Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

14 oct 2018

Carlos Lozano, desesperadamente televisivo

El mítico presentador de OT, que triunfó en las pasarelas y trabajó para Almodóvar, protagoniza en la actualidad un culebrón sobre su vida en los platós.

Carlos Lozano el pasado septiembre en el programa 'Gran Hermano VIP'.
Carlos Lozano el pasado septiembre en el programa 'Gran Hermano VIP'. CORDON PRESS

 No publica nada en Instagram desde mediados de julio, y su último tuit es del 23 de agosto. 

En la red social de las fotos, Carlos Lozano compartió sus vacaciones junto a su hija Luna, de 14 años. 

En Twitter, el presentador lanzó una cadena de mensajes contra el programa Sálvame ya que ese día se hablaba de él.

 Un mes después de despotricar ante sus veinticinco mil seguidores sobre este tipo de programas y de haber alardeado históricamente de no haber vendido nunca su vida porque se la ha ganado con su profesión, el pasado sábado Lozano se sentó en el Deluxe.

 Allí volvió a criticar a Miriam Saavedra, su última pareja y concursante de Gran Hermano VIP.

 Allí volvió a criticar a Miriam Saavedra, su última pareja y concursante de Gran Hermano VIP

La acusó de infiel, después de haber protagonizado una semana antes un agresivo encuentro a tres y en directo con ella y con la madre de su hija, Mónica Hoyos.

 Un culebrón del que muchos cuestionan su autenticidad, más aún después de las respuestas poco coherentes que el presentador dio a Ana Rosa Quintana al lunes siguiente.

 A punto de cumplir 56 años, este es el panorama del que fue el presentador más popular de España a principios de siglo.

La historia de Carlos Lozano con Mónica Hoyos y Miriam Saavedra que hoy monopoliza la trama de Gran Hermano es el cuento de nunca acabar.
 Lozano conoció a la primera en 1999, y vivieron su amor en el momento álgido de la carrera de él, cuando presentó la primera edición de Operación Triunfo.
 Terminaron hace diez años, pero nunca se han separado del todo. Más allá de su hija, han mantenido un contacto continuo en forma de amistad pero con la licencia de opinar sobre las relaciones del otro.
 La modelo y actriz peruana confesó recientemente que el presentador influyó para que no funcionara su noviazgo con Cayetano Martínez de Irujo
Él explotó contra ella hace dos semanas durante la gala de GH por haberse entrometido continuamente en su vida en pareja con Miriam Saavedra. 
Lo hizo en presencia de esta última, una modelo peruana 30 años más joven que conoció a principios de 2016 y con la que presuntamente ya no está. 
Ambas mujeres han estado en guerra desde el minuto uno por la atención del presentador.
 Hoy ellas comparten la casa de Guadalix mientras los tres se lucran de sus desavenencias. 

Carlos Lozano ha decidido sacar tajada también del espectáculo que protagonizan sus exmujeres. 
Lejos quedan sus años de modelo, en los que llegó a desfilar en las principales pasarelas del mundo y para las mejores firmas, como Versace o Armani.
 Su salto a la pequeña pantalla fue en La Ruleta de la Fortuna, y a partir de ahí su progresión fue de ascenso continuo.
 Estuvo en Con T de Tarde junto a Terelu Campos, en Noche de Fiesta junto a José Luis Moreno, y de ahí a su gran salto: presentar la reedición de El Precio Justo, donde conoció a Mónica Hoyos que trabajaba como azafata. 
Antes había tenido un pequeño papel en la oscarizada Todo sobre mi madre.
 De ponerse a las órdenes de Pedro Almodóvar a presentar uno de los programas más exitosos de la historia.
 El fenómeno de Operación Triunfo convirtió a Carlos Lozano en una de las caras más conocidas, y también popularizó la forma en que se refería a Chenoa o Rosa de España, con expresiones como “guapísima”, o “mi niña”.
El triunfo de OT se apagó tres años después y desde entonces Lozano ha participado en proyectos televisivos mucho menores. 
En 2016 se recuperó su figura para el gran público y encarnó una historia de segundas oportunidades al participar como concursante en Gran Hermano VIP
Llegó a la final, pero no ganó. 
Sin embargo dejó los mejores momentos del reality y consiguió que se hablase de él más que de nadie.
 Desde entonces ha presentado dos programas de telerrealidad más para Mediaset y ha trabajado en Sálvame a principios de este año como defensor de la audiencia.
 De trabajar en el programa de Jorge Javier Vázquez a hablar pestes del formato en Twitter para después sentarse como entrevistado. Además, un colaborador del programa asegura que el culebrón no es más que un montaje entre Carlos Lozano y Miriam Saavedra para ganar dinero y que ambos siguen juntos. 
Real o no, hoy los minutos de televisión para él pasan por exhibir su intimidad. 
!Que poca "clase" tienen esos tres.!!

Sánchez, el okupa....................................... Elvira Lindo..

Esa K no existía en la Segunda República pero sí el significado que hoy la asiste como insulto.

Los Reyes presiden el desfile del 12 de octubre, en el paseo de la Castellana. El presidente del gobierno, Pedro Sanchez y la ministra de defensa, Margarita Robles. rn
Los Reyes presiden el desfile del 12 de octubre, en el paseo de la Castellana. El presidente del gobierno, Pedro Sanchez y la ministra de defensa, Margarita Robles.
Pues bien, se procede al besamanos de rigor y el presidente Sánchez y su esposa, Begoña Gómez, permanecen junto a los Reyes para dar la bienvenida a los invitados. 
Un error de protocolo.
 Los errores de protocolo deben atribuirse a los que durante los actos oficiales han de estar al tanto de que todo transcurra según esas normas escritas que casi nadie ha leído ni sabe hasta que se ve en situación. 
Si ese error se hubiera cometido en los años de esa Transición que estos actuales entusiastas del protocolo dicen venerar, sospecho que todo hubiera acabado en risas, en anécdota, y que el propio rey Juan Carlos, sí, él, hubiera salido del engorroso asunto con una broma. 
Había un mayor espacio para la naturalidad.
 De pronto, oh, somos un país de expertos en protocolo. 
Sobre todo, cuando se trata de afear el error de un presidente de izquierdas. 
Ya durante el desfile se había respirado el clamor de desafección: se escucharon gritos de okupa.
 Algo ciertamente punki para un desfile militar. Para las personas que vociferaban ser un okupa es sinónimo de delincuente peligroso. Más allá de que no comparto en absoluto la criminalización del término, lo que querían los asistentes que llegara a oídos de Sánchez es que está okupando el sillón de manera ilegal.
 Se podría pensar que es porque en esta ocasión en concreto un socialista okupa La Moncloa tras una exitosa moción de censura, que por otra parte es un procedimiento irreprochablemente democrático, pero no.
 El rechazo es más profundo y visceral.
 Al igual que en Toma el dinero y corre, cuando la chica pretende explicarle a Woody Allen por qué lo deja tirado, yo le diría a Sánchez: no les gustas, te detestan, no pararán hasta desalojarte, pero no te lo tomes como algo personal.
 Y no lo es.
 Esta inquina responde a una vieja tradición de la derecha española, la de creer que mientras ellos ocupan legítimamente el poder, la izquierda lo okupa.
 Esa K no existía en la Segunda República pero sí el significado que hoy la asiste como insulto.
 Solo hay que leer a Arturo Barea en La forja de un rebelde para observar lo antiguas que son las dificultades históricas que ha tenido la derecha a la hora de aceptar el verse relegada a la oposición. 
A Sánchez le atribuyen falta de categoría, de clase, ambición desmedida, pero no era menos insultante lo que le gritaban a Manuel Azaña.
Los mismos que señalan ferozmente indignados una metedura de pata en el protocolo comprenden y alientan, en cambio, que el público asistente a un desfile militar —que ellos tienen por solemne— se salte a la torera la formalidad del momento insultando con rabia al presidente. 
Persiste un clasismo visceral que alimenta la idea de que el poder siempre ha de estar en manos de quien nazca sabiendo cómo ha de colocarse en un besamanos.
 Otra pregunta que cabría hacerse es quién compone el público que asiste cada año a ese desfile para montar la bronca si el presidente no es de los suyos. 
Son españoles, desde luego, pero no de la misma manera en que lo soy yo, y me niego a que persista la idea de que son los guardianes de la esencia de una ciudadanía que entendemos de manera opuesta.
De alguna manera, a los ciudadanos que no comulgamos con sus ideas —y aquí el verbo comulgar conjuga de perlas— nos tratan también como okupas.

 

Lo primero, la realidad................................Juan José Millás

Lo primero, la realidad Juan José Millás 
SI USTEDES DESEAN conocer las diferencias entre la renta per capita de Canadá y la de España, no las busquen en Google, fíjense en los calcetines de los señores de la foto.
 En Canadá, la economía llega a las partes más alejadas del cuerpo social, a las más periféricas, que son también las más necesitadas. Los pies no están excluidos de la prosperidad global. 
 Reciben tantos cuidados como el pecho; más aún, si cabe, puesto que en esta foto los ojos se nos van a los zapatos y a los calcetines del mandatario canadiense en vez de a su rostro, que sería lo común. 
En España, en cambio, las desigualdades entre pobres y ricos no hacen otra cosa que aumentar frente a la indiferencia, cuando no a la complicidad, de los políticos.
De ahí que las extremidades de Sánchez vayan de luto riguroso. Zapatos negros: verdaderos ataúdes pequeñitos para sus fríos pies, y calcetines que evocan a los de la terrible marca Ejecutivo, a juego con los pañuelos funerarios que las abuelas de nuestros pueblos suelen llevar en la cabeza. 
La alegría, el color, el regocijo, no llega a las clases bajas, lo que queda perfectamente metaforizado en esta imagen de una dureza ­inusual. 
Aquí solo acudimos al podólogo in articulo mortis, porque les tenemos poca consideración a los suburbios.
 Somos clasistas en lo económico y centralistas en lo político, por eso también los problemas de unidad y ruptura en los que llevamos décadas o siglos enredados.
 Algunos pensarán que la solución pasaría por regalar a Sánchez unos calcetines de corazones.
 Pero no: primero habría que arreglar la realidad. 
 

Conviviendo con la violencia...............................Rosa Montero.

Desde el bofetón en la infancia hasta los correazos, desde el maltrato psicológico hasta las chillonas broncas entre políticos, continuamente aceptamos la agresividad.
EL CALOR ENFERMIZO de este tórrido otoño quizá haya contribuido a inundar de sangre el final de septiembre: en poco más de 48 horas fueron asesinadas en España cinco mujeres. 
De esa cosecha atroz me estremeció en especial la última víctima, una mujer de 44 años que fue acuchillada repetidas veces en ­Torrox, Málaga.
 Arma blanca, furia negra: hace falta odiar mucho y tener unas tripas envenenadas para ser capaz de clavar una y otra vez la afilada hoja, tan cerca de tu víctima, tan manchado por su miedo y su dolor.
 Pero no es por esta horrible forma de matar, por desgracia tan común, por lo que el caso de Torrox me conmovió, sino porque la mujer tenía interpuestas dos denuncias por maltrato contra dos hombres, los dos con orden de alejamiento. 
Uno de ellos fue quien la asesinó. 
Al parecer, había vuelto a convivir con él.
Los psicólogos que trabajan con la violencia de género lo llaman la “luna de miel”. 
El maltratador vuelve arrepentido, llora, promete dulzuras y un amor eterno, durante unos días es el príncipe azul.
 La maltratada, que a esas alturas está con la autoestima por los suelos, desprotegida, aislada, confundida y tan necesitada de amor como el yonqui necesita su dosis de droga, baja las defensas y se entrega a él.
Pero lo más atroz es que esto se convierta en una pauta de comportamiento.
 La mujer de Torrox había convivido antes con otro maltratador, y es probable que hubiera otros verdugos a los que no denunció. Quién sabe si incluso la pegaron de niña: a veces la trampa de la violencia se construye en la infancia.
 También para los agresores: diversas fuentes señalan que un tercio de los maltratadores fueron maltratados de niños. 
En los varios reportajes que he hecho sobre la violencia de género conocí a bastantes mujeres que iban pasando de un energúmeno a otro sin solución de continuidad.
Que creían haber encontrado por fin al hombre amoroso y protector hasta volver a recibir la primera paliza. 
Es un despeñadero autodestructivo demasiado frecuente.
 Estas vidas atrapadas por la brutalidad nos resultan chocantes, pero lo cierto es que toda nuestra sociedad pivota en torno a la violencia, intentando encontrar con ella, o contra ella, un acomodo difícil.
 No hablo ya de la violencia de género, que es un ejemplo nítido y extremo, sino de las muchas y distintas agresiones cotidianas.
 Hace un par de semanas saqué un artículo sobre el acoso escolar (otra violencia soterrada y atroz) y una profesora, XXX, me mandó una lúcida carta: “¿Cómo pretendemos solucionar el problema del acoso escolar cuando los mismos profesores están acosando a sus compañeros?”. 
Un reciente estudio de la Central Sindical Independiente y de Funcionarios indica que el 90% de los profesores conviven con situaciones de violencia en los centros en donde trabajan, incluyendo “insultos y vejaciones entre compañeros y compañeras”. 
Y añade XXX: “¿De verdad pensamos que este clima entre adultos no se transmite a nuestro alumnado?” 

Tiene razón; ellos están educando a las nuevas generaciones, pero a su vez se encuentran atrapados en la espiral de agresividad en la que todos vivimos. 
Según la Asociación contra el Acoso Moral y Psicológico en el Trabajo, el 15% de los trabajadores en España sufren mobbing.
 Y el profesor Iñaki Piñuel, especialista en acoso laboral, dijo en 2014 que el fenómeno había crecido en España un 40% desde el comienzo de la crisis. 
Entre las víctimas, una mayoría de mujeres.
 Con el agravante de que ahora las redes han sacado el acoso del centro laboral y han conseguido arruinar la vida entera del acosado. A veces pienso que, en efecto, todo está relacionado.
 Por ejemplo, que la violencia de género no se nutre solo del machismo, sino también de nuestro nivel de aceptación de la violencia en general.
 Desde el polémico bofetón en la infancia hasta los correazos, desde el maltrato psicológico hasta las chillonas broncas entre padres e hijos, entre hermanos, cónyuges, amigos, amantes, compañeros de trabajo, vecinos, oponentes políticos a los que insultas y vociferas y persigues en las redes.
Somos una jauría a medio civilizar y no sabemos cómo no envenenarnos con nuestra propia violencia.