Un Blues

Un Blues
Del material conque están hechos los sueños

18 jun 2017

Luz Casal: “Es muy bestia lo que sigue pasando con ‘Piensa en mí'”

La cantante vive un gran momento de iluminación y expansión creativa: acaba de publicar un disco tributo a la francesa Dalida; seguirá con su gira por los cinco continentes durante dos años y en agosto volverá al estudio

 para grabar su próximo álbum inédito.

Luz Casal: “Es muy bestia lo que sigue pasando con ‘Piensa en mí'”
Camisa blanca con mangas abullonadas de SILVIA TCHERASSI, pantalón de TOT-HOM y sandalias de AQUAZZURA. Foto: Javier Biosca
Con estas palabras escritas en una nota, el 3 de mayo de 1987, la cantante Dalida justificaba y se disculpaba por su decisión antes de tomar una sobredosis de barbitúricos que acabaría con su vida en su casa de Montmartre: «La vie m’est insupportable. Pardonnez-moi»  («La vida me resulta insoportable. Perdonadme»). 

Era la cantante más popular de Francia y estaba considerada la reina de la canción mediterránea.

 Veinte años antes, era la propia Dalida quien encontraba la nota de despedida de uno de sus grandes amores, Luigi Tenco, que se había pegado un tiro en la habitación de hotel que compartían.

 Acababan de participar juntos en el Festival de San Remo con Ciao amore ciao, que ni siquiera pasó la primera criba. 

Es una de las canciones elegidas por Luz Casal para el álbum homenaje A mi manera, que acaba de salir a la venta en Francia. 

 

Nos encontramos con ella en los jardines de la Embajada de Francia, en plena calle Serrano de Madrid, donde la cantante, espléndida, acaba de terminar la sesión de fotos para esta entrevista. Está radiante y emociona comprobar que sigue manteniendo, después de haber sido aplaudida y reconocida en escenarios de todo el planeta, ese deje auténtico en el hablar, esa actitud sin imposturas, esa verdad que ya la hizo única cuando el público la descubrió en la década de los 80.

¿Por qué un tributo a Dalida?
Fue surgiendo de manera natural, porque la verdad es que yo no he tenido grandes guías en mi música.
 Puedo hablarte largo y tendido de Édith Piaf, puedo hablarte de Janis Joplin, de Chrissie Hynde, son grandísimas artistas a las que admiro, pero no puedo decir que haya seguido la estela de una cantante en concreto.
 Sin embargo, Dalida fue, de alguna manera, viniendo a mi vida. Aunque estilísticamente ella es más pop que yo, en mi repertorio habitual hay tres o cuatro canciones de ella que siempre incluyo en mis conciertos.
 Luego, conocí a su hermano pequeño, un hombre de más de 80 años, bastante peculiar, por cierto, que lleva media vida preservando el legado de su hermana, considerada hoy una de las grandes divas de la música francesa.
Por otra parte, durante unos meses, cada vez que iba a París me alojaba en un hotel que estaba al lado del cementerio de Montmartre, donde ella está enterrada y, desde la terraza de mi habitación, veía su sepultura y las legiones de fans que iban allí un día tras otro a visitarla.
 Te puedes imaginar el día que me asomé la primera vez y vi que mi habitación daba a su tumba… me quedé muerta, claro. 
Y creo que este homenaje parte de todas esas llamadas, esas pequeñas señales que me han ido acercando a Dalida.
El suicidio de Dalida fue el final de una trayectoria marcada tanto por la gloria profesional como por la tragedia personal. De los hombres que hubo en su vida se suicidaron tres (Luigi Tenco, Morisse –su exmarido– y Richard Canfray) y la palabra que más se repitió cuando ella murió fue «soledad».
Ella, en la música, lo había conseguido todo. 
Fue la primera cantante a la que se le entregó un disco de diamante, creado ex profeso para ella, vendió más de cien millones de álbumes y cantó unos mil temas, muchos de los años 60, pero en su repertorio hay también canciones de los años 40 y 50, que son auténticos himnos para los franceses
. Abarrotaba los conciertos y el público la adoraba. Pero ella buscaba el amor verdadero y, por las razones que fuera, no eligió a los hombres adecuados. 
Iba detrás de ese gran amor que la quisiera por quién era ella y no por su éxito y no lo encontró.
 Su vida, además, parece que estuvo marcada por un aborto, al que se sometió voluntariamente, que la dejó estéril, y hay que situar ese acontecimiento en la época, finales de los años 60, porque ahora las mujeres que decidimos no tener hijos lo hacemos libremente, pero para aquellas mujeres no era lo mismo.
 A mí también me llama mucho la atención la nota que escribió, porque puede parecer que el suicidio es una decisión egoísta y, sin embargo ella pide perdón, como si dijera: «No puedo más, me tengo que ir, entendedme».
De casi las mil canciones que grabó Dalida usted ha dado forma a un disco de 11. ¿Cómo ha sido ese proceso de selección? ¿Por qué unas canciones y no otras?
A mí las canciones me tienen que decir algo en la piel, necesito sentirlas.
 Lo que no necesito es vivir la letra, no necesito que la letra me haya pasado a mí específicamente, por eso soy intérprete y no compositora. 
A veces, cuando se me acerca un fan y me dice: «¡Qué total esa letra que has escrito!», tengo que puntualizar: «Que no, que no la he escrito yo», pero me gusta sentirla y hacer que el público la sienta.
 En la selección de los temas de Dalida nos encontramos con un material muy amplio y muy disperso, no exagero si te digo que habré escuchado más de 500 canciones. Pero hay algunas que van como quedándose. 
Si pasan 15 días y no me acuerdo de un tema es que no me sirve, pero si me despierto una noche con una frase o la melodía o la historia, digo: «Atención, que aquí hay algo».

Vestido de punto con lentejuelas en el cuello de VICEDOMINI.

 


“Medea me descubrió”.................................. Manuel Jabois


La actriz Nuria Espert, en su casa.
La actriz Nuria Espert, en su casa.
Nuria Espert (L'Hospitalet de Llobregat, 1935) es una leyenda viva. Presentarla de otra forma sería ridículo.
-¿La niña Espert mentía o actuaba?
-No mentía, pero sí actuaba: empecé a recitar siendo muy pequeña porque mis padres me enseñaban poemas y yo los decía en la fábrica, en casa, con mis padres o con alguien que hubiese por allí. Empecé antes de entender lo que decía.
-Memorizando versos.
-Sí: "La princesa está triste / ¿Qué tendrá la princesa?", de Rubén Darío, y cosas malísimas, en catalán o en castellano, que mis padres recogían y me enseñaban.
-Sus padres.
-Mi madre era obrera textil. Mi padre era carpintero.
 Usted.
-Yo me recuerdo feliz en una casa que no era muy feliz, porque mis padres no se entendieron bien y se separaron pronto.
 No hubo peleas, ni gritos, ni nada de eso. Pero era un ambiente frío. 
Yo tenía todo el calor de mi madre, así que me bastaba.
-¿Qué ocurre cuando se sube al escenario, cuando ve por primera vez lo que va a ver el resto de su vida: gente sentada esperando que usted haga algo?
-Ya mis actuaciones de niña prodigio del barrio me ponían sumamente nerviosa.
 Después, como parece que lo hacía bien, mis padres empezaron a ir los domingos a una cosa que existía en Cataluña, que no sé si existe ya, los cau d'arts, que son unos nidos de arte donde obreros y gente del barrio sale y recita. 
Me convertí en una pequeña estrella y eso me torturaba, me hacía muy desgraciada.
 El lunes estaba muy bien, y si había ido bien la cosa, el martes estaba contenta.
 El miércoles ya me empezaba a poner nerviosa.
-Medea es su gran papel
 
No sólo porque fue un éxito y me dijeron cosas muy buenas, sino porque yo me enteré de quién era. Yo. Me descubrí. Era la más sorprendida. Tuve una adolescencia muy acomplejada. Salir de la calle Buenos Aires, de Hospitalet, e ir al Romea de Barcelona. Todos estábamos a lo nuestro y no había ningún ambiente de camaradería, al menos conmigo. O era yo la que se cerraba y no lo propiciaba. -¿No tiene problemas en las compañías?
-En el Romea enseguida contrataron a otra niña, que es Julieta Serrano.
 Nos pusieron en el mismo camerino. Éramos las dos mindundis y ahí encuentro a una amiga que venía de una clase trabajadora pero de otro nivel. 
Tenían ducha, un hermano que había ido a la universidad, que le pasaba libros que Julieta me pasaba a mí.
 Ahí ya no me siento sola.
-Estábamos con Medea.
-Fue como una locura, salió en todos los periódicos. Mis padres los tenían todos.
 A mí me parecía que había pasado algo importantísimo y que ya todo iba a seguir por ahí, cosa que no fue cierta para nada.
-¿Sus padres vivieron siempre juntos?
-Tenían una relación civilizada. Pero no había amor.
-¿Eso le marca?
-En la adolescencia, el matrimonio era lo último que me apetecía. Los chicos no me interesaban, no tuve ningún novio. 
El matrimonio era una palabra oscura, donde dos viven juntos toda la vida y lo normal es que salga mal.
 Así que conocí a Armando [Moreno, actor y productor] y a los seis meses nos casamos.
-¿Por qué se hacen empresarios?
-Porque yo tenía mis sueños y él dijo: "Mira, eso no te lo va a ofrecer nadie. Esto hay que salir a buscarlo". Eso fue durísimo.
¿Algún secreto?
-El secreto es copiar los papeles, el texto, varias veces. 
Y se queda grabado. Hasta ayer. Esto te lo regalan.
 Es tonto vanagloriarse, porque te lo regalan. 
Y el cuerpo, en un momento dado, te lo quita. Está fatigado y dice: hasta aquí. O no, o te permite ir aumentando el esfuerzo.
-¿Se pensaba en activo a estas alturas entonces?
-Ni se me ocurría.
 Una persona de 40 me parecía muy mayor.

 

Vuelva usted mañana..................................Juan José Millás

COLUMNISTAS-REDONDOS_JUANJOSEMILLAS
NOS LLAMÓ la atención que perteneciendo esta imagen a un lugar real, nos resultara tan imaginario. De hecho, las formas de los árboles evocaban a las vegetaciones del aduanero Rousseau. Formas ingenuas, queremos decir, levemente antropomórficas. 
Fíjense en esas ramas que ofrecen un espectáculo de expresión corporal.
 Los árboles, en fin, discuten acaloradamente sobre un asunto que no nos llega, hasta que el más grande, el situado a la derecha del lector, y que dispone de una bocaza impresionante, grita:
—¿Hablo yo o pasa un carro?
 
aidutti (FAO)
 Y en efecto, pasa un carro.
 Un carro que, procediendo también de la realidad, tiene mucho de imaginario, con un burro tan pequeño y un hombre tan diminuto entre todos esos troncos gigantescos a punto de salir andando de pura indignación. 
Digámoslo ya. Son baobabs, ¿recuerdan?, aquellos árboles descomunales que aparecen en el capítulo cinco de El Principito, el libro de Saint-Exupéry. 
Han devenido míticos por eso. Queremos pensar que, antes de que el francés los hiciera famosos, eran árboles normales, si hay árboles normales, tanto de forma como de fondo.
 Y de comportamiento, claro.
Pero como la realidad imita al arte, ahí los tienen, componiendo un cuadro que, más que una fotografía, parece una ilustración para uno de esos libros infantiles que leen los mayores.
 El bosque se encuentra en Senegal y ha sido retratado durante la estación seca, de otro modo tendrían mucho más follaje. 
Quizá sus aspavientos tienen que ver con la irritación que les produce la falta de lluvia. ¡Vuelva usted cuando tengamos hojas!, le gritan al fotógrafo.

Elogio de la marcianidad..................................Rosa Montero

A veces me acomete la certidumbre de ser ajena a este mundo. Hace poco experimenté uno de esos raptos de estupefacción mientras leía el periódico. 
COLUMNISTAS-REDONDOS_ROSAMONTERO
DE JOVEN sufrí ataques de angustia.
 Lo he contado ya en algún libro. Sentía que la realidad se alejaba de mí, como si un oscuro túnel me separara del mundo, y un pánico abrumador me sepultaba. 
Ahora, en cambio, sufro repentinos ataques de estupor.
De cuando en cuando me acomete la certidumbre de ser ajena a este mundo, de no entender lo que sucede, como si fuera una selenita venida de Europa, la luna de Júpiter, trasplantada por algún error cósmico y tal vez cómico a esta Europa terrícola tan desagradable. Pero ahora no me inunda el pánico, sino la incredulidad, la risa floja, la indignación y un desconcierto alienígeno.
Cuánta manga ancha tenemos y con qué facilidad aceptamos la injusticia, la desvergüenza y el cinismo
Hace un par de semanas experimenté uno de esos raptos de estupefacción mientras leía el periódico.
 Primero vi que el Banco de España nos alertaba de que los beneficios empresariales están creciendo más que los salarios, y me quedé bisoja.
 Digamos que ya desde la calle lo intuíamos; nos parecía raro que hasta los directivos más torpes y corruptos gozaran de bonus millonarios incluso al ser despedidos, mientras que los nuevos empleos que se están creando y de los que alardea el Gobierno tan alegremente son en su mayoría miserables.
 Por cada nuevo puesto asalariado, hay más de once contratos temporales, y uno de cada cuatro contratos dura una semana o menos, lo que quiere decir que el galeote que lo ocupa no saca para pagar ese mes la factura de luz, pero engorda al alza las estadísticas. 
De modo que sí, ya nos sospechábamos este pudridero laboral; pero si hasta el Banco de España, que por muy estatal que sea sigue siendo un banco, considera que las prácticas empresariales son peligrosas, ¿hasta qué malditos abismos estamos debiendo de llegar? 
Y en ese soponcio estaba cuando mis ojos cayeron sobre la noticia de Moix y su sociedad en un paraíso fiscal.
 Reconocerán que el titular no tiene desperdicio: “El fiscal Anticorrupción posee el 25% de una empresa offshore en Panamá”. Apaga y vámonos, me dije.
 Es como del club de la comedia. Hace años, la estupenda periodista Christine Spengler me habló en una entrevista de cómo las sociedades se adaptaban a lo que fuera.
 En el Beirut martirizado por la guerra ella vio caer una tarde el enésimo bombardeo, y segundos después de que estallara la última bomba, antes de que se posara el polvo del destrozo, volvieron a salir de sus agujeros los vendedores ambulantes de relojes y de ramos de azahar, voceando imperturbables su mercancía.
 Esa misma impasibilidad es la que advierto en nuestro país ante una realidad moralmente aberrante.
 Nos enteramos de que Marta Ferru­sola le decía al banco andorrano “soy la madre superiora de la congregación, traspasa dos misales” para ordenar movimientos ilegales de su fabulosa e ilícita fortuna y se diría que sobre todo nos entra la risa, cuando lo que nos debería entrar es la voluntad más racional, más firme e implacable de acabar con toda esta gentuza.

Moix explica ahora, tras dimitir, que la offshore es una herencia; que no la disolvieron porque algún hermano no puede pagar los costes; que él ofreció renunciar a su parte y sus hermanos tampoco lo admitieron.
 Qué pobres excusas, aunque sean ciertas; por todos los santos, lleva cinco años con la empresa, y es evidente que el fiscal Anticorrupción no puede poseer una offshore en un paraíso fiscal. O tenía que haberlo arreglado, o no debía haber asumido el cargo. Cuánta manga ancha tenemos y con qué facilidad aceptamos la injusticia, la desvergüenza y el cinismo, hasta el punto de que personajes como la espeluznante Ferrusola, que en 2015 declaraba ante el Parlamento que sus pobres hijos iban con una mano delante y otra detrás, siguen hoy pavoneándose con la cabeza alta, en vez de estar muertos de vergüenza y escondidos debajo de la cama. 
Si no se pone coto al abuso descarado y a la corrupción, algún día se romperá la sociedad (ya se está rompiendo), y pagaremos todos por los desmanes de algunos. 
 Normalizar lo anormal, eso es lo que hacemos los humanos, a veces de manera heroica, como en Beirut, a veces de forma repugnante, como cuando nos acostumbramos a lo inadmisible. 
Por eso yo prefiero seguir sintiendo el mayor estupor. 
Prefiero ser marciana e inadaptada.