Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

28 abr 2017

El actor de Disney Michael Mantenuto se suicida a los 35 años

Tras su paso por el cine, el intérprete había ingresado en el Ejército de EE UU.

 

Michael Mantenuto, en el estreno de la película 'El Milagro', en 2004. Getty Images

El actor Michael Mantenuto, de 35 años, se ha suicidado este lunes en Washington (Estados Unidos), según ha informado el portal estadounidense TMZ, citando fuentes policiales.
 El intérprete, que llegó a ser un destacado jugador de hockey hielo en la Universidad de Maine, alcanzó la fama por la película de Disney El Milagro, en 2004.
 Según las fuentes policiales fue hallado muerto en su coche después de dispararse a sí mismo.
En su breve paso por el cine, Michael Mantenuto participó en otras dos cintas: Dirtbags, en 2006, y Surfer, dude (Conquistando las olas), en 2008.
 Después, ingresó en el Ejército de los EE UU. El coronel Guillaume Beaurpere, comandante del grupo de las Fuerzas Especiales al que pertenecía, ha asegurado que se le recordará por ser un "apasionado de su familia", según informa el portal Legacy.com.
 Estaba casado y tenía dos hijos, una niña y un niño. 

El Milagro, la cinta que llevó a Michael Mantenuto a la fama, es una película de hockey sobre hielo basada en hechos reales en la que también participó Kurt Russell
Narraba la victoria del equipo americano de hockey sobre hielo en los Juegos Olímpicos de Invierno de 1980 tras enfrentarse al aparentemente invencible equipo de la Unión Soviética. Mantenuto se metió en la piel del jugador Jack O’Callahan, pieza clave del equipo, que durante el partido se lesionó la rodilla y siguió jugando, a pesar del dolor.

El secreto de los suecos para ser los mejores en su trabajo sin agobiarse se llama 'fika'

Otra lección de vida del país escandinavo. O por qué deberíamos asumir que un empleado tomando un café también está trabajando.

El secreto de los suecos para ser los mejores en su trabajo sin agobiarse se llama 'fika'
Lo hemos estado haciendo mal toda la vida. Porque aquí es sinónimo de pérdida de tiempo, de huida del trabajo; de vasos de plástico, brebajes artificiales y bollería industrial.
 Es el momento de poner verde al jefe, de compartir quejidos y lamentos. 
De contar los días para las vacaciones.
 Pero las pausas para el café son otra cosa para los suecos, que vienen a enseñarnos cómo exprimir al máximo cualquier minuto de la jornada laboral.
 Porque si en España dedicamos un espacio más o menos amplio a apurar la reconfortante bebida frente a la máquina, obviando por un tiempo nuestras tareas, ellos organizan en torno a esta práctica toda una celebración, sin ir en detrimento de su título de uno de los diez países más competitivos del mundo según el Foro Económico Mundial
Así son las fikas suecas, el momento del café en la oficina que se revela como uno de los factores que explica la alta productividad de sus trabajadores, según estudios de la Universidad de Linköping, y sus reducidos niveles de estrés, los más bajos del mundo según International Business Report.
“Fika es un fenómeno social.
 Es tomarse un café o un té, pero también es una razón para socializar y disfrutar de un momento de calidad con los compañeros de trabajo”.
 Así define este sello cultural Emelie Gallego, agregada cultural de la embajada de Suecia en España.
 Y se trata de una realidad tan impresa en el alma de los suecos que son las propias direcciones de las empresas las que promueven estos descansos
. Aunque no haga falta.
 Como afirma Israel Úbeda, responsable de prensa y redes sociales de VisitSweden en España, “más que proponerlo, es algo que pertenece a la personalidad de los suecos y las compañías.
 Porque, al fin y al cabo, las forman personas con sus idiosincrasias". Y Úbeda añade: 
“Los suecos aman el café y las pastas y por ello parece lógico que en un sitio donde vas a pasar horas cada día tengas una breve pausa para estirar las piernas, conversar con los colegas y disfrutar de dulces, fruta o un pequeño tentempié”. 
Todo, gentileza de la empresa. 

¿Se trata entonces de un mero descanso pagado?

En absoluto. 
Gallego lo explica: “Ese ambiente más familiar fortalece los lazos entre los compañeros, pero también los directores están presentes. La cultura empresarial en Suecia es, en general, bastante cercana y poco jerárquica”. 
Por eso también jefes y coordinadores se suman a estas “paradas técnicas”, buscando que entre todos, en esos momentos de relax, se puedan alumbrar mejores ideas para solucionar los asuntos que les ocupan frente al ordenador. 
Es decir: igual se habla del increíble partido de fútbol de ayer que de cómo afrontar la reunión de márketing de mañana.
 Y usted dirá: igual que en España. No tan rápido: su alta consideración por parte de todos los estratos de la compañía hace que las ideas y el optimismo fluyan con vigor, como prueba un estudio elaborado por LinkedIn 
. La investigación Relationships @Work relevó que mantener buenas relaciones con compañeros y superiores redunda en un mejor desempeño profesional y una mayor motivación en el trabajo. 
En la misma línea, otro análisis realizado por expertos de la Universidad de Florida constató que fomentar una relación de confianza entre trabajadores y superiores trae consigo mayor colaboración, innovación y eficiencia.
Además, despojar a estas pausas de la clandestinidad aumenta la felicidad del trabajador, que mejora, según varios estudios, tanto ambiente de oficina como productividad. Aunque no están regulados por una agenda, los fikas tienen varios espacios durante la jornada. 
En la empresa de Israel suelen parar varias veces al día, durante 10 minutos por receso: “Depende de la compañía, pero un par de pausas por la mañana y otra por la tarde puede ser perfectamente normal, aunque eso no quiere decir que todo trabajador participe en todas y cada una de ellas”, comenta.
 De ello da fe Jónatan López, arquitecto español que vive en Estocolmo desde hace más de seis años.
 Ha trabajado en tres empresas distintas y en todas ha podido constatar que las fikas forman parte de la cultura empresarial sueca: “Ahora somos unos 200 trabajadores, así que cada grupo tiene sus propias costumbres.
 Una de mis compañeras está haciendo un curso de pastelería y los miércoles trae sus elaboraciones caseras”.
 Jónatan recuerda su paso por empresas españolas y cómo, a diferencia de lo que ocurre en Suecia, el café es algo que siempre se tenía que costear uno mismo.
 "Aquí las cafeteras son tan importantes como los ordenadores y los jefes son los que nos dicen que tenemos que mejorar [acabar antes con las tareas urgentes] para sacar tiempo para más fikas”, añade.
En efecto, la EFSA (el panel de expertos europeos en salud alimentaria) ha reconocido que a partir de 75 miligramos, la cafeína aumenta la atención, la memoria y la capacidad de aprendizaje.
 Y los defensores del fika matizan: no es lo mismo tomarlo en un vaso de plástico que en una taza personal, como no es igual hacerlo en un pasillo frente a una máquina metálica que en un espacio diáfano con sofás y bandejas de pastas caseras. 
Para practicarlo, como afirma Ana Berdún, “el cambio cultural tiene que ser propiciado por los empresarios, que deben entender que esto es algo positivo”.
 Y también debe ser tomado con responsabilidad por los trabajadores. ¿Llegará ese día? Habrá que pensarlo con un cortado en la mano…

 

 

Micromachismos. Cómo nos explican las cosas los hombres

María R. Sahuquillo
Paula Laborda: estudiante de filología hispánica.
 / “Cuando hablas con otras mujeres y compartes tus reflexiones te das cuenta de que no estás sola, de que todas estamos expuestas al machismo. 
No son asuntos personales, son políticos”, dice Laborda, de 19 años, que milita en el Bloque Feminista. / Ramón Palacios-Pelletier
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Interrupciones en las reuniones de trabajo, “olvido” de méritos y propuestas, invisibilidad en conferencias, infantilización. 
Actitudes sutiles catalogadas como neomachismo o micromachismos muestran que la discriminación persiste. 


CUENTA CONSUELO CASTILLA que a principios de los años ochenta, cuando lanzó su empresa de recursos humanos, llegaba un momento en que los directivos de las compañías con los que se reunía sacudían la cabeza y le preguntaban: “Muy bien, buenas propuestas, pero ¿dónde está tu jefe?”.
 Aquello, dice con una pequeña sonrisa, la marcó. “Es una frase que escuchaba a menudo”, recuerda.
 “Casi no había empresas lideradas por mujeres en España y ellos no podían entender que yo fuera la persona más importante de la mía”.
 Hoy, Castilla, de 62 años, es socia y presidenta del grupo AdQualis, que rastrea profesionales con talento para puestos de dirección.
 Su larga trayectoria como headhunter le ha permitido ver la evolución de la presencia femenina en el mercado laboral.
 Y el machismo, reconoce, no se ha evaporado.
“Antes era común que las compañías me dijeran: ‘No te enfades, pero no me presentes candidatas, preferimos a un hombre para ese puesto’. 
Pese a ello, yo siempre las incluía, aunque para que las contrataran tuvieran que ser el doble de buenas.
 Eso ya casi no sucede, ahora las empresas buscan talento sin importar el género. 
Sin embargo, sigue habiendo casos de machismo aunque ahora este sea más disimulado”, señala Castilla en uno de los despachos que su firma, radicada en Barcelona, tiene en Madrid. 
Casos como tener dos candidatos, un hombre y una mujer, y no querer promocionarla a ella pese a tener más preparación; como relegar a puestos de menor responsabilidad a una directiva que ha sido madre.
 “Todo con argumentos como que la mujer tiene los niños, que no podrá viajar tanto…”, lamenta. 
“Excusas, como se suele decir, de mal pagador”.

“Estos sesgos inconscientes y cotidianos perpetúan los estereotipos”, dice la científica López Sancho
El machismo, como el racismo, ha ido mutando.
 En el mundo occidental y desarrollado ya no es usual ese sexismo a voces que predicaba que las mujeres valen menos.
 Eso está mal visto. Hoy consiste en algo más soterrado, más sutil. “Los espacios de trabajo donde solo hay hombres ya son una excepción, o esa escena del franquismo en la que el hombre llegaba a casa y su esposa le ponía un coñac”, señala Laura Nuño, directora de la cátedra de Género de la Universidad Rey Juan Carlos. 
“Pero los varones siguen manteniendo un espacio de privilegios que reproducen y perpetúan a través de lo que se está llamando neomachismo o micromachismos”. Micromachismos.
 Un término que el psicólogo argentino Luis Bonino empezó a utilizar en 1990 para describir un machismo “de baja intensidad”, “suave”, “cotidiano”. 
Un concepto para referirse a ese más oculto que se ha extendido, pero que disgusta tanto a Nuño como a otras muchas expertas, que sostienen que el término micro minimiza el problema.
 “A nadie se le ocurriría decir microrracismo, por ejemplo”, dice Nuño.
 “Es machismo, aunque, como estás constantemente expuesta a él en el proceso de socialización, lo naturalizas. 
Estamos en una cultura sexista, por eso es muy difícil que lo evidencies”.
Sin embargo, cualquier mujer que analice su día a día va a detectar esos detalles machistas, reflexiona la abogada Sara Marquina, empleada en una compañía financiera desde hace 15 años. 
“Yo me canso de ver paneles y conferencias en los que los ponentes son únicamente hombres porque no se han molestado en buscar a ninguna mujer a pesar del buen número de profesionales potentes que hay”, lamenta. 
“Y eso nos invisibiliza. La opinión de las mujeres se tiene menos en cuenta.
 He asistido a reuniones bochornosas en las que alguna de mis compañeras o yo hemos hecho alguna propuesta que ha sido ignorada y que, justo después, un hombre haya sugerido lo mismo y a él sí que se le haya escuchado. 
Me cansa también cuando un hombre te explica algo que no solo tú ya sabes, sino que probablemente manejes mejor que él.
 La última vez, ayer mismo, cuando un compañero quiso aclararme un asunto de seguros, algo que es mi especialidad y no la suya”, relata la abogada.
 
El colega de Marquina hizo un mansplaining, otro término anglosajón que se ha popularizado para describir esa situación en la que un varón explica algo a una mujer de una manera condescendiente o paternalista.
 Una palabra que puede sonar a parodia, pero que plasma –con mayor o menor acierto, aquí las opiniones de las expertas también difieren, porque algunas creen que puede minusvalorar el fenómeno– algo que es lamentablemente muy habitual.
“En una sesión en la que iba a intervenir me llamaron ‘la niña’. Tenía 50 años”, relata una científica
A Paula Laborda también le han hecho mansplaining unas cuantas veces.
 O, por mencionar otro comportamiento común, la han interrumpido cuando daba su opinión. 
“En las clases o en las asambleas, a las mujeres se nos escucha menos y a veces nos vemos obligadas a tener actitudes masculinizadas, como levantar la voz o pegar un puñetazo encima de la mesa para que se nos tome en cuenta”, dice.
 Esta estudiante de filología de 19 años, que empezó a militar en el Bloque Feminista Estudiantil cuando llegó de su Zaragoza natal a la Universidad Complutense de Madrid, señala que es frecuente que los hombres monopolicen las conversaciones y levanten la voz por encima de la de las mujeres.
 Y no es solo su percepción. Hay estudios (como uno de las universidades de Princeton y Brigham Young) que han constatado que no solo los hombres suelen hablar más en las reuniones, sino que en estos entornos a las mujeres se las interrumpe más; incluso, otras mujeres.
 Los datos constatan esa discriminación, resultado del machismo que aún pervive en la sociedad.
 Indicadores como la brecha salarial, por la que la mujer europea cobra un 16,5% menos, de media, por un trabajo de igual valor, según datos de Eurostat. 
Que ellas sufran más desempleo o que tengan trabajos de menor calidad.
 Que se sigan ocupando casi en exclusiva de las tareas domésticas y de los cuidados de la familia (en España dedican al día 2,5 horas más de media a las tareas del hogar, por ejemplo, según un estudio de Fedea).
 O el consabido techo de cristal que tanto está costando romper: solo un 17% de las consejeras de las grandes empresas españolas son mujeres, y solo el 3% de las consejeras delegadas (como acredita la misma fuente). 
 Cifras que rebaten de plano la forma de machismo más habitual hoy día: el negacionismo.
 “Consiste en negar la desigualdad con frases como ‘qué queréis si está todo conseguido’ o negar incluso la violencia de género”, abunda la profesora Nuño.
 Isabel Bernal Martínez, de 18 años, ha pasado varios meses investigando sobre los llamados micromachismos para una de sus asignaturas de 2º de bachillerato en el IES Infanta Elena en Jumilla (Murcia).
 Y ha reparado en ejemplos obvios de cosas que no cambian: desde la diferencia que hace la RAE entre “hombre público” (que tiene presencia e influjo en la vida social) y “mujer pública” (prostituta) hasta las divergencias entre los juguetes que se promocionan para niños y para niñas.
 “El machismo no solo es la violencia de género, que es como la cumbre, sino que está en el lenguaje, en los comportamientos, en las bromas”, relata.
 “Cosas que, como no son tan agresivas, no consideramos que puedan ser peligrosas, pero que sí lo son.
 Como cuando se les dice a los niños ‘los que se pelean se desean’, algo con lo que vas interiorizando que cuando un chico te tira del pelo o te insulta es porque te quiere
. O como cuando el lenguaje asocia lo relacionado con la mujer con lo malo y lo masculino con lo guay, como esto es un coñazo o es la polla”.


 

27 abr 2017

Lluis Llach, Atahualpa Yupanqui y el pensamiento de Mariano Rajoy



No esperas del autor de tantas letras gloriosas, sencillas y tiernas, un dicterio así, una amenaza.


Lluis Llach, en el Parlamento de Cataluña.
Lluis Llach, en el Parlamento de Cataluña.
Lluis Llach habla bajito, como los convencidos.
 Susurra sus convicciones, como si cantara al oído sus antiguas, y bellísimas, canciones. 
Cuando baja a la tierra, es decir, a su tierra, eleva el tono, o por lo menos lo pone a la altura de los titulares. 
Se van a enterar los que desobedezcan. No esperas del autor de tantas letras gloriosas, sencillas y tiernas, un dicterio así, una amenaza
 Los poetas cantantes suelen ser metafóricos y sutiles, como pompas de jabón.
 Pero Llach rompió a hablar y tembló el misterio, su misterio. Lo puso al descubierto. Un spoiler, como Santi Vila.
Más distante, en el espacio, habló otro personaje que no se caracteriza por los periodos largos: Mariano Rajoy, el presidente del Gobierno, se atasca en las frases, las dice a la mitad o termina susurrándolas, en medio de un gallo; Dios no lo llamó por los caminos de la ópera, porque es incapaz de sostener un do.
 Pero ahí está, de presidente del Gobierno, tan lejos de la ópera como de Ortega y Gasset, viajando ahora, además, a tierras entrañables pero extrañas donde no deben estar acostumbrados a identificar su pensamiento político con lo que ocurre en la realidad. Es, como pensador político, alguien por estrenar.
 Por decirlo en términos académicos, no ha hecho aún el ingreso en esa asignatura: hasta el momento, por lo que se ve, ha estado estudiando la organización de los partidos.
 Y en este apartado ha sacado, de momento, un sobresaliente en Triquiñuela y un suspenso en Transparencia. 

Ahora ha añadido a la Antología Breve de Mi Pensamiento Político, obra verdaderamente inédita, esa frase magnífica que parece resumir la Ley del Talión por otros medios.
 La dijo: "Aquí quien la hace la paga"
 En las series inglesas y norteamericanas (España ha seguido esa mala costumbre) se pone risa enlatada cada vez que alguien dice algo que los realizadores consideran que tiene que hacer gracia. Creo que no ha hecho gracia: ha dado que pensar.
 Y no porque sea un pensamiento, la verdad.

En realidad, Rajoy ha querido seguir la Unidad de Pensamiento de Atahualpa Yupanqui, ilustre antecesor argentino de Lluis Llach, entre otros.
 El maestro Yupanqui, que vivió en España los años de su relativo oscurecimiento, iba al cine, caminaba por las calles, rasgueaba su guitarra triste y se juntaba en el Café Gijón con sus devotos.
 La anécdota la cuenta Manuel Vicent, de modo que debe ser verdad, porque ocurrió en su vecindario.
 Aquellos devotos se pasaban el día y la noche esperando que el maestro dijera algo, cualquier cosa, una jaculatoria, algo que pudiera ser tan hermoso o definitivo como Los ejes de mi carreta. Hasta que alguno de aquellos fans de Atahualpa contó un suceso que a él le abrió los ojos.
 Así que Atahualpa hizo ademán de hablar. Y ante la expectación general dijo esto exactamente:
—Eso demuestra que aquí quien la hace la paga.
Es curioso rastrear, pues, en la Antología Entre Silencios de Atahualpa Yupanqui la voluntariosa decisión del presidente del Gobierno de adornarse con acertijos similares.
 Los tópicos sirven, en la conversación, para no ir más allá.
 Por eso Rajoy los dice para no ir más allá. 
Cuando apruebe Pensamiento nos tendrá al tanto de que hay más allá de lo que le copió a Atahualpa.
 Pues en este país quien la hace él mismo dice que la paga. 
Y a ver cómo le pone música Lluis Llach a todas estas espinas que reclaman obediencia o castigo.