsable de cuentas y tesorero de la Corona, ha
subrayado que los arreglos de Frogmore Cottage –que es la única
residencia oficial de los Sussex– eran necesarios para garantizar el
mantenimiento a largo plazo de la propiedad, y no fruto de un derroche
extravagante de los duques.
“La propiedad no había sido objeto de obras
desde hace algunos años y ya estaba destinada a la renovación de acuerdo
a nuestra responsabilidad de mantener en buen estado los palacios
reales ocupados”, ha afirmado.
“No hay ala para Doria [Ragland, la madre
de Meghan Markle], no hay estudio de yoga. Es una casa familiar bastante
acogedora”. Según recuerda The Telegraph, los duques de
Cambridge se gastaron unos 4,5 millones de libras (5 millones de euros)
en reformas antes de instalarse en sus dependencias en Kensington
Palace.
Pese a todo ello, la controversia no tardó en
generarse.
Usuarios –conocidos y anónimos– de las redes sociales se
preguntaban por qué los Sussex no optaron por la opción, más fácil y
económica, de quedarse a vivir en Kensington Palace. Graham Smith,
consejero delegado de la organización antimonárquica Republic, definió
las cifras de gasto como “escandalosas” y pidió una investigación
parlamentaria sobre lo que considera un “mal uso flagrante de dinero
público”.
“Si incluso una escuela u hospital se enfrenta a recortes, no
podemos justificar el gasto de un centavo en la realeza.
Sin embargo,
con todos los servicios públicos bajo una intensa presión económica,
tiramos 2,4 millones de libras en una nueva casa para Enrique.
Esto es corrupción escondida a plena vista”, declaró.
Durante el ejercicio fiscal 2018-2019, la monarquía
le costó a los contribuyentes británicos 82,2 millones de libras (casi
92 millones de euros). Y, aunque el informe indica que esa cantidad
supone un desembolso anual por persona de 1,24 libras (1,38 euros), los gastos de los Windsor siempre han estado bajo la lupa. Adalides de la nueva corriente anti-Meghan,
además, no han perdido la ocasión de relacionar estos nuevos datos con
el lujoso tren de vida que le achacan a la exactriz, quien, según el Mail on Sunday,
ha llevado joyas por valor de 671.000 euros en el último año y medio. El descenso de su popularidad parece quedar reflejado en el hecho de que
Enrique y Meghan no hayan entrado en el top 10 de la lista de poder social –encabezada por los duques de Cambridge– que la revista Tatler, considerada la biblia de la alta sociedad, incluirá en su número de agosto.
El actor,
que vuelve este verano con la nueva película de Tarantino, vive una
paradoja esquizofrénica: a pesar de ser guapo, rico y famoso, no es
feliz.
En una entrevista para Rolling Stone
de 1994 Brad Pitt aseguraba, mientras vaciaba jarras de cerveza sin
parar, que no quería que la gente supiera nada de él:
“No quiero que me
conozcan. Yo no sé nada sobre mis actores favoritos, de otro modo se
convertirían en celebridades”.
Su plan ha salido regular. En estos
últimos 25 años, Shania Twain se ha reído del tamaño de su pene en una
canción (That don't impress memuch)
tras publicarse unas fotos de Pitt desnudo con su entonces prometida
Gwyneth Paltrow; su primer hijo con Angelina Jolie fue apodado
“el bebé
más esperado desde Jesucristo”, y durante el parto de sus gemelos los
paparazi alquilaron la planta superior del hospital para deslizarse por
la fachada.
Hasta el propio Pitt ha llegado a confesar
que le gustaría “dar de hostias a Brad Pitt”.
Es un hombre cansado de
sí mismo pero, para su desgracia, el mundo nunca parece tener suficiente
de Brad Pitt.
Tanto sus escaramuzas sentimentales como profesionales
(la última película llega el 15 de agosto, Érase una vez... en Hollywood, donde él y Leonardo DiCaprio están dirigidos por Quentin Tarantino) son seguidas con pasión.
Chris Schudy era el mejor amigo de Brad Pitt (Oklahoma,
Estados Unidos, 1963) en el instituto. Cuando le llevó a casa para
cenar, su madre le preguntó:
"¿De dónde has sacado a este dios romano?”. Pitt ya era una estrella en
Springfield (Missouri) antes de montarse en su Datsun con 325 dólares
en el bolsillo, a solo un trabajo de redacción para licenciarse en
periodismo, y conducir durante 23 horas hasta Hollywood. Los Simpson
viven en Springfield porque es el pueblo más común en Estados Unidos
(existen 69 localidades con ese nombre) y, por tanto, describe un lugar
genérico donde nunca ocurre nada. Pero en Springfield, Missouri, ocurrió Brad Pitt: el canon de la belleza masculina de los noventa. Le bastaron 10 minutos en Thelma y Louise
(1991) para decretar que el hombre perfecto ahora debía tener cara de
adolescente, cuerpo de deportista de élite y, por primera vez en la
historia, predisposición para dejarse cosificar. Por la calle, las mujeres le paraban no para pedirle un autógrafo sino un beso. Hollywood puso la maquinaria en marcha (y él obedeció explotando el tic
de humedecerse los labios en cada contraplano): si la belleza de Helena
de Troya hundió mil barcos, la de Pitt llevaría a perder la cabeza a
toda la que se enamorase de él. En el caso de Seven, literalmente. Juliette Lewis en Kalifornia; Julia Ormond en Leyendas de pasión
(donde Pitt se iba de la película tres veces solo para poder volver a
caballo y con el pelo al viento cada vez más lustroso que la anterior);
Antonio Banderas en Entrevista con el vampiro; Claire Forlani en ¿Conoces a Joe Black?; Helena Bonham-Carter en El club de la lucha,
y, según la prensa sensacionalista, Jennifer Aniston en la vida real
pagaban caro enamorarse de Pitt. Y cómo le ocurría a Geena Davis en Thelma y Louise
cuando Pitt le robaba todo el dinero que tenía, el público se quedaba
con la sensación de que había merecido completamente la pena.
“No puedo esperar a caminar hacia el altar, ponerme el anillo y besar a la novia”, aseguraba el actor
en 1997 ante su compromiso con Gwyneth Paltrow, quien en los rodajes
bebía de una taza con la cara de su novio, “porque solo voy a hacerlo
una vez en la vida”.
El romanticismo tradicional de Pitt chocaba con la
imagen que el público se había formado de él, pero su existencia está
plagada de contradicciones: un galán que solo es feliz tirado en el sofá
en pijama fumando porros (Paltrow tenía que arrastrarle a un
restaurante una vez a la semana); una estrella que se queja de que le quitaron todas las escenas interesantes en Entrevista con el vampiro para que solo Tom Cruise se luciese (cuando le preguntaban por Cruise, Pitt evadía la respuesta asegurando que “Antonio Banderas es un tipo genial”), y una cara bonita con las inquietudes de un actor de carácter.
Durante uno de sus rodajes en los noventa, Pitt tuvo un ataque de
pánico. Uno de los operarios se le acercó y le dijo: “Levanta la cabeza,
deja de quejarte, eres el puto Brad Pitt; ya me gustaría a mí ser el
puto Brad Pitt”. “Necesitaba escuchar eso”, recuerda hoy el actor en una entrevista para Esquire,
“aquel día brillé gracias a eso”. Si Brad Pitt (el hombre) odia a Brad
Pitt (la estrella) es porque su estatus de celebridad lleva años
impidiéndole ser feliz. Por eso hay cierto sadismo en su rebeldía contra su propia imagen pública. Para preparar Doce monos (1996) se encerró en una habitación a chocarse contra las paredes; en Seven
(1995) exigió por contrato que la cabeza se quedara "en la caja” ante
la insistencia del estudio de cambiar el final a uno más heroico; en El club de la lucha se quitó los empastes de sus dientes delanteros, y en Snatch. Cerdos y diamantes
se inventó un acento ininteligible de gitano irlandés que hubo que
subtitular. No es casualidad que en todas esas películas le destrozasen
la cara a puñetazos. “Me pasé los noventa tratando de esconderme y me volví loco huyendo de
la cacofonía de la fama. Me ponía enfermo estar tirado en el sofá con un
porro, me sentía patético”, ha admitido.
“Intentaba encontrar personajes con vidas interesantes, pero yo no era
capaz de vivir una vida interesante. Creo que mi matrimonio tuvo algo
que ver”. Esta confesión, además de obligarle a emitir una disculpa
pública hacia Jennifer Aniston (a quien conoció en una cita a ciegas
gestionada por su agente), sugiere que Pitt está tan obsesionado con
proteger su intimidad como ansioso de contarle sus miserias a cualquiera
que quiera escucharlas. “Siempre he estado en guerra conmigo mismo,
para bien o para mal, hay una discusión constante ocurriendo en mi
cabeza”, reconoce,
añadiendo que en varios periodos se ha sentido “absolutamente cansado”
de sí mismo. Y entonces la película más intrascendente de su carrera, Sr y sra Smith
(2005), le cambió la vida: aquí la chica no perdía la cabeza por Brad
Pitt, sino que quería poner la de él en una bandeja de plata.
El triángulo Aniston-Pitt-Jolie generó una nueva dimensión de fama:
Brangelina, la unión de dos estrellas en condiciones escandalosas,
colisionó en una supernova mediática. Brad Pitt, a diferencia de otras
estrellas adúlteras como Ingrid Bergman o Liz Taylor, no tenía dónde
esconderse y, un mes después de su divorcio de Aniston, le pillaron de
vacaciones con Angelina Jolie en una playa de Kenia. A los cuatro meses
Jolie estaba embarazada del hijo de ambos, Shiloh. Tres años después de
conocerse Pitt era el patriarca de una prole de seis hijos, tres
biológicos y tres adoptados por Jolie y posteriormente por él.
“En nuestra casa hay un barullo constante, ya sean risas, gritos, lloros
o golpes. Me encanta. Me encanta. Me encanta. Odio cuando no están. Es
agradable pasar un día en un hotel y leer el periódico, pero enseguida
echo de menos esa cacofonía de la vida”, explicaba el actor. Sin embargo, uno de sus directores, Andrew Dominick, describió la mansión del matrimonio como “un lugar donde te colocas nada más entrar por la puerta”. En una entrevista,
tras recordar entre risas que el día que conoció a Quentin Tarantino
vaciaron cinco botellas de vino, Pitt se bebía otras dos mientras
bromeaba que no debería porque sus hijos “estarán en casa preguntándose
dónde está papá”. La involucración emocional del público en este romance, dividida en los
bandos “equipo Aniston” y “equipo Jolie”, dejó a Pitt como un pelele que
se dejaba llevar pero que, al menos, gracias a su nueva esposa había
encontrado por fin un sentido para su vida mediante su colaboración con
causas benéficas. Entonces su carrera voló a unas alturas inéditas en
Hollywood al protagonizar siete películas nominadas al Oscar en ocho
años y producir tres que lo ganaron: Infiltrados (2006), 12 años de esclavitud (2013) y Moonlight (2016). Pero Pitt vio la victoria de esta última en casa de un amigo porque no quería que su reciente divorcio acaparase la atención. (Quién iba a decirle que Warren Beatty y Faye Dunaway ya se iban a encargar de distraer la atención de los espectadores).
La separación de Pitt y Jolie pareció sacada, al igual que su unión, de un culebrón. Un jet
privado. Un altercado entre un padre y su hijo (Maddox, que entonces
tenía 15 años). Una mujer que coge a toda su prole e interpone la
demanda de divorcio nada más aterrizar. Adele les dedicó un concierto,
Internet se llenó de gifs de Jennifer Aniston sonriendo, y la
aerolínea Norwegian Airlines lanzó la campaña “¡Brad está soltero!” para
promocionar vuelos a Los Ángeles. Pero lo que para el mundo parecía una
atracción de feria, para Pitt era un reencuentro con sus demonios y,
una vez más, así quiso compartirlo con un periodista.
Seis meses después de la separación, aún luchando con Jolie por la custodia compartida que Jolie le negaba, Brad Pitt concedió una entrevista
sobre su propia depresión. De entre todas las casas que ha comprado en
su vida (un rancho en Missouri de 242 hectáreas, una mansión en Nueva
Orleans, un castillo en el sur de Francia, un apartamento en Nueva York,
un piso de 600 metros cuadrados en Berlín), Pitt se refugió en su
residencia de Hollywood Hills. En el sótano, donde Jimi Hendrix compuso May this be love,
Pitt había pasado su matrimonio con Jolie fumando marihuana durante
días enteros. Ahora el actor explicaba que cada mañana hacía un fuego
mientras disfrutaba del proceso de preparar té matcha y cada noche hacía
otro fuego porque era lo único que le hacía “sentir que había vida” en
esa casa. Entremedias, pasaba las horas moldeando arcilla y escuchando a
Frank Ocean, que es la música que ha acompañado a todos los divorciados del planeta en la última década.
John
Fitzgerald Kennedy, Teresa de Calcuta, Mick Jagger, Albert Einstein...
Sabemos de la admiración que provocan. Lo que no se conocía tanto es su
faceta turbia.
La épica de muchos de sus logros, el magnetismo que desprendían ante las
cámaras o la belleza de las obras que llegaron a crear han ayudado a
que el mundo idealizara la imagen de estos personajes. Sin embargo,
algunos de los nombres más idolatrados esconden un lado oscuro que
conviene recordar.
En su libro El club de los execrables
(Ediciones B), Malcolm Otero y Santi Giménez recopilan algunos casos.
En ICON hemos completado esta lista con otras figuras mundialmente
reconocidas cuyo modelo de conducta deja que desear.
- Teresa de Calcuta: el lado oscuro de un Nobel de la Paz
Los logros que nos conquistaron.
Teresa de Calcuta (Macedonia-India, 1919-1997), cuyo nombre real era
Agnes Gonxha Bojaxhiu, es probablemente la monja más famosa de la
humanidad.
Pasó a la historia como una mujer que dedicó su vida a ayudar
a los más necesitados y terminó convirtiéndose en una metáfora del
bien.
Le dieron el Nobel de la Paz.
La cara oculta que desconocíamos. “Teresa de Calcuta
creía necesario el sufrimiento de los pobres, solo aceptaba el divorcio
en las casas reales y adoraba el dinero de los ricos”, aseguran Malcolm
Otero y Santi Giménez en el libro El club de los execrables (Ediciones B).
"A los pobres les pidió resignación y los ayudó a morir, pero sin darles
cuidado profesional”, dice en un artículo de EL PAÍS titulado El lado oscuro de la madre Teresa de Calcuta Aroup Chatterjee, doctor de Calcuta residente en Londres.
Chatterjee ha escrito Mother Teresa the final veredict(Madre Teresa, el veredicto final).
“Es hermoso ver que los pobres aceptan su suerte. Sufren como Cristo su
pasión.
El mundo gana mucho con su sufrimiento”, afirmó la propia
Teresa de Calcuta.
- Mick Jagger: “Es el colmo del machismo”
Los logros que nos conquistaron. Cantante, bailarín,
empresario, caballero de la Orden del Imperio británico e icono
cultural del siglo XX, Mick Jagger (Reino Unido, 1943) lleva dedicados
56 años de su vida a los Rolling Stones, trabajo que le ha proporcionado
toneladas de admiradores y elogios. La cara oculta que desconocíamos. Quienes se han
cruzado en su camino alternan halagos sobre su talento con reproches
sobre su personalidad cambiante, su irredimible seducción y su visión
del rock and roll como negocio. Músicos de su banda, artistas
que han tropezado con Jagger y algunas de las mujeres de su vida se
refieren a él mediante descripciones que dan una visión menos amable del
músico. “Es el colmo del machismo”, aseguró su exesposa, la actriz y
activista social Bianca Jagger. La nicaragüense estuvo casada con Jagger
entre 1971 y 1979, pero su matrimonió se torció cuando él comenzó
alternar con Jerry Hall. Su compañero Ron Wood, guitarrista de los
Rolling Stones, asegura que Jagger le robaba ideas. Según Wood, en 1974
compusieron juntos algunas canciones de las que el cantante se apropió:
“Mick tomaba algunas ideas y estructuras que luego se convertían en una
canción firmada por Jagger/Richards”. El exbajista de los Stones, Bill
Wyman, critica que el rockero continúa en la música solo por el dinero. “Su gira americana la patrocina una empresa de hipotecas para gente
mayor. Los Stones se han convertido en una gigantesca corporación.
- Michael Jordan: capaz de hacer milagros en la cancha y de humillar a sus compañeros después
Los logros que nos conquistaron. Michael Jordan (EE
UU, 1963) es considerado por la mayoría de aficionados y especialistas
como el mejor jugador de baloncesto de todos los tiempos. Ha sido 14
veces All-Star y, entre otros logros, cuenta con dos oros olímpicos
(1984 y 1992). La cara oculta que desconocíamos. Durante sus últimos años en activo como jugador de baloncesto, Jordan era la viva imagen de la desilusión y el abatimiento.
Pero también un atleta egocéntrico, sin piedad
con sus compañeros de equipo ("no ganaremos nunca si yo no juego más
minutos", solía decirles en privado) y sus jefes.
A esto hay que sumarle
que el baloncestista era un apostador compulsivo.
La NBA pidió a Jordan
en varias ocasiones que abandonara las apuestas.
A lo que Jordan
respondía públicamente: "Vivo la vida como quiero.
No tengo nada que
contestar relativo a las apuestas.
Fuera de la cancha quiero vivir mi
vida, aunque últimamente no he elegido bien a mis amigos.
No disfruto de
las cosas como antes. No me preguntéis nada más. No sois mi padre".
"Machacó psicológicamente a
jóvenes jugadores como King o Scott Williams", asegura el periodista en
el artículo publicado en 1993.
El periodista Roland Lazenby, que ha
escrito varios libros sobre el jugador, coincide y confesó en una
entrevista a la revista Society lo compleja que es la personalidad de Jordan:
"Es difícil definirle como algo más que un tirano.
Esto es lo que su
entrenador Phil Jackson me dijo:
'Fue genial tenerlo en la pista, porque
era capaz de hacer milagros para destruir a un equipo.
Pero el problema
era entre partidos, cuando tenías que vivir o salir con él.
Literalmente, humillaba a Krause [director general de los Bulls]. Era el
peor lado de Michael Jordan.
Este comportamiento creó malestar,
frustraciones y enfado entre sus compañeros.
En definitiva, acabó con
las relaciones personales dentro del equipo”.
Allergan, la farmacéutica irlandesa que comercializa
el Botox, tiene nueva pretendiente.
Se trata de la biofarmacéutica
estadounidense AbbVie, que ofrece pagar 63.000 millones de dólares para
hacerse con su control.
La fusión de las dos compañías vuelve así a dar
un nuevo impulso al proceso de consolidación en la industria.
La
combinación busca nuevas oportunidades de crecimiento.
Pfizer ya intentó fusionarse con Allergan
en octubre de 2015, en una operación con la que buscaban destronar a
Johnson & Johnson como la mayor compañía de salud del mundo.
Pero la
operación estuvo rodeada de gran controversia por las implicaciones
fiscales que iba a tener.
AbbVie trata de adquirir ahora Allergan con una
oferta que valora cada título en 188,24 dólares la acción.
Eso
representa una prima del 45% respecto al precio al que cerró la compañía
este mismo lunes.
Tras la fusión, la compañía mantendrá su sede en
Delaware para evitar un desenlace similar al de Pfizer.
En los últimos
días se especulaba justo de lo contrario, que Allergan se partiera.
La fusión, por tanto, permitirá a AbbVie buscar oportunidades en un
nuevo segmento de mercado.
Estas operaciones, además, suelen tomar
cuerpo hacia el final del ciclo de expansión económica para sostener el
crecimiento.
Lo que nadie esperaba es que Brent Saunders, el consejero
delegado de Allergan, fuera a dar el paso de vender.
La sociedad
combinada estará dirigida por Richard González.
La compañía de Dublín es de especial
atractivo por Botox, un producto dominante en el mercado de los
productos farmacéuticos para la belleza.
También cuenta con tratamientos
muy populares para el cuidado de los ojos. AbbVie, por su parte, se
está preparando para la expiración de la patente de Humira en 2023, que
se receta para tratar condiciones inflamatorias o problemas crónicos en
la piel.