Era mi noche, como suele decirse. Pero en las pausas, lejos de oírse risotadas, lo que reinaba eran respiraciones y cuchicheos.
El Dúo Dinámico durante una actuación en Campello (Alicante).
Estaba encima el escenario. Mi boca despachaba —como si fuera una
ametralladora del humor— ingeniosísimas bromas: ¿Por qué cuando dices:
tienes un chicle, la gente te responde: “que si quiero o que si tengo”?;
¿Por qué lo llaman juego de café si son tazas y platos?... etcétera. No
escatimaba, además, en gestos y ademanes; además, se me entendía
bastante bien —teniendo en cuenta que soy manchego— estaba absolutamente
sobrio. Era mi noche como suele decirse. Pero en las pausas, que con
tanto mimo dejaba para que la gente riera a mandíbula batiente, lejos de
oírse risotadas, lo que reinaba eran respiraciones y cuchicheos. Nada
más. Entonces a mi mente acudieron imágenes de catástrofes naturales y
de colaboradores de Sálvame, e incluso me acordé de una
película que vi de niño donde a los incautos protagonistas les perseguía
Yul Brynner con los ojos rojos. O sea, que regular mal.
Mentiría si dijese que no me afectó un poquillo, pero mantuve la compostura y terminé el show
sin escatimar ni un minuto . Lo que sí hice una vez me bajé del
escenario fue agarrar a uno de esos bastardos de la pechera y pedirle
explicaciones. —¿Por qué diablos no os habéis reído? ¿Qué pasa? ¿Es que no entendéis las jodidas bromas?
— No es eso, señor Joaquín…
— Entonces, ¿qué es?
— Pues que el monólogo que ha interpretado usted, nos lo sabemos de principio a fin.
Tócate las narices, por eso no se reían. Entonces, ¿qué pasa: que tengo
que escribir bromas nuevas? ¡Así de fácil! ¡Me cago en la leche! ¿No son
conscientes de que, casi con total seguridad, no serían ni de lejos lo
graciosas que son estas? ¿Quieren bromitas de chichinabo? ¿Eso es lo que
quieren? ¿Que me hunda? ¿Que beba a solas? ¿Que dé portazos? ¿Que
estampe objetos contra las paredes? ¿Quieren que me comporte de una
manera errática? Estos chistes son geniales. Vale que los escribí en 2001, pero tampoco
ha pasado tanto tiempo. El Dúo Dinámico, lleva 70 años cantando Quince años tiene mi amor,
por ejemplo, y la gente no les dice “¡Ey, Dúo Dinámico cántanos otra,
que esa ya nos la sabemos!”. No, joder, no se lo dicen ni de coña. Así
es que, si os sabéis mis bromas, disimulad y fingid, y haced como que os
reís. No seáis tan egoístas y pensad un poco en mí también.
De nada.
Hace tres
años que no se sabe nada de Caroline del Valle, de 14 años.
A diferencia
de otros, su caso no ha suscitado grandes coberturas mediáticas.
La madre de Caroline enseña una foto de su hija en el móvil. Joan Sánchez
El vídeo emboba por la vida que transmite. Se la ve bailando,
removiendo la larga cola de caballo y dando palmas entre risas, en las
calles de la Zona Franca, donde vive, el último lugar de Barcelona sin
metro. Su abuela se pasó los años limpiando, su madre ha saltado de un
trabajo a otro y su padre tiene el turno de noche en la Seat. Caroline
del Valle es una niña de barrio. Desde el 15 de marzo de 2015 está desaparecida. Los Mossos la dan por muerta. ¿Le suena su nombre? A mí, que pertenezco al desangelado
mundo de los sucesos, también me cuesta retenerlo. Su familia ya no sabe
qué hacer para que la cara de Caroline, que tenía 14 años cuando
desapareció, salga por televisión, llene páginas en los diarios, corra
por las ondas de la radio, con su nombre pronunciado como toca, Carolain, en honor a la niña rubia de la película Poltergeist, de los ochenta, que acaba abducida por una televisión. Lo que sea para tener una pista del paradero de una menor que se esfumó cuando dejaba atrás la niñez de barrio: de ir a dormir a casa de su tía y quedarse con sus primas a llenar el móvil de selfies
con Las Nalgonas, su nuevo grupo de amigas; de llevar bien la escuela a
estar despistada y suspender; de dar brincos por el barrio a darlos en
la discoteca; de decir la verdad a mentir para pasarse la noche en la
Zona Hermética de Sabadell. ¿Pero quién no se ha escapado alguna vez por
una ventana para ir al pub de moda cuando aún no se tiene edad para casi nada?
Isabel Movilla asegura que algunas de las nuevas compañías de su hija
Caroline se dedicaban a robar móviles a jóvenes que salían tan
traspuestos de las discotecas de la Zona Hermética por el alcohol que ni
se enteraban. Y que por eso se echaron a correr por las calles del
polígono industrial la madrugada del 15 de marzo al ver llegar a los
Mossos. Caroline estaba con ellos y también salió a la carrera con la noche y
el frío encima. Desde entonces su familia la busca incansablemente. Han
ido a cualquier lugar donde alguien ha creído verla. Han pateado las
discotecas buscando su cara entre adolescentes. “Yo creo que estaba
planeado, que es algo de tráfico de personas y que la tienen en contra
de su voluntad”, sostiene infatigable Isabel, sobre el posible paradero
de Caroline. No le convence la hipótesis de los Mossos de que alguien la
mató y ocultó su cadáver.
La madre de Caroline enseña una foto de su hija en el móvil. Joan Sánchez
¿Le
suena su nombre? A mí, que pertenezco al desangelado mundo de los
sucesos, también me cuesta retenerlo. Su familia ya no sabe qué hacer
para que la cara de Caroline, que tenía 14 años cuando desapareció,
salga por televisión, llene páginas en los diarios, corra por las ondas
de la radio, con su nombre pronunciado como toca, Carolain, en honor a la niña rubia de la película Poltergeist, de los ochenta, que acaba abducida por una televisión. La policía tiene en el punto de mira a uno de los amigos de Caroline. El joven declaró que ella se cansó de correr, le recomendó que se
escondiese debajo de un coche, y él siguió dando zancadas. Tras la
estampida, el grupo de menores se fue reencontrando. El sospechoso de
los Mossos llegó en último lugar, tras dos horas desaparecido. Iba
manchado de barro y dijo que estuvo escondido. En todo ese rato no llamó
a nadie. Caroline ya no apareció. En Estados Unidos se acuñó en 2006 el missing white woman syndrome
(el síndrome de la mujer blanca perdida), según el cual la desaparición
de una mujer joven, guapa, blanca y de clase alta tiende a convertirse
en un boom mediático frente a otros casos que pasan
inadvertidos. Caroline es blanca, es guapa, es joven, pero no proviene
de una familia acomodada. Un año después de que ella se esfumase,
desapareció Diana Quer, que sí reúne todos los requisitos. El periodista Paco Lobatón, del irrepetible Quién sabe dónde, asegura en su libro Te buscaré mientras vivas
(Aguilar) que no recuerda “ningún impacto de tal magnitud” desde la
desaparición de las niñas de Alcàsser, Miriam, Toñi y Desirée, en 1992. El abogado de la madre de Caroline, Manuel Navarrete, cree que los
medios deciden exclusivamente a qué se le dedica más atención. He
abusado y he pedido opinión a un grupo de periodistas de sucesos. “Hay
muchos ingredientes distintos, pero ni siquiera cumpliéndolos todos
puede anticiparse el estallido”, explica Guillem Sánchez, de El Periódico,
que cree que existe “un factor X” relacionado “con la identificación
que propician víctima, asesino o familiares”. Anna Punsí, de la Ser,
añade elementos pragmáticos, como la “proximidad del lugar donde ocurre
con los centros de trabajo de los medios” o la implicación que tenemos
en la búsqueda: “Después, durante el desenlace, la familia ya no puede
alejar a los medios”. Toni Muñoz, de La Vanguardia, recurre al contexto informativo:
“El día que hay una moción de censura ya puedes publicar quién mató a
Kennedy que nunca va a ser mediático”. Carol Espona y Gemma Guzmán, las
que tienen más experiencia a sus espaldas en TVE y RNE, respectivamente,
subrayan el interés que pueda tener la policía en contar los avances de
una investigación como un elemento básico para que la historia siga
viva. Y todos coinciden en el origen social. “Parece que se asume como
más normal que una persona pobre sea más propensa a que le pase
cualquier hecho criminal. En cambio, cuando es una familia poderosa o de
clase alta, sorprende y se pone el foco mediático”, resume Muñoz.
En el libro Laëtitia o el fin de los hombres (Anagrama) —un
relato poliédrico y sosegado sobre el asesinato de una joven en 2011,
que abrió las heridas en Francia y que fue oportunamente utilizado por
Nicolas Sarkozy— su autor, Ivan Jablonka, lo resume así: “La noticia de
un caso emerge, nace en la conciencia pública porque se encuentra en la
intersección de una historia, de un terreno mediático, de una
sensibilidad y de un contexto político”. Y lo compara con las Historias trágicas,
de François de Rosset, de 1614, relatos de sucesos que nacieron mucho
antes que los medios de masas y Ana Rosa Quintana. Historias que “más
que alimentar la perversidad del lector, la purgan, como una catarsis,
ayudándolo a superar los traumas del tiempo y a domesticar la muerte”. Isabel lleva ahora el pelo teñido de caoba, como Caroline. En su mirada
está la mirada de su hija, a la que no renuncia a encontrar. “Se debe a
si tienes padrinos o si no los tienes, además del morbo”, explica sobre
el tortuoso segundo plano de la desaparición de Caroline, a la que a su
entender también se han dedicado pocos esfuerzos policiales. Ella lo ve
así: “Si eres una familia como la nuestra, como miles de familias
españolas, trabajadoras y de clase obrera, lo que piensan es que se ha
escapado y que ya vendrá”.